DANIEL PIPES

El proceso de paz israelo-palestino patrocinado por EE.UU comenzó en diciembre de 1988, cuando el líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yaser Arafat, cumplió las condiciones de Estados Unidos y “aceptó las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, reconoció el derecho de Israel a existir y renunció al terrorismo” (en realidad, a causa del fuerte acento en inglés de Arafat, sonó como que “renunciaba al turismo”).

Ese proceso de paz frenó en seco con un gran chirrido en diciembre, cuando el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 2334. Jaled Abu Toameh, posiblemente el analista mejor informado sobre la política palestina, interpreta que la resolución está diciendo a los palestinos: “Olvídense de negociar con Israel. Simplemente presionen a la comunidad internacional para que fuerce a Israel a que cumpla con la resolución y capitule ante sus demandas.”
Ahora que 28 años de frustración y futilidad se han dado de frente con este tétrico cierre, se acerca la hora de preguntar: ¿Y ahora qué? Yo propongo una victoria israelí y una derrota palestina.

Es decir, que Washington aliente a los israelíes a que tomen medidas que hagan que Abás, Jaled Meshal, Saed Erekat, Hanán Ashrawi y el resto de esa tropa se den cuenta de que les han pillado, de que no importa cuántas resoluciones de la ONU se aprueben; de que su abyecto objetivo de eliminar el Estado judío está muerto; de que Israel es fuerte y duro y está ahí para quedarse.

Cuando asuman esta realidad, les seguirá la población palestina en general, como lo acabarán haciendo otros Estados árabes y musulmanes, lo que dará lugar a la resolución del conflicto. Los palestinos saldrán ganando al poner fin de una vez a su culto a la muerte y poner el foco en construir su propia vida política, social, económica y cultural.

Si bien sigue siendo una incógnita cuál será la política mesoriental de la Administración Trump, el presidente electo se ha declarado enérgicamente en contra de la Resolución 2334 y dado señales (por ejemplo, nombrando a David M. Friedman embajador en Israel) de que está abierto a una nueva aproximación al conflicto, radicalmente distinta y más favorable a Israel que la de Barack Obama.

Como lleva toda la vida apostando a ganar (“Ganaremos tanto si soy elegido, que a lo mejor se aburren de tanto ganar”), es probable que Trump se incline por un enfoque que haga ganar a nuestro bando y perder al otro.

La victoria se ajusta igualmente bien al ánimo actual del primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, que no sólo está furioso por haber sido abandonado en Naciones Unidas: es que tiene una visión ambiciosa de la importancia global de Israel. Que le hayan fotografiado recientemente con un ejemplar de Nothing Less than Victory: Decisive Wars and the Lessons of History (Princeton University Press, 2010), del historiador John David Lewis, es una señal explícita de que está pensando en términos de victoria.

En su libro, Lewis analiza seis casos de estudio, y en cada uno llega a la conclusión de que “la marea de la guerra cambió cuando un bando probó la derrota y su voluntad de continuar, en vez de endurecerse, se vino abajo”.

Finalmente, el momento es adecuado en el marco de las tendencias generales de la política regional. Que la Administración Obama se convirtiera en la práctica en un aliado de la República Islámica de Irán espantó a los Estados árabes suníes, empezando por Arabia Saudí, lo que les hizo ser más realistas que nunca. Al necesitar a Israel por primera vez, el problema palestino ha perdido relevancia y los árabes parecen haber abandonado, hasta cierto punto, la matraca del Israel archienemigo, lo que ha dado lugar a una potencial e insólita flexibilidad.

Por estas cuatro razones –la Resolución 2334 del Consejo de Seguridad, Trump, Netanyahu e Irán–, la ocasión es inmejorable para recibir el nuevo año y a la nueva Administración con una política mesoriental renovada, y cuyo objetivo sea que los palestinos prueben la derrota.

 

Fuente.algemeiner.com