Miriam ha de ser uno de los personajes más enigmáticos que la Torá nos presenta. Comparte la profecía y el liderazgo del pueblo judío con Moisés y es de las pocas mujeres que se atreven a cuestionarlo.

Fue bendecida por Dios y también castigada, con su lengua comunica preceptos divinos, palabras de aliento y al mismo tiempo peca. Se convierte en ícono para las generaciones venideras tanto de ejemplo como de rechazo.

Desde niña era muy valiente, junto con su madre Yogebed, expone su vida atendiendo los partos de las mujeres judías y escondiendo a los niños varones de los soldados del faraón. Enfrenta a su padre Amram cuando éste decide separarse de su esposa e incitar al pueblo judío a no tener más hijos. Miriam le dice que el faraón sólo atenta contra los hombres judíos, pero él con su política atenta contra todo el pueblo: hombres y mujeres.

Cuida de su hermano Moisés al nacer, lo sigue en una cuna por el río hasta dónde se baña la princesa, hija del faraón y logra que lo adopte como hijo. Ella misma, Miriam, se ofrece como cuidadora de su hermano y más adelante incita al pueblo judío a seguirlo. Da aliento de manera continua a las mujeres para que alaben a Dios y es la primera en impulsarlas a que crucen el Mar Rojo y continúen el camino. Los textos toraicos dicen que las impulsaba con cantos, bailes y alabanzas, desde entonces se le representa con un pandero y rodeada de mujeres.

Por sus méritos, Dios la premia dándole cualidades especiales: mientras ella vive, los pozos y las rocas dan agua al pueblo de Israel y a su muerte quedan secos. Asimismo es castigada por criticar a Moisés a sus espaldas, e incurrir en la falta de “Lashon hará” (lengua mala). Su cuerpo se llena de escamas blancas y es recluida del campamento durante siete días. Pese a que Moisés y Dios ordenan lo contrario, el pueblo de Israel se rehúsa a continuar la marcha hasta que Miriam fuera reincorporada. Esto es muestra del profundo amor que le tenían. Así como el episodio que narra su entierro.

Tanto sus acciones virtuosas como sus faltas tienen implicaciones espirituales hasta la eternidad: Aunque sus manchas desaparecen, nunca cura completamente de su enfermedad queda marcada de por vida para que las generaciones venideras recuerden el pecado que cometió y no incurran en la misma falta. Asimismo, en los textos proféticos Jeremías predice su aparición ante el pueblo de Israel, a través de los tambores, canciones y danzas que la representan.