LEONARDO COHEN DESDE ISRAEL, EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

En los últimos dos días han convergido una serie de acontecimientos que me han conducido a traducir al español y divulgar el siguiente texto.

Se trata de un corto pero penoso y emocional relato, escrito por la pluma de una amiga y colega a la cual le guardo gran aprecio. Morán Mekamel es trabajadora social y durante un par de años compartimos oficina en el Centro de Estudios de África en la Universidad Ben Gurión del Neguev en Beer Sheva. Desde hace varios años que Morán se ocupa con insistencia y gran tenacidad, en abogar por los derechos de asilo que refugiados provenientes de Sudán y Eritrea reclaman en Israel.

Esos derechos están garantizados por los acuerdos de Ginebra que Israel promovió a raíz de lo que ocurrió con los refugiados judíos durante la segunda guerra mundial. Sin embargo, como sucede en diferentes ocasiones en la vida política de los años recientes en este país, los discursos valen más que la realidad.

El relato de Morán Mekamel pone al descubierto la flagrante humillación de la que son objeto los refugiados en Israel, no sólo como colectivo, sino cada uno de manera individual, cada ser humano por sí mismo. Si la calidad moral de una sociedad se mide en función de su trato al débil y a las minorías, este pequeño texto es sin duda un espejo en el que resulta difícil mirarnos.

El día de ayer se conmemoró el Día Internacional del Holocausto. En otro contexto, el presidente Trump se dedica en los últimos días a incitar el odio contra los migrantes mexicanos, y el día de hoy, hace unas horas, el premier israelí declara que construir un muro en la frontera con México, es una excelente idea.

Se hace patente en ambos casos la desconfianza hacia el migrante, la minoría, el débil. Hace unas semanas leí el texto que a continuación traduzco, pero los últimos dos días sentí una urgencia de compartirlo con mi comunidad de México.

Creo que es un texto que debe sensibilizarnos. Frente a las emboscadas que nos presentan este tipo de políticos populistas y perversos, es necesario estar bien armados. Los discursos sobre la memoria no deben quedar vacíos. El documento que a continuación traduzco ayuda a entender lo que sucede cuando una sociedad va traicionando los valores que le dieron razón de ser.

El 27 de enero, Día Internacional del Holocausto, se llevó a cabo en Eilat el festival llamado “Likudiada” donde los activistas y ministros del partido gobernante, se dieron cita para convivir, agasajarse unos a otros, festejar con actividades, spa, etc. Este es el Israel oficialista, el Israel de Netanyahu. Sin embargo, aunque ahora minoritaro, prefiero aquí, un día después de que se cumplió esta solemne conmemoración, hacer eco de otro Israel, aquel Israel que representa Morán Mekamel. He aquí su texto:

“Hace más de media hora que estoy en la línea, escuchando con lágrimas en los ojos el monólogo de un hombre de Sudán que pide ser reconocido como refugiado. El hombre está enfadado y hecho pedazos. Lo conozco desde hace 8 años, siempre se comportó de manera gentil, es callado y bien educado. Hace hora y media que no para de hablar. De pronto se detiene y pregunta -tal vez a mí, tal vez a sí mismo- ¿para qué seguir hablando? Al parecer no logra controlar su dolor y sus emociones, ya todo explotó.

Se confronta con una severa crisis familiar, deposita todo lo que le sucede sobre lo que el gobierno le ha hecho, sobre la manera en que, de forma sistemática, le dificultan la vida. Se relacionan hacia él con mezquindad y con maldad. Hace algunos meses que se ve en la necesidad de viajar de una ciudad del sur a las oficinas de migración en Tel Aviv, sentarse a esperar horas y horas, sin recibir trato alguno, volviendo por donde vino.

Se le van en ello cientos de shekels de su magro salario, salario que recibe haciendo un trabajo duro y sisífico, y del cual le quitarán pronto el veinte por ciento. En la batalla por la supervivencia, no tiene posibilidad alguna de triunfar. De este penoso trato a otros seres humanos, todos salimos perdiendo.

Una sociedad en la que desaparecen la clemencia y la piedad, que no ve en la vida humana un valor supremo, una sociedad que trata con desprecio a su pasado y utiliza la memoria de sus desgracias para oprimir a otros… Hemos perdido.

Desde que los refugiados comenzaron a llegar a Israel solicitando asilo, los gobiernos de Israel prefirieron marginarlos con el fin de obtener ganancias políticas a costa de ellos. Se aplicaron leyes y regulaciones draconianas, se ejercieron políticas perversas y contradictorias, con tal de succionarles hasta su última gota de humanidad, borrarles la identidad y llevarlos a preferir el peligro de vida tan evidente por el que pasaron, a vivir en Israel.

“Hay guerras en Sudán, hay guerra contra los refugiados en Israel, y hay una guerra dentro de mi cabeza ¡No puedo pensar más! No puedo pensar en mañana o pasado mañana”. Me sigue hablando y se pregunta a sí mismo si no hubiera sido preferible quedarse en Sudán, tomar en las manos una Kalashnikov y morir en el lugar: “Sería menos doloroso de lo que la vida es aquí”.

Escucho sus palabras y me aterra la idea de pensar que ciertas personas puedan alegrarse y concordar con él de que hubiese sido mejor quedarse en Sudán y morir ahí.

Es una de las conversaciones más duras que he tenido en los últimos años. Tal vez porque se desarrolló de forma completamente inesperada, tal vez porque no me preguntó ni por un momento la pregunta más trivial, pero que al mismo tiempo denotaría la existencia de una chispa de esperanza: “¿Qué hay de nuevo?” No me preguntó nada, porque la desesperación se ha apoderado de él.

En varios momentos, repite las mismas frases: “¡Somos como animales!” “¡Aquí no hay ley ni nada, es muy difícil ser un ser humano!” Hace 9 años que vive acá, es un poco mayor que yo y me dice que no tarda en enloquecer. Está cansado, muy cansado del día que tuvo, cansado de la conversación -“pero se escapan las palabras, no sé por qué”-me dice. Está cansado de la vida, se hace preguntas teológicas sobre la existencia del hombre negro. Es un hombre creyente, acostumbraba a ir a la iglesia, y sus dudas dan muestra de que algo se ha quebrado: “¿Hasta cuando estaremos aquí?” se pregunta. Y él mismo responde:”hasta que Dios vuelva a recoger a su gente”.

Lágrimas.
Silencio.

Yo soy descendiente de refugiados. Tercera generación. Me avergüenzo y me apeno de una forma que no consigo expresar. Baja el telón. La obra “Nunca más” se ha terminado. Todos aquí son actores y la hipocresía está de fiesta. Otra alma destrozada, otra vida perdida.

Aplausos”.

Morán Mekamel