GERSHON BASKIN

Toda la tierra de Israel pertenece al pueblo de Israel. Nosotros, el pueblo judío, tenemos derechos sobre toda la tierra de Israel, desde el Río hasta el Mar. El pueblo judío tiene el derecho de reivindicar las fronteras bíblicas de la promesa de Dios al pueblo de Dios, que se extienden desde el Nilo hasta el Éufrates. Ningún otro pueblo ha reclamado esta tierra por tanto tiempo como los judíos. Jerusalem no ha sido la capital de ningún otro pueblo existente fuera de los judíos en toda la historia de la ciudad.

ESTI PELED PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – De acuerdo. No tengo ningún problema en hacer valer los derechos del pueblo judío sobre la Tierra de Israel. No tiene sentido, históricamente o patrióticamente, como judío, afirmar lo contrario. Pero, lamentablemente, el verdadero problema no son los derechos, sino la capacidad de actuar sobre ellos y la sabiduría de reconocer que no son exclusivos.

Nos guste o no, hay otro pueblo viviendo en esta tierra. No creo que el gobierno, que está considerando la posibilidad de anexar parte o tal vez toda la zona de Judea y Samaria, pretende también anexar partes de la Ribera Oriental del Río Jordán a la Gran Tierra de Israel. Ese era, por supuesto, el eslogan del movimiento Betar, pero nadie realmente pretende reclamar el Reino Hachemita de Jordania y la República de Iraq. ¿Pero por qué no? Tenemos derecho a esa tierra también, y nuestros derechos no son menores de los de aquí en el lado oeste del Río Jordán.

Me imagino que algunos de los lectores deben pensar que esto es totalmente absurdo, y lo es. Es tan absurdo como la idea de anexar Judea y Samaria. Es tan absurdo como que el primer ministro Benjamín Netanyahu acuda al presidente de EE.UU. Donald Trump para coordinar o para obtener el permiso de anexar parte o toda el área de Judea y Samaria. El permiso o la aprobación de Trump para que Israel se suicide son tan tontos como los planes de suicidio que el gobierno está promoviendo. Y eso es lo que está sucediendo. Ese es el significado de la ley recién aprobada en la Knesset que legaliza la expropiación de tierras palestinas de propiedad privada para beneficio de los judíos. Eso es a lo que conduce la expansión de los asentamientos.

Como judío, sionista, y ciudadano de Israel que cree en la idea del Estado-nación democrático del pueblo judío, el movimiento de los asentamientos y el gobierno se han convertido en la amenaza existencial más peligrosa para mí y para ellos mismos.

La creencia de que se puede o no hacer la paz con los palestinos no cambia la realidad de que hay millones de palestinos que viven entre el Río y el Mar y no se irán a ninguna parte ni quieren ser israelíes y vivir en un Estado judío. El conflicto entre el nacionalismo judío y el nacionalismo palestino no desaparecerá si deseamos o imaginamos que no existe o no existirá si promulgamos leyes que eliminan sus derechos de propiedad donde queramos. El conflicto no desaparecerá si trasladamos a otro medio millón de judíos a Cisjordania, o incluso a un millón más. Sin embargo, su naturaleza cambiará.

El proceso de Oslo, basado en la idea de la partición históricamente apoyada en 1937 y 1947, fue adoptado por ambas partes, que sin un acuerdo explícito se entendió que su conclusión tenía que ser dos Estados para dos pueblos.

El avance que permitió los Acuerdos de Oslo fue que los palestinos reconocieron el Estado de Israel en las fronteras de las líneas de armisticio de 1949 (también conocidas como la línea verde). Al hacerlo, ellos básicamente eliminaron su demanda de un Estado en el 100% del territorio entre el Río y el Mar y aceptaron el establecimiento de un Estado en el 22% de la tierra, dejando a Israel con el 78%. Ese fue el “compromiso histórico” del que Yasser Arafat habló y firmó en los Acuerdos de Oslo. Los palestinos nunca imaginaron entonces que tendrían que negociar sobre el 22% restante ni que Israel seguiría construyendo asentamientos en partes del territorio que pensaban que se convertiría en el Estado palestino.

La expansión de los asentamientos puede conducir a la victoria que el líder del partido Habait Hayehudi Naftali Bennett se esfuerza por conseguir – poner fin a la solución de dos Estados y evitar la creación de un Estado palestino al lado de Israel.

La victoria de Bennett es la muerte de Israel.

Ya que el resultado del golpe mortal final a la posibilidad de la partición es la creación de un Estado binacional. No hay escapatoria de esta posibilidad. Incluso si Jordania se convierte en Palestina y desaparece la monarquía Hashemita, la demanda de una democracia plena y derechos civiles y humanos para todos los que viven bajo la autoridad del Estado de Israel no se evaporará. No habrá una “autonomía palestina” aceptable, o como lo llamó Netanyahu, “algo menos que un Estado”. ¿Por qué un palestino aceptaría eso? ¿Por qué cualquier jordano, egipcio, saudita o incluso cualquier americano estaría de acuerdo con eso? ¿Cómo algo menos que la plena democracia y la igualdad de derechos puede ser aceptable?

Actualmente estamos enfrentando el estancamiento final dentro del Estado de Israel entre nuestros ciudadanos y aunque no es una guerra civil, sus consecuencias no serán menos dramáticas. Para mí las líneas son claras y están trazadas – se trata de una lucha por nuestra supervivencia como pueblo y como Estado. No es una cuestión de izquierda o de derecha – sino de un Estado-nación democrático judío o un Estado binacional. Si perdemos y se convierte en un Estado binacional, la batalla continuará entre los que apoyan el apartheid israelí y los que prefieren la verdadera democracia.

Esa no es la batalla que quiero luchar, pero la libraré si debo hacerlo. Seguiré estando al frente de la batalla por nuestras almas y por la justicia.

El autor es fundador y copresidente del IPCRI – Israel Palestine Creative Regional Initiatives. Www.ipcri.org.

Fuentes: The Jerusalem Post / Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico