JANE EISNER

Un manto de incertidumbre se cierne sobre el encuentro del miércoles, cuando el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, se reúna con Donald Trump por primera vez como presidente.

ESTI PELED PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Y la incertidumbre no es amiga de la intensa relación entre Estados Unidos e Israel, independientemente de cuántos israelíes hayan aclamado la elección de Trump como si llegara el Mesías.

Para empezar, ambos entran a la sala de conferencias con una carga pesada. La aprobación de Trump como nuevo presidente ha caído a su mínimo histórico; más de la mitad del país desaprueba su desempeño hasta el momento, y ese porcentaje sigue creciendo. Tres cuartas partes de los judíos estadounidenses no votaron por él en primer lugar, y con el muy impopular veto migratorio y otros ultrajes, no ha atraído a muchos simpatizantes judíos.

Netanyahu llega con sus propios problemas. Según recientes informes de los medios israelíes, la policía está a punto de recomendar que el primer ministro sea acusado por el escándalo de corrupción que ha girado alrededor de él y su esposa desde hace meses. Sus rivales de derecha le están pisando los talones. Incluso los miembros de su propio partido lo desafían abiertamente.

Además de los problemas políticos que persiguen a cada uno, se suma la deficiencia de la administración de Trump.

No se sabe quién se hace cargo. David Friedman, el candidato de Trump para embajador en Israel, quien carece de experiencia diplomática pero tiene un enfoque radical, ni siquiera se presentará ante el Congreso para su audiencia de nominación hasta después de la gran reunión. Según los informes, Elliot Abrams, un polémico, pero sin duda experimentado profesional, fue rechazado por Trump para el segundo puesto en el Departamento de Estado por haberse atrevido a criticarlo durante la campaña. (Difícilmente se encontraba un conservador judío que no criticara a Trump durante la campaña).

Y nadie sabe lo que Jared Kushner, el joven yerno de Trump, supuestamente encargado de pactar un acuerdo entre israelíes y palestinos, es capaz de hacer más allá de satisfacer los intereses empresariales de su familia.

La incertidumbre se ve agravada por el aparentemente asombroso giro en las declaraciones oficiales de Trump sobre la expansión de los asentamientos israelíes, que parecía apoyar hasta que se pronunció en contra. Igualmente extraño es su reciente reticencia al traslado inmediato de la embajada de Estados Unidos a Jerusalem, lo que enfática y repetidamente dijo que haría.

Agreguemos a eso los informes de que la administración se está retractando de la promesa de Trump de anular el acuerdo nuclear con Irán tan pronto como obtuviese las llaves de la Casa Blanca, y realmente debemos preguntarnos en qué ambos líderes estarán de acuerdo.

Como el columnista Barak Ravid de Haaretz señaló el domingo, la derecha israelí quizás habría votado por Donald Trump, pero obtuvo a Barack Obama.

Seguramente esta peligrosa incertidumbre no se notará en el rostro de ambos hombres cuando sonrían y bromeen ante las cámaras, repitiendo la lealtad de su respectiva nación el uno al otro, con una pose mucho más cordial que las imágenes insoportables que surgieron de algunas de las reuniones de Netanyahu con Obama. Tal vez prometerán jugar golf juntos alguna vez – aunque si es en Mar-a-Lago, podría plantear nuevas cuestiones éticas para ambos.

Y es posible que Netanyahu pueda persuadir a Trump para que vuelva a cambiar de parecer. El presidente parece escuchar a la última persona que habla con él, dada la inesperada crítica contra los asentamientos y las dudas en torno a la reubicación de la embajada, que surgieron inmediatamente después de su reunión con el rey Abdalá de Jordania.

Sin embargo, como la periodista israelí Orly Azoulay escribió el domingo en Ynet: “La derecha israelí abrió las botellas de champán demasiado pronto tras la elección de Trump … Netanyahu es recibido en Washington con honores, con mucho ruido y bromas. Pero en la Casa Blanca se encontrará bajo advertencia”.

Lo único que puede interrumpir esta danza kabuki es que uno de estos dos líderes realmente tenga un plan de acción ambicioso pero factible y cuente con los medios para ponerlo en práctica. Eso es algo que Netanyahu ha logrado evadir durante años y que la administración de Trump ahora parece incapaz de hacer.

Y así, la incertidumbre reina.

Fuente:The Forward / Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico