El Ramjal nos dice que lo único que necesitamos para acercarnos a D-os y explotar nuestro potencial espiritual al máximo es el amor y el miedo a D-os. Éstas son dos caras del mismo sentimiento, ambas tienen la misma raíz y un efecto similar una sobre la otra.

Parten de la reflexión sobre la omnipotencia de D-os y nuestras propias limitantes. Cuando uno se compara con el Eterno y se da cuenta de que es Él quien hace al viento, Él quien coordina los planetas y Él quien forma toda vida y materia, uno siente miedo; toma conciencia de que cada acto que uno hace es observado por un ser que puede aniquilarlo.

Algunos rabinos se refieren a este tipo de miedo como un miedo nocivo, un miedo que aleja a la persona de D-os. El miedo más elevado en el ser humano es el reconocimiento de esta omnipotencia; cuando la persona siente admiración profunda por la grandeza de ese mundo creado y se deleita en su belleza. Quien alcanza este nivel de miedo respetará los designios de D-os, el mundo y las criaturas que Él creo. Será un hombre observante de la ley porque entiende las razones de su existencia y venera a quien lo ordena.

Este tipo de comportamiento es similar al de un hombre que ama a D-os, ya que el respeto para cualquier ser es la primera condición para que exista amor. Mi rabino siempre preguntaba: “Si no le tienes el más mínimo respeto, ¿cómo puedes atreverte a decir que la amas?”

Las mitzvot negativas (mandamientos negativos) -aquellas que prohiben ciertos actos- son el terreno para que las mitzvot positivas (mandamientos positivos) -aquellas que requieren de una acción- puedan darse.

El cumplimiento de las prohibiciones refleja el respeto que le tenemos a D-os, mientras que realizar las acciones positivas refleja los actos de acercamiento, de amor, que hacemos para aproximarnos a nuestro Creador.

Tanto el amor a D-os como el respeto implican tomar conciencia de la omnipotencia divina. El amor verdadero hacia D-os es el deseo de unirse a Él, es querer llamar su presencia a cada aspecto pequeño de nuestra realidad.

El ser amado se convierte en un pilar de la identidad del que ama, hay un compromiso de por vida con el otro ser para amar, para dar de manera continua y ofrecer los regalos más bellos que la persona pueda encontrar; el acto más grande que ha hecho D-os por el hombre es darnos la oportunidad de amarlo, la oportunidad de ofrecerle regalos, la oportunidad de rezarle, de cumplir sus mitzvot.

Sin embargo, para el judaísmo el amor a D-os no debe ser ciego, la fe no es ciega, sino racional. “Emuná” (fe) viene de la palabra “Emet” (verdad) y como verdad debe ser argumentada. La creencia en D-os es cuestionada, pensada y revisada continuamente en el Talmud y los textos rabínicos. Así mismo debe ser el amor a D-os, debe basarse en convicciones a las cuales la persona se va acercando a través del estudio del mundo que nos rodea.

El Ramjal nos habla de cómo cumplir el mandato de “amar a D-s”, pregunta si acaso es posible obligarse a amar. La respuesta es que sí, uno puede educar a su corazón, circuncidarlo como se circuncida el varón de Israel.

Él nos dice que el amor a D-s solamente será verdaderamente fuerte y verdaderamente duradero si viene acompañado del estudio: para amar a D-s uno debe conocerlo; y tenemos tres medios de conocimiento: la Torá, las mitzvot (mandatos) y el mundo que nos rodea. Finalmente amor y miedo se encuentran en las tres.