El dilema entre si la asimilación es una cosa buena o es algo malo, se reduce a una simple cuestión: si las formas de expresión no judías son asimiladas a la vida judía, la asimilación es positiva. Pero si el judaísmo y los judíos son asimilados a la forma de vida de otros pueblos, lo judío se pierde y eso ya no es una bendición.

MARCOS GOJMAN

Jacob Neusner dice: “Si hablas con cualquier judío que se preocupe por el judaísmo, seguramente saldrá el tema de la “asimilación”, un término lleno de significado negativo para aquellos judíos leales y devotos. Ellos sostienen que la asimilación sólo puede llevar al fin del pueblo judío como una comunidad autónoma y al fin del judaísmo como una tradición religiosa o cultural”.

Neusner continúa: “Dentro de esa preocupación está el miedo al cambio. Ellos argumentan que el cambio es malo. Dicen que se pueden definir las características específicas del judaísmo, las que tienen en común todas las comunidades judías en el mundo y se debe de luchar por preservar esas características comunes, porque no preservarlas implica no preservar el judaísmo.”

Neusner dice que esta concepción del judaísmo está equivocada por dos razones. La primera, porque ve al judaísmo como algo estático, que no cambia, que sólo tiene una dimensión y que es unitario, que se puede definir y describir de una sola manera, su única manera de ser judío. Pero no es difícil demostrar que aquellas características que hoy en día son consideradas como singularmente judías, no eran consideradas así en la época cuando se adoptaron del mundo exterior. El yidish, un idioma que está ligado intrínsecamente con la identidad de los judíos ashkenazim, tuvo un origen no judío en el alemán medieval. La forma actual que tienen los judíos ultra ortodoxos de vestirse de negro, fue tomada de la forma de vestirse de los polacos cristianos.

La segunda, dice Neusner, es cuando el miedo a la asimilación revela una falta de confianza en los recursos que tiene el judaísmo y en la capacidad del pueblo judío de adaptar y hacer suyas las mejores características de la cultura universal. Él dice que la asimilación, canalizada de forma correcta, no es algo malo, pues es una fuente que ha revitalizado el judaísmo.

Este es precisamente el argumento de Gerson D. Cohen, quien fuera rector del Jewish Theological Seminary. Cohen cita del Talmud (Vaykra Rabah 32:5) lo que Bar Kappara, sabio del siglo II EC, decía: uno de los cuatro factores que hicieron que los israelitas fueran redimidos de Egipto era que hablaban hebreo. Y es cierto que en esa época el pueblo de Israel hablaba hebreo. Pero en la época de la Mishnah los judíos hablaban arameo y muchos también griego, como la comunidad judía de Alejandría. El nombre del famoso edicto de Hillel, el “prosbul”, viene del griego “prosbole”. Tiempo después, el árabe sustituyó al arameo y al griego. Maimónides escribió su “Guía para los Perplejos”, en árabe. Y los judíos sefaradim se llevaron de España el ladino como idioma. El cambio de idioma no acabó con el judaísmo, al contrario, lo renovó. Esta habilidad para traducir, readaptar, y reorientarse a sí mismos a una nueva situación, al tiempo que retenemos el núcleo judío básico, es la responsable de la sobrevivencia y vitalidad del judaísmo, dice Cohen.

Cohen termina: El dilema entre si la asimilación es una cosa buena o es algo malo, se reduce a una simple cuestión: si las formas de expresión no judías son asimiladas a la vida judía, la asimilación es positiva. El alemán medieval se convirtió en yidish. Pero si el judaísmo y los judíos son asimilados a la forma de vida de otros pueblos, lo judío se pierde y eso ya no es una bendición.

Bibliografía: Gerson D. Cohen: “The Blessing of Assimilation in Jewish History”. Jacob Neusner: “Understandin Jewish Theology: Classical Issues and Modern Perspectives”.

 

 

Fuente: alreguelajat.com