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martes 10 de diciembre de 2024

La guerra de las Biblias: un episodio casi olvidado de nuestra Historia (parte IV)

IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – La confrontación más aguda en lo que podemos llamar “la guerra de las Biblias” fue la que protagonizaron los adehrentes al Judaísmo apocalíptico, cuyos últimos y más notables representantes fueron los esenios que se establecieron en el monasterio de Qumrán, y que nos herederon esa enorme biblioteca conocida como los Rollos del Mar Muerto.

Como vimos en la entrega anterior, la controversia entre la Biblia Hebrea (la oficial para el Judaísmo hasta el día de hoy) y la Biblia Griega (heredada por el Cristianismo) fue más ideológica que objetiva, ya que las diferencias entre una y otra son más de tipo redaccional, que de contenido y significado. En esencia, el llamado Texto Masorético (hebreo) y la llamada Septuaginta (griego) dicen y enseñan exactamente lo mismo. Las diferencias de fondo entre Cristianismo y Judaísmo no son por lo que dice la Biblia, sino por la forma en la que cada tradición lo interpreta.

La situación con los qumranitas fue completamente diferente. Ellos fueron la secta más extremista del Judaísmo antiguo, y la evidencia que se ha recuperado hasta la fecha demuestra que no fue por un mero asunto de “interpretación”, sino por algo todavía más complejo. En su caso, sí podemos afirmar categóricamente que ellos tuvieron una Biblia completamente diferente a la que conocemos.

Recordemos lo que hubo de fondo: los babilonios destruyeron o dañaron en gran medida el patrimonio escritural del antiguo Israel, y después del exilio hubo que hacer un amplio trabajo de restauración. Dicha labor estuvo a cargo de Ezra y otros escribas, y en términos modernos podríamos decir que el resultado fue la restauración “oficial” del texto bíblico. Tal y como ellos lo editaron y reorganizaron, es como se sigue usando hasta la actualidad.

Pero hay indicios de que desde ese momento pudo surgir una tendencia disidente, cuya principal motivación sería de tipo independentista. Inconformes porque las autoridades judías (Ezra como escriba, Josué como Sumo Sacerdote, y Zerubabel como exiliarca) aceptaron funcionar bajo la dominación persa, debieron ser el germen de lo que luego vino a ser el Judaísmo apocalíptico.

El detonante para su radicalización debió ser resultado de todos los cambios culturales que se sufrieron bajo la dominación griega, a partir del año 332 AEC. Al tiempo que el extremismo se intensificaba, durante el siglo III se produjeron las primeras grandes obras literarias de este tipo de disidencia: el conjunto de libros que luego se integraron en el llamado Libro de Enok, y el Libro de los Jubileos.

En este caso, el Libro de los Jubileos nos aporta mucha información respecto al tema que nos interesa: una guerra de Biblias. Es una evidencia contundente de que durante los 200 años anteriores, esta tendencia había desarrollado una disidencia sin precedentes respecto a su comprensión de lo que era la Escritura Sagrada.

¿De qué trata el Libro de los Jubileos? Un Jubileo es, según Levítico 25, un período de 50 años. La Torá establece que cada siete años se tenía que dejar reposar un año a la tierra (como si fuese, literalmente, una semana con su respectivo Shabat). Pero al cabo de siete períodos (49 años), se tenía que guardar un año especial (el quincuagésimo) en el que todo el tejido social tenía que renovarse: las tierras volvían a sus dueños originales, los esclavos eran liberados, las deudas eran canceladas.

El Libro de los Jubileos es una reelaboración radical del Génesis y de la primera del Éxodo, y narra la historia de la humanidad desde la Creación hasta la recepción de la Torá por Moisés, dividento todo en un total de 50 Jubileos.

Desconocemos cuál era el alcance ideológico de la versión original de Jubileos, ya que la que conocemos es resultado de un largo proceso de re-elaboración que culminó, según los especialistas, hacia el año 100 AEC.

Eso significa que el Libro de los Jubileos, tal y como lo conocemos, es la versión proveniente de Qumrán. Después de la Guerra Macabea, los adherentes al Judaísmo apocalíptico se reorganizaron en torno a un líder cuyo nombre desconocemos, pero que la literatura de la secta identifica como “el Maestro de Justicia”, y se aislaron del resto de la gente en la zona desértica del Mar Muerto, reocupando una vieja construcción y convirtiéndola en su monasterio. La zona, en árabe, se llama Al-Wadi Qumrán. Por eso se les identifica como qumranitas.

Sin poder establecer con precisión cuáles contenidos ya estaban bien definidos antes de la Guerra Macabea, la versión final de los Jubileos sí nos permite visualizar el nivel de confrontación que hubo entre los años 150 AEC y 68 EC, por lo menos.

El tema más relevante es el del Calendario. Jubileos propone un sistema de organización calendárica completamente diferente al que para entonces ya usaban los fariseos, y que se sigue usando hasta el día de hoy.

El Calendario Hebreo es lunar-solar, porque la Torá establece en Génesis 1:14-16 que las dos lumbreras (la mayora, el Sol, y la menor, la Luna) servirían para marcar el conteo del tiempo. En esa lógica se establece que los inicios de mes corresponden al día de la Luna Nueva, por lo que el año se compone de doce meses lunares (354 días en total). Pero también se establece que la celebración de Pésaj (Pascua) debe realizarse en primavera, por lo que cada tanto hay que hacer un ajuste. De lo contrario, la diferencia entre los doce meses lunares y el año solar (354 contra 365 días) provocaría que la fecha de Pésaj se desplazara hacia invierno. Para resolverlo, en cada período de 19 años se agregan 7 meses, uno por año, de tal manera que resultan 12 años de 12 meses y 7 años de 13 meses.

Pero Jubileos es tajante: semejante estructura del calendario está mal, y concretamente señala que es porque la Luna no debe ser tomada en cuenta. Textualmente: “Ahora, ordena a los israelitas que guarden los años en sus números: 364 días. Entonces el año estará completo y no se perturbará el tiempo de sus días o de sus fiestas, porque todo sucederá en armonía con su testimonio. No deberán omitir ningún dia ni alterar ninguna festividad… Habrá gente que cuidadosamente observará la luna porque estarán corrompidos respecto a las temporadas y su forma original, por diez días cada año. Entonces, los años serán para ellos algo alterado, y harán de los días de testimonio algo indigno, y de las fiestas harán días profanos. Todos juntos unirán ambos, los días santos con los profanos y los profanos con los días santos, porque errarán en su cuenta de los meses, los sábados, las festividades y los jubileos” (Libro de los Jubileos 6:32, 36-37).

Como puede deducirse con facilidad, este no es un asunto de interpretación. Es decir: no se trata de dos grupos –qumranitas contra los demás– tomando un mismo pasaje bíblico y construyendo interpretaciones diferentes, para luego pelearse por ver quién tiene la interpretación adecuada (que es lo que sucedía entre fariseos y helenistas, por ejemplo). En el caso de los qumranitas se trata de una idea tan radicalmente distinta, que sólo puede surgir de una Biblia distinta. De hecho, el pasaje que hemos citado de Jubileos está redactado como si fuese parte de la Biblia.

La pregunta es: ¿hasta qué punto los qumranitas consideraban como “bíblico” (es decir, con autoridad escritural) al Libro de los Jubileos?

No caben demasiadas dudas al respecto: evidentemente, para ellos este texto era “escritura autoritativa”. Tenemos varias dudas sobre qué otros libros recuperados en Qumrán podían haber sido elevados a la categoría de “bíblicos” por los qumranitas, pero es casi seguro que Jubileos y Enok, por lo menos, sí gozaron de semejante reconocimiento.

Eso explica el por qué de las profundas diferencias que el Qumranismo mantuvo con el resto del Judaísmo de su época, y que debieron ser la continuidad de las diferencias que los judíos apocalípticos anteriores a la Guerra Macabea mantuvieron en su momento.

Entre los Rollos del Mar Muerto se recuperaron alrededor de 900 libros diferentes. De estos, alrededor de 250 son copias de libros bíblicos. Los demás son textos que, hasta mediados del siglo XX, nos eran completamente desconocidos. Ahora bien: cuando decimos que varios de ellos son copias de “libros bíblicos”, lo decimos tomando como parámetro la Biblia tradicional, es decir, la Biblia heredada del Fariseísmo. Pero qumranitas y fariseos fueron antagonistas irreconciliables. Entonces, queda la duda: ¿los qumranitas consideraban “bíblicos” todos los libros de la Biblia Farisea, o excluían a algunos? Por lo menos, parece ser que Ester no estaba incluido, ya que no se han hallado copias de ese libro en Qumrán. Eso no significa que no las hubiera, pero por lo menos hace evidente que no fue un libro del que se molestaran en tener suficientes copias.

Por supuesto, el recuento estadístico no es algo que nos permita sacar conclusiones definitivas, pero no deja de ser significativo que entre los Rollos del Mar Muerto se hayan recuperado 24 copias del Génesis, 18 del Éxodo, 17 del Levítico, 11 de Números y 33 del Deuteronomio. Es evidente que los cinco libros de la Torá representaban una gran importancia. En contraste, de Josué sólo se han recuperado 2 copias, de Jueces 3, de Rut 4, de Samuel (I y II) 4 también, de Reyes 3, y de Crónicas y de Esdras sólo una de cada uno. En ese marco, es muy significativo que del Libro de Enok se hayan recuperado fragmentos de 12 copias, y de Jubileos de 15. Es evidente que se les tenía en mayor estima que a Josué, Jueces, Rut, Samuel, Reyes y Crónicas.

Lo interesante es esto: los datos estadísticos sobre la cantidad de copias de cada libro que se recuperaron en Qumrán, más lo que sabemos sobre las grandísimas diferencias en ciertos temas (como el del Calendario), demuestran que el concepto de “Biblia” que tuvieron los qumranitas fue muy diferente al el resto de los judíos de su época. En términos concretos, se puede afirmar que tuvieron otra Biblia.

¿De dónde la obtuvieron?

Por supuesto, se trata de una pregunta de lo más difícil. Debido a que estamos hablando de una tradición disidente, la documentación que se ha recuperado tiene muchos huecos. Gracias a los Rollos del Mar Muerto podemos reconstruir con bastante certeza todo lo que tiene que ver con el período que va desde el ao 150 AEC hasta el 70 EC, pero tan grande como es la abundancia de datos sobre esta etapa, es la carencia de ellos para la etapa anterior. Lo que podemos decir sobre los libros de esta tendencia disidente entre los años 539 y 150 AEC apenas es lo que se puede deducir de los libros posteriores. Y no es mucho.

Hay otro problema: según la propia narrativa de la secta de Qumrán, fue su líder –el Maestro de Justicia– quien restauró las escrituras “por revelación” divina. Si nos atenemos a esa narrativa, lo que sucedió fue que después de la Guerra Macabea, y ante los destrozos causados por los sirios, el grupo Fariseo intentó resolver la pérdida de documentos sagrados por medio de las copias preservadas por la comunidad judía de Babilonia, el grupo Helenista hizo lo propio por medio de las traducciones preservadas en Alejandría, y el grupo qumranita literalmente se inventó sus propias escrituras gracias a la “revelación” que tuvo su líder.

Naturalmente, es una explicación demasiado simplista. Hay varios detalles en la literatura qumranita que, sin duda, nos remiten a la existencia de una tradición escrita anterior. Así que debe descartarse que el Maestro de Justicia simplemente alucinara una Biblia. Es más factible suponer que la pretendida revelación fue, más bien, para reconstruir el orden “original” de lo que debió ser una gran cantidad de información fragmentaria y desordenada.

Fue una situación similar a la del tiempo de Ezra, pero resuelta de tres maneras distintas. Después del exilio en Babilonia, Ezra debió encontrar las copias de los textos sagrados judíos en un situación deplorable. Luego entonces, él y sus escribas se dedicaron pacientemente a restaurarlo todo. Después de la Guerra Macabea, los sobrevivientes de todos los grupos judíos debieron encontrarse con una situación similar. En su proceso de recomponer las cosas, los judíos que le dieron forma al Fariseísmo se apoyaron en la comunidad de Babilonia, cuyas copias estaban intactas. Los judíos helenistas hicieron lo mismo, pero apoyándose en la comunidad de Alejandría, aunque fueran traducciones al griego. Pero el grupo disidente que se estableció en Qumrán propuso una reconstrucción de las escrituras comletamente original, que incluso debió parecerle bizarra a los demás grupos judíos. ¿La razón? Simple: la metodología de reconstrucción habría tenido una alta dosis de arbitrariedad, producto del exaltado carácter “místico” del líder del grupo.

Un excelente ejemplo para mostrar lo complejo que es este tema es, otra vez, el del Calendario. Ya mencionamos que el Calendario que se expone en el Libro de los Jubileos es de 364 días. ¿Ese calendario ya existía desde los tiempos anteriores a la Guerra Macabea, cuando se elaboró la primera versión de los Jubileos, o se inventó después, concretamente en la secta de Qumrán? La literatura qumranita apela a que es el “calendario original”, y sus patidarios actuales creen que se trataría de un Calendario Sacerdotal judío muy antiguo (probablemente, el original del pueblo de Israel). Lógicamente, asumen que la versión original de Jubileos ya lo exponía, y varios especialistas afirman que las referencias calendáricas que encontramos en la Torá, Ezequiel, Hageo, Zacarías, Cronicas y Esdras-Nehemías, corresponden a este calendario.

Por supuesto, hay otros especialistas que lo rechazan tajantemente, debido a que más allá de las especulaciones que se puedan hacer por medio de cálculos con ciertos datos ofrecidos por la Biblia (por ejemplo, las cifras de días y meses que hay en el relato del Diluvio), no existe evidencia arqueológica que sustente la idea de que en el antiguo Israel se usó un Calendario Solar que luego cayó en desuso. En contraste, se ha podido demostrar que el sistema calendárico vigente en el Judaísmo actual (el que fue tan ferozmente criticado por el Libro de los Jubileos) es más antiguo de lo que se creía, y data de casi dos siglos antes del exilio en Babilonia.

Lo más lógico sería suponer que la Biblia de los qumranitas fue una extraña mezcla de información antigua con un exaltado –y hasta irracional– misticismo. No se debe descartar que mucha de la información que disponían proviniera de mucho antes de la Guerra Macabea; pero tampoco se debe olvidar que eran una secta apocalíptica, y eso significa –por antonomasia– que sus “grandes verdades” no eran resultado del estudio o la erudición, sino de las “revelaciones” celestiales que recibían sus líderes.

Lo que sí conocemos es el resultado: una secta con una Biblia completamente diferente, coherente con las pretensiones extremistas del grupo. Por ello, su radical aislamiento en el desierto aledaño al Mar Muerto, y su ideología radical y poco a nada realista.

Paradójicamente, ha sido gracias a ellos que los especialistas han podido reconstruir de un modo bastante general el proceso de evolución del texto bíblico.

¿A qué me refiero con esto?

Veámoslo así: ya hablamos de una guerra de Biblias. La pregunta obligada sería: ¿cuál de todas estas facciones tenía la Biblia “original”? Una cosa es segura: los qumranitas no. Ellos, por vocación, mantenían una tendencia disidente.

Sin embargo, los cientos de manuscritos bíblicos que nos heredaron (aunque no hubiesen considerado a muchos de ellos como “bíblicos”) nos ha permitido profundizar en el análisis filológico, lo suficiente como para reconstruir gran parte del proceso de evolución del texto bíblico.

En la próxima nota vamos a comenzar a abordar este asunto que, por cierto, ha sido el motivo de una agria discusión entre cristianos y judíos durante varios siglos.

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