Para cada mitzvá (mandamiento) existe una razón colectiva por la que se hace y una razón individual o personal por la cual el individuo ha decidido integrar esa acción a su vida diaria. Los disfraces de Purim siempre han sido para mí uno de los momentos más importantes en el año.

Purim es la fiesta que me impulsó a buscar quién soy, me ayudó a aceptarme y redirigió mi vida a un camino espiritual.

Purim como fiesta es la aceptación absoluta de la persona y el epítome de la pluralidad en el judaísmo.

Sucede en el mes de Adar, el día 14 para ser exactos. Este mes es representado a través del elemento del agua, un elemento que en la Kabalá simboliza la Torá, la corporalidad y el placer. Es la fiesta del cuerpo y del gozo:

En ella comemos hasta reventar, bailamos hasta que no aguantamos los pies, damos regalos, disfrutamos de obras, nos disfrazamos, hacemos ruido y gritamos. Definitivamente es la fiesta más alegre y desaforada del año.

Celebramos con el cuerpo porque en ese día hace miles de años quisieron aniquilarnos exterminando nuestro cuerpo. Exploramos todos los rincones y sensaciones a los que podemos llevarlo. El día previo a la fiesta ayunamos; en el día mismo de la fiesta comemos, bailamos y bebemos. Es decir, conocemos tres estados distintos del cuerpo: la fortaleza de la autolimitación, la alegría explosiva de la expresión y la confusión de la ebriedad, cosa muy restringida durante el resto del año.

Los rabinos del Talmud comparan a Purim con Yom Kipur, el día más sagrado en el judaísmo. Y ciertamente tienen un parecido: los dos son la elevación máxima del cuerpo y del pueblo de Israel, pero a través de medios opuestos.

El día previo a Purim empieza con un ayuno y termina con una comida festiva, mientras que el día previo a Kipur empieza con una comida festiva y termina en un ayuno. En Kipur el cuerpo se eleva a través del arrepentimiento y la limitación; ayunamos para expiar nuestras culpas y conocer la fuerza interna que podemos generar a través de restringirnos. En cambio en Purim el cuerpo se eleva a través de la alegría y la liberación de los placeres, conocemos la fuerza interna que podemos alcanzar a través de perder el control, romper las fronteras físicas y explayarnos en nuestro cuerpo.

Los rabinos dicen que Purim puede llegar a ser más sagrado inclusive que Kipur, porque es más difícil hacer sagrado el placer que hacer sagrados el arrepentimiento y la misericordia.

Ambos días hablan del amor eterno que D-os tiene por el pueblo de Israel y resaltan el hecho de que el destino de todas las cosas y la suerte están en las manos de Hashem.

En Kipur, recordamos que D-os decide perdonarnos: Tras el becerro de oro los judíos íbamos a ser aniquilados porque cometimos una falta tan grande que dejamos de tener sentido en este mundo. Gracias a que Moisés intercedió por nosotros y a que mostramos el arrepentimiento debido, D-os decide salvarnos y restablecer su pacto con nosotros. Es decir, aquello que estaba destinado a suceder por justicia divina fue anulado por misericordia divina: la suerte, el destino cambió.

En Purim, el pueblo de Israel estaba destinado a morir a manos de Hamán el malvado, había un edicto real que así lo pedía, había signos en la suerte que así lo marcaban. Sin embargo, gracias a una serie de acciones aparentemente fortuitas fuimos salvados. En ambos casos D-os cambió la suerte por nosotros; en ambos casos fueron días de salvación y de alegría.

En Purim tenemos una costumbre para festejar los reveses de la suerte que D-os ejecuta por el bien del mundo: nos disfrazamos para recodar que D-os oculta su rostro al mundo, sin embargo sigue siendo dueño de la suerte. Es decir D-os está con nosotros en nuestro día a día aunque a veces todo parezca indicar que no es así, aunque a veces todo sea oscuro y cambiante, el bien se encuentra oculto tras la apariencia, los giros que da el destino los mueve la mano divina.

Sin embargo nosotros tenemos que ser merecedores de ese giro y participar dentro de él: En Kipur, el pueblo se arrepiente, abandona la idolatría y Moisés intercede por ellos. En Purim, el pueblo ayuna, abandona las costumbres persas y Esther intercede por ellos.

Cada vez que llegamos a los días de fiesta, no sólo debemos recordar los cambios que hicieron nuestros antepasados, sino vivir un cambio interno. Esto se logra a través del conocimiento de uno mismo y la introspección.

En Kipur es muy claro qué te lleva a ese camino: debemos pensar en todas las transgresiones que hicimos en el año contra nosotros mismos, contra D-os y contra los hombres, arrepentirnos y expiarnos de ellas, perdonarnos. Es evidente que dicho proceso involucra el conocimiento de uno mismo, de sus errores y un proceso de reconciliación final. Sin embargo ¿Purim también? ¿cómo es que comer, emborracharte y bailar te lleva a un conocimiento de ti mismo, a un estado más elevado?

La razón es que cuando las reglas sociales se relajan nos encontramos con quien realmente somos. Nos conocemos fuera de las presiones sociales y aprendemos a aceptarnos. Cuando nadie te juzga por lo que haces, cuando escondes tu rostro, la única persona en el cuarto eres tú. En Purim están solos tú y D-os.

Esa es la segunda razón por la que nos disfrazamos, porque escondiendo nuestra apariencia encontramos nuestra esencia. Es decir, nos tapamos para desnudarnos.

También por eso bebemos, porque al perder control sobre nosotros, emerge nuestro verdadero rostro, surgen los conflictos que nos negamos a ver en el día a día y asoma también nuestra parte más irracional, aquella que sentimentalmente está unida a D-os, aquella que es mística, que excede la razón y se encuentra en el presente.

Estas dos razones combinadas en una sola son mi razón personal. Yo me disfrazo en Purim para conocerme.

Tengo dos formas de hacerlo: Una es disfrazarme de un personaje que admiro o deseo ser, pienso en la historia que tuvo, cómo hizo de sus defectos su fortaleza; qué fue lo que tuvo que dejar ir para adquirir aquello que quiero imitar en mi persona, qué tengo que abandonar yo y qué tengo que integrar. Disfrazarme y bailar con ese personaje es una forma de aceptar que tengo el potencial para convertirme en quien quiero ser, también es una forma de internalizar aquello que es externo.

La segunda forma es la que más he usado: Pienso en mis errores y mis defectos; las cosas malas que he hecho y se han repetido a lo largo de los años, cosas que me afectan y quiero dejar por completo. Entonces pienso en el personaje que representa de mejor manera esa característica mía, pienso en las virtudes y los defectos de ese personaje, cómo se correlacionan. Recuerdo que no hay nada completamente malo, ni completamente bueno, en el mundo, todo puede ser usado para acercarse a D-os, la bondad absoluta, o para alejarse de Él.

Me vuelvo a decir que mis pecados se pueden volver mis méritos y en los terrenos más dolorosos y más íntimos de mí ser vuelvo a ver lo que buscaba cuando actué de esa forma, rescato lo más bello y me perdono.

Me disfrazo de mi personaje, al verme en el espejo saludo a mi monstruo interno y lo invito a que bailemos juntos.