KHADIJA KHAN

¿Por qué algunas mujeres que creen en la igualdad de derechos de las mujeres eligen como portavoz a alguien que un minuto presume de “patriotismo” por su supuesto disenso, y al siguiente defiende que se le corte los genitales a otras mujeres? Es como elegir a un verdugo para hacer campaña contra la pena de muerte, o al jefe del ISIS para defender los matrimonios homosexuales.

Los principios del “disenso”, de los cuales afirman sentirse tan orgullosas, y de haberlos tomado prestados de fuentes religiosas, son los valores del mundo liberal moderno y los derechos humanos: justo esos valores que parecen estar intentando destruir.

Y de repente, intentan imponer la ley islámica de la sharia en Occidente. Por desgracia, la sharia es abiertamente contraria a los valores occidentales y los derechos humanos.

¿Cómo es posible que religiones que creen en la dominación de los demás puedan llamarse progresistas, cuando todo su discurso va contra el espíritu de la tolerancia y la coexistencia social?

Los defensores de la sharia siempre han dicho que desean establecer una forma “justa” de gobierno, creado por las leyes divinas, y con ese supuesto fin implantan su conjunto de normas –como la de no permitir el debate o la crítica sobre sus creencias, o la segregación por sexos– para destruir las democracias modernas.

Debe de ser muy cómodo manifestarse en Washington, defender que a otras mujeres –que están muy lejos– se les mutilen los genitales, las casen desde niñas y sean golpeadas y violadas en casa y, al mismo tiempo, dentro del perímetro seguro de Washington, guardar silencio sobre los problemas de verdadero maltrato generalizado: flagelaciones; caras quemadas con ácido; cercenamiento de miembros o cabezas, o gente quemada, ahogada o enterrada viva.

Esas mujeres con hiyab que se manifiestan en Washington no tienen que vivir en esa “utopía”. Viven cómodamente en el “infiel Occidente”, protegidas de tales barbaridades.

Los valores que disfrutan aquí son los valores del mundo ilustrado, y no tienen nada que ver con la cultura que están tratando de imponer a otras.

La cultura que está permitiendo que mujeres como Linda Sarsour grite ante los micrófonos no es necesariamente la cultura en la que creen estas mujeres; a menudo es sólo la cultura que están utilizando para promover ideas totalitarias como la del antisemitismo, la intolerancia religiosa y la imposición de creencias teocráticas mediante la infiltración o la fuerza.

La cultura a la que dice aspirar Sarsour permite la mutilación de las mujeres, pero no permite a las mujeres elevar la voz, y mucho menos hablar ante micrófonos. De ahí que deba sus actuales privilegios a su identidad estadounidense.

Sarsour dijo en un tuit el 13 de mayo de 2015: “Sabréis que estáis viviendo bajo la ley de la sharia si de repente todos vuestros préstamos y créditos no tienen intereses. Suena bien, ¿verdad?”

Después, el 29 de abril de 2014, tuiteó: “@RobertWildiris No bebo alcohol, no como cerdo, sigo el estilo de vida islámico. Eso es la ley de la sharia, nada más”.

Estaría bien si las únicas exigencias de la sharia fuesen evitar el alcohol o el cerdo; resulta, sin embargo, que hay un océano de cosas que se deben y no se deben hacer que entran en la categoría de “Sigo el estilo de vida islámico”.

El océano que Sarsour nunca se molestó en mencionar va de los palacios saudíes a las cuevas de Afganistán y Raqa.

La cultura que Sarsour quiere imponer al mundo –junto a las promesas de no aplicar intereses a los préstamos– no es la de las mujeres que interactúan con hombres que no son su familia, conducen coches, montan en bicicleta, acuden a eventos deportivos, salen de casa sin permiso, o se maquillan y se visten dejando ver partes de su cuerpo, y no digamos las que se dirigen a multitudes.

Las mujeres necesitarían cuatro testigos masculinos para demostrar una violación para no arriesgarse a ser lapidadas hasta la muerte por “adulterio”.

¿De verdad cree Sarsour que la gente se ha vuelto tan loca que va a renunciar a todas sus libertades civiles, que sus antepasados ganaron a lo largo de los siglos, simplemente por acceder a préstamos sin intereses?

Lo hipócrita es que su llamativo estilo de vida en EE.UU refleja que, en el fondo, ella misma odia las restrictivas condiciones que le gusta promover para las pobres mujeres del mundo musulmán que sí tienen que vivir con ellas.

¿De verdad querrían pasar estas mujeres con hiyab unas semanas bajo los regímenes totalitarios de los que presumen?

Tres jóvenes británicas que atendieron la llamada del líder del ISIS Abú Bakr al Bagdadi se introdujeron en Siria para unirse a la yihad, y acabaron desesperadas por el error que habían cometido. Se cree que una de ellas está muerta.

Kadiza Sultana, Shamima Begum y Amira Abase, intoxicadas por la propaganda del ISIS, entraron en Siria para unirse a la sagrada misión y ser novias del ISIS.

Se reportó que Sultana había muerto en un ataque aéreo ruso; estaba muy asustada para tratar de escapar del ISIS, temiendo las torturas extremas y la ejecución pública si la atrapaban.

Las otras dos jóvenes siguen en paradero desconocido, más allá de algún contacto inusual entre ellas y sus familias.

Sophie Kasiki, una joven francesa que también logró escapar del bastión del ISIS en Raqa con su hijo de cuatro años, dijo que corría peligro de muerte si la sorprendían intentando salvar a su hijo. Definió el suplicio de pertenecer al ISIS como “un viaje al infierno del que no parecía haber vuelta atrás”.

Samra Kesinovic, una australiana de 17 años, fue al parecer golpeada hasta la muerte por combatientes del ISIS cuando trataba de huir, después de que su compañero la “regalara” como esclava sexual a otro combatiente del ISIS.

La ironía es que Linda Sarsour y sus seguidoras dicen que adoran a Hamás y los califatos, como el establecido por Abú Bakr al Bagdadi, y los regímenes saudíes e iranís, pero por supuesto, no viven en ellos.

Sarsour, sin duda, ha sido puesta al frente por hombres, para promover una imagen más suave, ya que ellos no pueden presumir de los derechos que les están dando a sus mujeres.

Provengo de una sociedad musulmana conservadora, y sé que la cultura que Sarsour anhela jamás le permitiría ejercer su activismo sin el permiso de sus hombres “guardianes”.

Cómo es posible que olvidara decir que, en Arabia Saudí y muchos otros estados musulmanes, su tipo de activismo le costaría a una mujer su familia, su honor, y probablemente su vida.

Un tribunal en el estado de Washington suspendió el veto a los viajeros de siete países predominantemente musulmanes impuesto por el presidente Trump la semana pasada.

¿Se atrevería algún juez o persona influyente a contravenir la orden de, por ejemplo, el rey saudí, un consejo de la sharia en Irán, un miembro de la familia real de un país de Oriente Medio, una dictadura militar o a los líderes de Hamás tan admirados al parecer por Sarsour?

Ni en tus peores pesadillas podrías imaginar el disenso en esos territorios que aplican la sharia; pero sí, en Estados Unidos y Occidente se permite el disenso, y la gente tiene libertad para decir lo que piensa.

Estos no son los valores de la tierra extranjera a los que ella profesa admiración; la gente de Occidente luchó por ellos y los conquistó con su sangre.

El romance unilateral de los progresistas con los extremistas jamás servirá al propósito de promover la igualdad.

De hecho, podría ser contraproducente. En Egipto, los conservadores utilizaban a las mujeres como manifestantes para derrocar el régimen de Hosni Mubarak, pero una vez que los Hermanos Musulmanes, que impulsaron el régimen de Morsi, se hicieron con el control, todo el mundo vio estupefacto cómo imponían la ley de la sharia a todo el mundo; sobre todo a esas mujeres. El régimen de Morsi castigó después a las mujeres que habían protestado contra la sharia de estilo iraní que estaba imponiendo.

Los mismos imanes que encendieron el ánimo de la revolución de Egipto lanzaban después fetuas [opiniones religiosas] para violar a las mismas mujeres que se habían manifestado por las calles en defensa de sus derechos. Según Al Arabiya:

Un predicador salafista egipcio dijo que violar y acosar sexualmente a las manifestantes de la plaza Tahrir de El Cairo está justificado, llamándolas “cruzadas” que “no tienen vergüenza, ni miedo y ni siquiera son feministas” (…). Abú Islam añadió que esas activistas estaban yendo a la plaza Tahrir no a protestar, sino a que se abusara sexualmente de ellas, porque querían que las violasen (…). Y por cierto, el 90 % de ellas son cruzadas y el restante 10 % son viudas que no tienen a nadie que las controle.

En torno al 80 % de las mujeres sufrieron abusos en una sola noche, cuando el Gobierno de Morsi fue expulsado y la gente salió a celebrar su salida.

Esos son los puntos de vista que Sarsour está intentando vender.

Los mismos hombres a los que tratan de dar poder los izquierdistas y progresistas, una vez entronizados, los declararían apóstatas y les infligirían los peores castigos imaginables por los “crímenes” que están cometiendo al promover el conjunto de valores que según ellos traerían armonía al mundo.

Las voces disidentes de los oprimidos están luchando en dos frentes. Están siendo aplastadas por sus propios regímenes totalitarios y, al mismo tiempo, por los apólogos de estos tiranos a los que estas marchas están reforzando, probablemente sin ser siquiera conscientes del inmenso daño que están causando.

 

 

Fuente:es.gatestoneinstitute.org