ANA JEROSOLMINSKI

Todavía existen… sí… los ignorantes o simplemente mal intencionados, que creen legítimo negar la Shoá (el Holocausto), alegar que nunca ocurrió. “Alegar” decimos, ya que cuesta creer que alguien medianamente normal en el mundo de hoy, realmente crea serio decir que el Holocausto no ocurrió. Es que ni siquiera es necesario haber estado allí, junto a las vías de los trenes de la muerte, en lo que quedó de las cámaras de gas y los hornos de restos humanos, para saber que los nazis asesinaron a la tercera parte del pueblo judío, seis millones de personas, entre ellas un millón y medio de niños.

Los propios asesinos se preocuparon de documentar todo y organizar tan meticulosamente su máquina de la muerte, que es imposible siquiera confundirse.

Y todavía hay quienes amparados en el anonimato de las redes, osan escribir -por ejemplo al surgir polémicas relacionadas a Israel, el Estado judío- cosas como “lástima que Hitler no los mató a todos”.

Son ignorantes que no comprenden que el antisemitismo, más que un problema de los judíos, es un problema de la sociedad en cuyo seno crecen quienes cultivan un odio irracional. La discriminación comienza con un grupo-generalmente, sí, con los judíos- y jamás termina en él. Y hoy, al conmemorarse Yom HaShoa, el Día del Holocausto, es el momento de volver a recordarlo. Hace unos años, el Museo Recordatorio del Holocausto Yad Vashem en Jerusalem inauguró la versión en idioma persa en su página web. Eran los tiempos de Mahmud Ahmadinejad como Presidente de Irán, que pasaba diciendo que el Holocausto era un invento de los judíos. En la ceremonia de lanzamiento de la página, conocimos a Rita Weiss, sobreviviente de la Shoá, que llegó acompañada por su nieta Limor. La historia de sufrimiento y posterior salvación de Rita era uno de los testimonios incluidos en la nueva página en persa.

Recordamos lo primero que nos dijo al concedernos una entrevista. Imposible olvidarlo.

“Quisiera decirles algo a Ahmadinejad y todos los que desmienten el Holocausto: Si la Shoá nunca ocurrió ¿dónde está toda la familia que perdí? ¿Por qué me quedé sola? ¿Dónde desapareció mi familia, mi papá, mi mamá, mis ocho hermanos y hermanas con sus hijos… 29 personas en total? Y eso, sin contar a todos mis tíos, tías, primas… con ellos éramos más de cien. ¿Dónde desaparecieron? El 6 de junio de 1944 llegaron en tren a Auschwitz y nunca más los vi. Nadie se salvó. Fueron directo del vagón, a los crematorios”.

Por si alguno lee y quizás en algún lugar recóndito de su alma entiende que no está mal aprender, es oportuno recordarlo también hoy.

También bastaría con el testimonio de Frida Kovo de Medina, a quien entrevisté hace muchos años en Tel Aviv, una señora de amplia sonrisa nacida en Salónica, que contaba con la voz entrecortada cómo al llegar a Auschwitz y ser separada de sus padres de inmediato, creyó que los vería pronto… y al pasar los días, se encontró por azar con una conocida de su barrio a la que le preguntó si sabía algo de ellos… La otra joven le señaló las chimeneas de los crematorios y le explicó el por qué del terrible hedor que se sentía en el campo: “Tus padres, los míos, los de todos, salieron por allí”.

O quizás ayudaría escuchar lo que me contó hace un tiempo Moshe HaElion, hoy de 92 años, también de Salónica, que tenía 16 años cuando los nazis entraron a su Grecia natal. Fue este domingo por la noche uno de los sobrevivientes que encendió una antorcha en recuerdo de las víctimas, en el acto inaugural de Yom HaShoá en Jerusalem. Cuando se encontró en Auschwitz con un ex compañero de estudios que había estado en Birkenau, le preguntó si había visto a su madre y hermana. Su amigo respondió negativamente. “¿Cómo puede ser?”, insistió. “¿El lugar es tan grande?”. “No”, dijo el amigo. “Es que no las podía ver”. “¿Por qué no?”, insistió Moshe. “Porque las mataron”, respondió su amigo. “Matan a la gente en cámaras de gas y luego las queman en los crematorios”.

Moshe frunció el ceño al llegar a esta parte del relato. Suspiró hondo y continuó. “¿Las mataron? ¿Pero tú estás loco? ¿Cómo puede ser algo así? ¿Que el pueblo alemán, tan culto, haga algo así?”. Y agregó: “Pero de a poco entendí cosas que antes no quería ver…y comprendí que habían matado a toda mi familia”.

Este lunes, en el Día Recordatorio del Holocausto, Yom HaShoá, claro está que la programación en los medios de comunicación de Israel es monotemática. Entre muchos otros testimonios transmitidos, intercalados entre los informes sobre las ceremonias solemnes en todo el país, oímos el de una mujer cuyo nombre no alcanzamos a captar.

Una sobreviviente de la Shoá. Contó que no recuerda siquiera a sus padres, de los que fue separada muy pequeña. “Lo que me mantuvo viva toda la guerra, además del azar, fue la fe en que al terminar esa pesadilla, yo volvería a mi casa y me reencontraría con mis padres, porque seguramente, pensaba, mi mamita y mi papito me estarían esperando”. Una mujer ya muy anciana, menciona a sus padres y llora. “Pero la guerra terminó, yo logré al fin volver a mi casa…y no había casa, y lo peor… mis padres no estaban. Durante dos años creo que no hubo día que no llorara sin cesar. Me trataba de convencer de que mis padres seguramente me estaban buscando. Hasta que tuve que digerir que no los vería nunca más”.

Otro de los testimonios era el de una mujer que fue salvada por una familia cristiana que la crió y que ella siempre consideró como sus únicos padres. Se reencontró años después con sus raíces y finalmente llegó a la tierra de Israel, la Palestina del Mandato Británico, donde paulatinamente fue construyendo su vida, poco después ya en el Estado soberano de Israel. En Israel construyó una familia, sin poder recordar la suya propia, aunque agradecida a sus salvadores por siempre. “Mi hijo recién a los 13 años se enteró de que quienes creía eran sus abuelos, de hecho no lo eran. Nunca osé decirle la verdad. Es que me sentía avergonzada de reconocer que no tenía a nadie de mi sangre, que había quedado totalmente sola“, contó a la radio pública israelí.

Por si leen, los negacionistas, sean mal intencionados o simplemente ignorantes, por si leen los antisemitas, que sepan que esa gente vivió el infierno en la Tierra. Que fueron arrancados de la sociedad de la que eran parte, separados de sus familias, obligados a luchar contra la muerte, siendo afortunados los que lograron hallar escondites.

Que sepan que esa gente se aferró a la vida. Que los que tuvieron la suerte de sobrevivir, optaron por seguir adelante. Por construir y desarrollar un nuevo futuro. Sin olvidar y sin perdonar. Con pesadillas en las noches. Algunos sin hablar durante años porque no podían, porque les resultaba demasiado duro o porque querían que sus hijos crezcan sin traumas. Y sin buscar venganza, porque no existe venganza posible para tales horrores.

“Yo no entendía para qué quedé con vida, durante años me sentí culpable por ello, al recordar a todos los que habían muerto”, dijo en la radio pública israelí una sobreviviente que en el acto oficial del domingo de noche en Yad Vashem, habló en nombre de los que encendieron las seis antorchas recordatorias, una por cada millón de víctimas judías. “Pero cuando miro a mis hijos, mis nietos y mi bisnieto ya nacidos en el Estado judío, entiendo por qué no morí… y sé que cuando yo ya no esté, ellos seguirán recordando a los parientes asesinados que nunca conocieron, a todos los que yo perdí”.

Bendita sea la memoria de todos.