COREY KILGANNON

Una de las maneras en las que Werner Reich pudo soportar el infierno de los campos de concentración fue con un truco que le enseñó un prisionero con quien compartía litera: un mago apodado el Gran Nivelli, cuya historia es la inspiración de una obra teatral.

“A ver, escoge una carta”, dijo Werner Reich, mientras tomaba una baraja y hacía un abanico con ella en su hogar de Long Island. Estaba por demostrar un truco que había aprendido en un lugar que hace difícil pensar en la magia: las barracas de Auschwitz, el campo de concentración nazi.

Reich tiene ahora 89 años, pero en la primavera de 1944 era un adolescente esquelético y aterrorizado, que vivía hacinado junto con otros prisioneros judíos que veían cómo sus compañeros eran asesinados, o esperaban que les sucediera lo mismo a ellos.

El joven Reich compartía litera con Herbert Levin, un treintañero amable. Levin era un mago profesional con el nombre artístico de Gran Nivelli.

Reich lo conocía solo como Herr Levin —señor Levin en alemán— y evitaba llamarlo por el número que tenía tatuado en su antebrazo, que era una manera común de dirigirse a los prisioneros en el campo.

La familia de Levin ya había sido asesinada, pero él logró sobrevivir a Auschwitz en parte porque hacía trucos de magia para los guardias del campo. La historia de Levin fue inspiración de la obra teatral Nivelli’s War, cuya puesta en escena en las afueras de Broadway termina este domingo 7 de mayo.

Tanto Levin como Reich sobrevivieron al Holocausto y se mudaron a la ciudad de Nueva York, aunque nunca se reencontraron.

El primero siguió trabajando como el mago Nivelli, nombre que surgió al escribir su apellido al revés. Cuando falleció en 1977, Reich vio su obituario en una revista para magos. El artículo hablaba del tiempo que Levin pasó en Auschwitz y mencionaba el número tatuado en su antebrazo: A-1676.

Era muy parecido al de Reich: A-1828. En su casa en Long Island, Reich se arremangó para mostrármelo. Le comenté que se veía desteñido.

“Yo también lo estoy”, dijo con una sonrisa.

Pero sus memorias de Auschwitz son indelebles. Todavía recuerda la ternura casi paternal y el aire de elegancia de Levin, al igual que la baraja sucia que usaba para practicar sus trucos en la litera, acolchonada con paja y yute. Diez hombres compartían la litera en unas barracas ubicadas muy cerca de las cámaras de gas y de los hornos crematorios encendidos día y noche.

“Todavía escucho los gritos y siento que huelo a los cuerpos quemándose”, dijo Reich.

Sin embargo, en medio de los horrores, el prisionero A-1676 le enseñó al A-1828 un simple truco de cartas cuando ambos vestían aquel uniforme a rayas.

“Se me quedó pegado”, dijo Reich, mientras hacía ese mismo truco; esta vez no en la barraca de un campo de concentración, sino en un sofá de piel color blanco en su hogar en Smithtown, Nueva York. “Este hombre quizá se tardó un minuto en enseñármelo, pero todavía me acuerdo”.

Levin sobrevivió a Auschwitz ganándose el favor de los guardias con las cartas, monedas y pedazos de listón. Reich lo hizo porque tenía fuerza física y muchísima suerte.

Una infinidad de prisioneros murieron seleccionados por Josef Mengele, conocido como el Ángel de la Muerte por sus horribles experimentos con los reos.

Reich recuerda que les pidieron que se desnudaran y corrieran para mostrar su físico frente a Mengele, quien seguía bromeando con los guardias mientras señalaba a quién quería enviar a su muerte. Reich y una decena de personas más pudieron seguir viviendo.

“Corrimos por nuestras vidas”, dijo Reich. “Intentamos vernos más grandes, más fuertes. Sonreíamos y hacíamos de todo para parecer que podíamos trabajar”.

Reich estuvo internado durante dos años en varios campos y fue forzado a participar en una de las “marchas de la muerte” a través de la nieve. Cuando tenía 17 años y pesaba 30 kilos llegó al campo de Mauthausen, en Austria, que fue liberado por las tropas estadounidenses en mayo de 1945.

Primero vivió en Londres donde conoció a su esposa, Eva, una mujer judía que también había sobrevivido a los campos. Criaron a dos hijos juntos; ella falleció de cáncer en diciembre.

Reich contó un poco de esta historia en el escenario de La guerra de Nivelli, después de la primera función. Pero dijo que estaba decepcionado de que la obra hablara de un personaje que estuvo internado en los campos y no mencionara el holocausto. Lo llamó un “sacrilegio”.

El director de la obra, Paul Bosco McEneaney, fundador de una compañía teatral para niños en Belfast, Irlanda del Norte, dijo que descubrió la historia de Levin en 2011. Le pidió al dramaturgo inglés Charles Way que escribiera la obra, pero no como una obra histórica, sino “como una pieza de teatro que hable de dos personajes que, pese a odiarse mutuamente en un comienzo, llegan a tener una nueva relación con diferentes significados para ambos”. La obra habla de un niño, Nivelli, que sobrevive los bombardeos de Frankfurt y llega a depender de un extraño rodeado de misterio que usa trucos de magia para que ambos puedan sobrevivir y el niño pueda reunirse con su madre.

El nombre de Nivelli, explicó McEneaney, no fue usado para el personaje con la intención de describir su historia, sino para respetar y honrar la forma en que un acto de bondad puede generar una amistad que no podría darse de otro modo.

La obra también hace referencia a la situación mundial de los refugiados y al conflicto entre los irlandeses y británicos en Irlanda del Norte, dijo el director. La intención al incluir algunas pocas alusiones al holocausto, añadió, tiene como fin motivar a los espectadores más jóvenes a que pregunten sobre las historias de personas como Levin y Reich.

Reich admitió que él es muy sensible cuando se trata de cualquier representación remotamente vinculada al holocausto.

Durante los últimos 25 años ha viajado a diferentes lugares para hablar sobre su experiencia allí. También habla sobre su vida adulta: Reich empezó siendo un empleado fabril sin ninguna educación, se graduó de una universidad local en Manhattan y se convirtió en ingeniero.

Nunca dejó de practicar magia, algo que atribuyó a haber conocido a Levin en Auschwitz. “Amábamos cualquier cosa que nos sacara de ahí, aunque fuera por un momento, que pudiera despejar nuestras mentes y hacernos olvidar las memorias y el horror que nos rodeaban”.

Fuente: New York Times