La relación que tenemos los judíos con la lluvia es bastante enigmática. Por un lado representa la relación del pueblo de Israel con D-os y por otro una fuerza que te puede aniquilar, como fue en su momento el Diluvio. En gran parte de nuestros rezos pedimos porque la lluvia caiga y alimente los cultivos, en su tiempo debido y con proporciones debidas. Se considera que en efecto la lluvia es el resultado de que D-os ha escuchado nuestros ruegos.

Hay un pasaje del Talmud que explica por qué a veces pedimos a D-os que minimice los ruegos de los mercaderes que viajan por el camino: la razón es que sus ruegos tienen más fuerza que los de cualquier otra persona y pueden llegar a pedir que no caiga la lluvia porque quieren proteger sus mercancías del agua. Sus ruegos podrían afectar al resto de los habitantes. A continuación se encuentra una historia del Talmud que trata el mismo tema. Esperamos les guste.

Llegaron las lluvias

Una fuerte tormenta dejó calado hasta los huesos al rabí Hanina ben Dosa cuando iba de viaje entre pueblo y pueblo. Frustrado, levantó los brazos al cielo y protestó:

– Señor del Universo, todo el mundo descansa, pero yo, Hanina been Dosa, me encuentro en esta confunsión.

No mucho después de haber hablado, las lluvias cesaron.
Cuando por fin llegó a casa al finalizar su viaje, el rabí elevó los brazos al cielo y dijo:

– Señor del Universo, todo el mundo está en confusión, pero yo Hanina ben Dosa, por fin descanso.

Y las lluvias comenzaron de nuevo.
Un rabino preguntó:

– ¿Qué nos enseñan las plegarias de Hanina ben Dosa?

Y otro le explicó que las plegarias ofrecidas por un viajero tienen prioridad sobre las plegarias de hasta el más piadoso y poderoso de los sacerdotes.

Talmud: Ta’anit 24b

Fuente: Parábolas del Talmud.