Enlace Judío México.- Trump debe decidir pronto si mudar la embajada. Hacerlo ayudaría a promover la paz.

EUGENE KONTOROVICH

Se espera que la visita del Presidente Trump a Israel la próxima semana lleve a algún anuncio sobre su política para Jerusalem. El viaje coincidirá con las celebraciones del 50° Aniversario de la reunificación de la ciudad después de la Guerra de los Seis Días. Apenas días después de la visita, el presidente tendrá que decidir entre desistir de una ley del Congreso o permitirle entrar en efecto y mudar la Embajada de Estados Unidos a Jerusalem desde Tel Aviv—como él prometió hacer el año pasado cuando aún no era electo.

Jerusalem es la única capital del mundo cuya condición es negada por la comunidad internacional. Para cambiar eso, en 1995 el Congreso aprobó la Ley de la Embajada en Jerusalem, la cual ordena mudar la embajada norteamericana a una Jerusalem “unificada.” La ley ha sido mantenida en suspensión debido a desistimientos presidenciales semi-anuales por razones de “seguridad nacional.” El desistimiento final del Presidente Obama expirará el 1 de junio.

No hay ninguna buena razón para mantener la charada que Jerusalem no es israelí y todas las razones para que Trump honre su promesa de campaña. Los argumentos principales contra mudar la embajada—adoptados por el establishment de política exterior—es que llevaría a terrorismo contra objetivos norteamericanos y debilitaría la diplomacia de Estados Unidos. Pero la base de esas advertencias ha sido socavada por los cambios masivos en la región desde 1995.

Si bien la cuestión palestina estuvo una vez en el primer plano de la política árabe, hoy los vecinos de Israel están preocupados por un Irán nuclear y los grupos islámicos radicales. Para los estados árabes suníes, la línea más dura de la administración Trump contra Irán es mucho más importante que Jerusalem. Para estar seguros, una decisión de mudar la embajada podría servir como un pretexto para ataques por parte de grupos como al Qaeda. Pero ellos ya están plenamente motivados contra los Estados Unidos.

Otra advertencia escuchada a menudo es que Estados Unidos estaría yéndose por las ramas si reconociera “unilateralmente” a Jerusalem cuando ningún otro país lo ha hecho. Un acontecimiento reciente extraordinario ha hecho discutible esa advertencia. El mes pasado Rusia anunció de pronto que reconocía a Jerusalem como la capital de Israel.

Noten lo que ocurrió después: Ninguna explosión de enojo en el mundo árabe. Ningún fin al rol diplomático de Rusia en el Medio Oriente. Ningún ataque terrorista contra blancos rusos. La drástica marcha atrás de Moscú con respecto a Jerusalem ha sido ignorada en gran medida por el establishment de política exterior porque éste refuta sus predicciones de violencia.

Cabe decir que Rusia limitó su reconocimiento a “Jerusalem occidental.” Aun así, cambió los parámetros de la discusión. Reconocer a Jerusalem occidental como israelí es ahora la posición de una potencia firmemente pro-palestina. Para mantener el rol distintivo estadounidense en la diplomacia meso-oriental—y para hacer algo histórico—Trump debe ir más lejos. ¿Estados Unidos quiere acabar con una posición menos pro-Israel que la de Vladimir Putin?

La respuesta norteamericana a ataques reales contra embajadas de Estados Unidos ha sido siempre enviar un mensaje claro de fuerza. Después de los bombardeos de 1988 de al Qaeda a las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania, Washington no cerró esas misiones. En su lugar invirtió en nuevas instalaciones fuertemente fortificadas—y en dar caza a los perpetradores.

Mudar la embajada a Jerusalem también mejoraría la perspectiva de paz entre Israel y los palestinos. Terminaría la dinámica perversa que ha impedido que tengan éxito tales negociaciones: Cada vez que los palestinos dicen “no” a una oferta, la comunidad internacional demanda un mejor acuerdo en su favor. No es sorpresa que no haya sido alcanzada ninguna resolución. Sólo la semana pasada, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abás, insistió en que las nuevas negociaciones “comiencen” con la oferta generosa hecha por el primer ministro de Israel, Ehud Olmert, en el 2008. Relocalizar la embajada demostraría a la Autoridad Palestina que el rechazo tiene costos.

Si Trump, no obstante, firma el desistimiento, él podría hacer dos cosas para mantener su credibilidad en el proceso de paz. En primer lugar, reconocer formalmente a Jerusalem—la ciudad entera—como la capital de Israel, y reflejar ese estatus en los documentos oficiales. En segundo lugar, dejar en claro que a menos que los palestinos se pongan serios acerca de la paz dentro de seis meses, su primer desistimiento será el último. Él debe establecer puntos de referencia concretos para que los palestinos demuestren su compromiso con las negociaciones. Estos incluirían terminar su campaña contra Israel en las organizaciones internacionales y cortar los pagos a terroristas y a sus parientes.

Este es el momento para que Trump muestre fuerza. No puede ser política estadounidense elegir reconocer o no una capital basados en cómo reaccionarán los terroristas—especialmente cuando ellos probablemente no lo harán.

 

Eugene Kontorovich es jefe de departamento en el Foro Político Kohelet y un profesor de derecho en la Universidad Northwestern.

 

Fuente: The Wall Street Journal

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México.