Enlace Judío México.-De pronto, los intelectuales meso-orientales están acudiendo a mí en busca de “verdad en el terreno.”

JONATHAN SCHANZER

Washington ha dejado de tratar de descifrar la “Calle Árabe.” Desde lo que puedo contar ocurrió en algún lugar alrededor del 9 de noviembre del 2016. Estados Unidos está probablemente está mejor por ello.

No estoy diciendo que debemos ignorar a la opinión pública en el mundo árabe. Ni debemos ignorar su política. El Medio Oriente, y lo que allí ocurre, es de interés crucial para los elaboradores de políticas e intereses norteamericanos.

Pero al menos desde que yo llegué a Washington en el 2002, el establishment de política exterior ha estado en una búsqueda quijotesca por aprovechar los pensamientos de un estimado de 365 millones de personas. Armados con lecciones de idiomas, libros de historia y títulos de posgrado, los analistas de Medio Oriente de Estados Unidos trabajaron arduamente para entender por qué las poblaciones árabes vitorearon los ataques del 11-S, abuchearon la invasión a Irak en el 2003 y derrocaron a los dictadores durante la Primavera Árabe. Yo estuve entre ellos, haciendo viajes a lugares peligrosos con la esperanza de que podría adquirir “verdad en el terreno” que ayudaría en la batalla de Estados Unidos por los corazones y mentes.

La única “verdad en el terreno” que pude discernir alguna vez fue que el mundo árabe es una mezcla compleja de identidades nacionales que son influenciadas fuertemente por el clan, la familia, la tribu y–por supuesto–la religión.

La gente habla diferentes dialectos y abraza diferentes culturas. Seguro, hay aspectos comunes entre los árabes, pero cuanto más viajas por la región, más te encuentras enfocándote en las diferencias.

No hay una “Calle Árabe”, de la misma manera que no hay una “Calle Principal” en Estados Unidos (consideren las diferencias entre la Ciudad de New York, Biloxi, Miss., Des Moines, Iowa, y Los Ángeles). Numerosas corrientes ideológicas corren a través de nuestros 50 estados y 320 millones de residentes. Sólo pregunten a los encuestadores quién se equivocó en noviembre.

En un giro de la suerte más bien poético, los árabes están ahora enviando delegaciones a Washington en su propia búsqueda por extraer la verdad en el terreno. Algunos han venido a visitarme. Otros han aparecido en otras tiendas de política en la ciudad. Las conversaciones varían, pero las preguntas son básicamente las mismas. Con las arenas políticas moviéndose drásticamente en Washington, los árabes están tratando desesperadamente de comprender el pensamiento del nuevo liderazgo, pero también el pensamiento de los estadounidenses promedio que fueron instrumentales en traer este cambio.

¿Puedo explicar lo que está ocurriendo en Estados Unidos en este preciso momento? Probablemente casi tan bien como los intelectuales árabes que intentaron explicarme cosas a lo largo de los años. Demografía cambiante, economía y religión todos desempeñan un rol. Pero aún tengo que leer una narrativa convincente que explique los cambios que han tenido lugar a lo largo de diversas poblaciones a escala nacional. No hay ninguna verdad en el terreno aquí tampoco.

En Washington arrecia el debate sobre si el cambio político que estamos experimentando es un cambio para bien. La historia juzgará. Pero el cambio en nuestra relación con los estados árabes resultante de ese cambio puede ser un acontecimiento positivo.

Estados Unidos es una superpotencia. Que nuestros burócratas y miembros de institutos políticos deban precipitarse a través del mundo árabe tratando de responder la eterna pregunta “¿por qué ellos nos odian?” siempre fue difícil de digerir. Apestaba a desesperación.

Hoy, Estados Unidos no se ha rendido con respecto a la opinión pública árabe tanto como ha sido distraído por la propia. Pero los árabes no deben confundir esto con indiferencia hacia la región. Los estadounidenses detestan al Estado Islámico y a Al Qaeda, y están profundamente alarmados por el impulso de Irán por armas nucleares y hegemonía regional. Sí arrecian debates amargos sobre si es en el mejor interés de Estados Unidos invertir sangre y dinero para dar forma al Medio Oriente, o si la región entera es un cenagal sangriento a ser evitado a toda costa.

La administración Trump está luchando con estos dos impulsos ahora mismo, después de una salva de misiles norteamericanos Tomahawk dirigida a castigar al dictador sirio Bashar Assad por usar armas químicas y demostrar que la tolerancia estadounidense tiene límites.

Ya sea que el presidente hunda a Estados Unidos en otro conflicto o decida sentarse fuera de este, la “Calle Árabe” no desempeñará ningún rol. En el Estados Unidos populista de hoy, la discusión ha cambiado de lleno, y lo que la gente aquí cree es en su interés nacional.

La mejor de las suertes a los burócratas y analistas políticos meso-orientales que están tratando de determinar exactamente lo que eso significa.

 

Jonathan Schanzer, ex analista en finanzas del terrorismo en el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, es vicepresidente principal de la Fundación para la Defensa de las Democracias.

 

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México