MICHELLE MAZEL

Sucedió hace casi medio siglo – hace 50 años para ser exactos – y uno tiende a olvidar los días de terror que precedieron a la reunificación de la ciudad.

El presidente egipcio Gamal Abdel Nasser impuso un bloqueo en el estrecho de Tirán en el Mar Rojo, impidiendo el acceso de buques israelíes a Asia y África; También ordenó a las fuerzas de paz de la ONU abandonar la península del Sinaí, donde se habían estacionado desde la guerra de Suez en 1956. El 5 de junio de 1967, cuando estalló la Guerra de los Seis Días, el gobierno de Israel tenía dificultades para informar al rey Hussein de Jordania que la guerra sólo estaba dirigida contra Egipto. Por lo tanto, no se preparó a la capital para un ataque. El repentino ataque de artillería jordano tomó a todos por sorpresa.

Al igual que la mayoría de los habitantes de Jerusalén, ese día salí a trabajar como de costumbre. Durante las primeras salvas me encontraba en la imprenta de la Casa de Gobierno situada en Baka. Nadie sabía qué hacer. En tanto que algunos empleados decidieron permanecer en el edificio, otros optaron por salir. Aunque mi hija de dos años de edad estaba bien cuidada, temía que se asustara y fui a buscarla. Un colega valiente me acercó a casa y empecé a caminar. Hacía mucho calor, había un olor penetrante a pólvora y las calles estaban desiertas. El sonido de las grandes armas se escuchaba de forma intermitente.

Llegué a casa justo cuando los vecinos se preparaban para entrar a una especie de refugio antiaéreo – una pequeña habitación en la planta baja, con paredes reforzadas y una puerta de acero que por lo general se utilizaba para almacenar basura. Se había limpiado apresuradamente pero no tenía ningún tipo de instalaciones, ni siquiera agua. No había ventilación adecuada, así que tuvimos que dejar la puerta entre abierta la mayor parte del tiempo. Siete familias habitaban el edificio con niños pequeños por lo que apenas había espacio para colchones. Por supuesto que todos los hombres estaban reclutados.

Nos acomodamos para pasar la noche sin esperanzas de poder dormir. Las colinas de Jerusalem reverberaban con fuego de artillería. La radio de Kol Israel enviaba mensajes alentadores, absteniéndose de proporcionar información alguna. Sin embargo, en el momento, la radio egipcia tenía emisiones especiales en hebreo, y se jactó de una serie de éxitos. Nos proporcionó cierto alivio cómico poco probable, diciendo que mientras que los israelíes estaban sufriendo, su primer ministro se hospedaba en un hotel de lujo “con su joven esposa.” Pero a medida que pasaban las horas, era cada vez más difícil bromear. Esperábamos que los aviones egipcios bombardearan la ciudad en cualquier momento. Alrededor de las dos o tres de la mañana Kol Israel anunció repentinamente que la fuerza aérea egipcia había sido eliminada totalmente. El alivio fue indescriptible y entonces logramos conciliar el sueño.

Mientras tanto, los refuerzos habían llegado a Jerusalén y se encargarían de los jordanos. El 7 de junio, sólo dos días después del comienzo de la guerra, un grito de alegría se escuchó por doquier: “Har habait beyadenu!” – ¡el Monte del Templo está en nuestras manos!

La guerra había terminado en Jerusalén, aunque el alto al fuego se alcanzó sólo el 11 de junio. El gobierno israelí tomó entonces una decisión trascendental y eliminó la separación entre Jerusalem oriental y occidental seguido por un evento extraordinario: decenas de miles de israelíes caminaban hacia el territorio que hasta ese momento era prohibido, mientras que decenas de miles de árabes iban a la inversa, ansiosos de descubrir la nueva ciudad. Ambas poblaciones se mezclaron, deteniéndose a veces para intercambiar algunas palabras con los nuevos vecinos. Un flujo interminable de hombres, mujeres y niños llenaron las calles de la ciudad reunificada. Todos ellos compartían la misma sensación de irrealidad. No se registró el más mínimo incidente que estropeara este extraordinario día en el que todos pensamos que un nuevo comienzo traía esperanza a todos.

Finalmente no fue así. Sin embargo, cabe recordar que si el rey Hussein hubiese confiado en Rabin en lugar de Nasser, Jordania aún tendría el control sobre Cisjordania y Jerusalén del Este… no habría asentamientos ni colonos.

Fuente: The Jerusalem Post

Traducción: Esti Peled

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