Al menos 80 víctimas fueron asesinadas en Kabul el miércoles por la mañana cuando explotó un presunto coche bomba en un área diplomática de la capital afgana. 400 personas resultaron heridas, la mayoría de ellas civiles.

JEFF JACOBY

En Bagdad, la tarde del lunes resultaron muertas 27 personas cuando ISIS detonó dos coches bomba en distritos comerciales concurridos. Una de las bombas explotó fuera de una heladería popular, engullendo el edificio en una bola de fuego masiva y dejando la escena sembrada de sangre y miembros mutilados.

En Egipto, el viernes pasado un autobús lleno de cristianos coptos en camino a rezar en un monasterio cercano fue detenido por hombres armados del Estado Islámico. Ellos obligaron a salir a los pasajeros, luego les ordenaron recitar la Shahada, la profesión de fe musulmana. Cuando los cristianos se negaron, los hombres armados abrieron fuego, asesinando a 28 hombres, mujeres y niños.

En el sur de Filipinas un día antes, asesinos islámicos se desbocaron a lo largo de Marawi, decapitando al jefe de policía, incendiando edificios y secuestrando a un sacerdote católico y 10 fieles de la catedral local.

Ha pasado sólo una semana y media desde el salvajismo en el Manchester Arena, y esa atrocidad es noticia vieja. La ola de terror global continúa sin disminución. En la que va de este año, han sido informados mundialmente más de 510 episodios terroristas.

Claramente, los perpetradores de terrorismo no han sido disuadidos. ¿Y por qué lo estarían, dadas todas las cosas que hacemos para alentarlos?

Alentamos el terrorismo cuando canalizamos dinero a regímenes que pagan por el reclutamiento y armado de extremistas. Eso es lo que hicieron Estados Unidos y sus aliados cuando acordaron, como parte del acuerdo nuclear negociado por el gobierno de Obama, descongelar activos iraníes que valen decenas de miles de millones de dólares. Irán es el principal estado patrocinador de terrorismo del mundo. Aparte de su propia Fuerza Quds letal, financia a la red terrorista Hezbolá y a escuadrones de la muerte chiíes en Irak, Afganistán y Pakistán. El año pasado Estados Unidos trasladó por avión en forma secreta u$s400 millones en dinero a Teherán justo cuando fueron liberados cuatro rehenes estadounidenses — un pago que emitió más de un olorcito a rescate. No es sorpresa que Irán afirme en forma brusca que continuará la financiación a sus satélites homicidas.

Alentamos el terrorismo cuando prodigamos ayuda extranjera a la Autoridad Palestina, la que usa el dinero para pagar bellas generosidades a terroristas condenados por ataques letales contra israelíes. En el 2016, esos pagos constituyeron más del 7% del presupuesto de la Autoridad Palestina. Pero ese presupuesto continúa siendo garantizado fuertemente por medio de la ayuda extranjera de Estados Unidos y otras naciones occidentales.

Alentamos el terrorismo en otras formas también.

Las fuerzas del terror son reforzadas cuando los terroristas son agasajados en los medios de comunicación y tratados como interlocutores legítimos de política pública. Durante años, los terroristas han sido saludados como celebridades, adulados por periodistas, y recibidos con deferencia en las salas de poder.

Los ejemplos podrían llenar una docena de columnas. Naciones Unidas invitó a Yasser Arafat, pistola a la cadera, para dar un discurso ante la Asamblea General. El New York Times publicó — el 11 de septiembre del 2001, nada menos — un perfil halagüeño del ex atacante de Weather Underground, Bill Ayers. La Opera Metropolitana puso en escena “La Muerte de Klinghoffer,” una ópera racionalizando el secuestro de una nave crucero por parte de terroristas palestinos y el asesinato de un judío anciano y atado a una silla de ruedas.

En el Desfile del Día Portorriqueño en New York el 11 de junio, el invitado de honor será Oscar López Rivera, un miembro del grupo terrorista FALN que pasó 35 años en la prisión federal por conspirar para derrocar al gobierno.
Cuando terroristas condenados son invitados a desfiles en la Quinta Avenida, eso alienta más terrorismo en todas partes.

Y esto, también, alienta el terrorismo: el apuro después de cada atrocidad por parte de los dispuestos a condenar a las víctimas. En la estela del bombardeo en la Maratón de Boston, el ex alcalde de Londres, Ken Livingstone, salió en la televisión iraní para explicar el derramamiento de sangre como una reacción entendible a “la tortura en Bahía Guantánamo.” En un artículo para el diario Foreign Policy, Richard Falk — un funcionario de la ONU y profesor en Princeton — atribuyó el horror traído por los Tsarnaev a la “fantasía de dominación global” de Estados Unidos.

Cuándo terminará la yihad global no lo puede decir ninguno de nosotros. Pero esto, al menos, es cierto: cuanto más alentamos a los asesinos, más continuará la matanza.

 

Fuente: Patriot Post
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México