Durante la Segunda Guerra Mundial se escribió en Cracovia uno de los capítulos más oscuros de la historia de la humanidad: miles de judíos fueron perseguidos y asesinados por los nazis.

Cracovia, en el sur de Polonia, es una de las ciudades más bonitas del mundo: el río Vístula, el castillo de Wavel y la legendaria guarida del dragón, la amplia plaza del Mercado, de origen medieval y rodeada de palacios e iglesias, sus museos, sus calles empedradas y sus parques. Cracovia está asociada con el arte y con la cultura, pero también con el horror y con la muerte, un pasado oscuro del que jamás se podrá librar. Y no hay que olvidar. Cracovia es una ciudad milenaria, una de esas ciudades cuyos orígenes se desconocen. Pero los cinco años y casi cinco meses que vivió entre el 6 de septiembre de 1939, cuando los nazis ocuparon la ciudad, y el 19 de enero de 1945, cuando llegaron los soviéticos, ensombrecen su pasado glorioso.

En tres sitios de Cracovia, visitables hoy en día, permanece el recuerdo más o menos visible del padecimiento que experimentaron los judíos: el barrio de Kazimierz, donde residía la comunidad hebrea de la ciudad; el barrio de Podgorze, donde se construyó el gueto de Cracovia; y el barrio de Plaszow (hoy perteneciente a Podgorze), donde se instaló el campo de concentración de Plaszow. Y un cuarto lugar, situado aproximadamente a una hora en coche del centro de Cracovia: el campo de concentración de Auschwitz, el mayor centro de exterminio de la Alemania nazi.

En la segunda mitad del siglo X, Ibrahim Ibn Yaqub, un comerciante y viajero judío natural de Tortosa, habló en sus memorias sobre Cracovia y la presencia de judíos en la ciudad. En 1494, cinco siglos después, los judíos fueron acusados de haber originado un incendio catastrófico y, tras el ataque y saqueo de sus viviendas, fueron expulsados a Kazimierz, que entonces era una ciudad independiente situada al sur de Cracovia. Las culturas cristiana y hebrea coexistieron en Kazimierz durante siglos hasta marzo del año 1941, cuando los nazis explusaron a los judíos de la ciudad y los encerraron en un gueto creado en el distrito de Podgorze, al otro lado del río Vístula. Los judíos fueron trasladados al gueto de Cracovia, dejando atrás la mayoría de sus pertenencias. Abandonaron sus viviendas, pero también sus tiendas, talleres y negocios. Cracovia no fue bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial y su arquitectura permanece intacta: las fachadas viejas y descoloridas del barrio de Kazimierz, los sótanos oscuros y recónditos de los edificios… Un pasado que se antoja reciente y no alejado como ocurre con otras ciudades reconstruidas tras la guerra, entre ellas Varsovia.

El gueto de Cracovia, con sus muros en forma de lápidas judías, acabó siendo un tormento para las miles de familias que vivían hacinadas: varias familias compartían un solo piso. Las autoridades nazis liquidaron el gueto de forma definitiva en marzo de 1943; en dos años de existencia fueron asesinados miles de judíos en las casas y en las calles, incluidos niños pequeños, discapacitados y ancianos, y otros miles, aquellos considerados aptos para trabajar, fueron trasladados al cercano campo de concentración de Plaszow, que había sido construido en parte sobre dos antiguos cementerios judíos. Otros tantos miles de judíos perecieron en los campos de exterminio de Belzec y de Auschwitz.

Tres lugares destacados del gueto de Cracovia: la actual plaza Bohaterów Getta, desde donde los judíos emprendieron un viaje sin retorno; la denominada Farmacia bajo el Águila, situada en la misma plaza y la única que había en el gueto, dirigida por el polaco Tadeusz Pankiewicz, quien de forma clandestina proporcionó medicamentos a los judíos y salvó a innumerables de ellos del Holocausto; y la fábrica de Oskar Schindler, un miembro del Partido Nazi que salvó la vida de unos 1.200 judíos empleándolos como trabajadores en sus fábricas de ollas esmaltadas y municiones. Steven Spielberg lo inmortalizó en La lista de Schindler.

Amon Göth, un nazi vienés de treinta y tantos años de edad, supervisó la construcción del campo de concentración de Plaszow, del que sería comandante, y la liquidación del gueto de Cracovia en 1943. Aquellos que eran considerados útiles realizaron trabajos forzados en las canteras, hoy situadas en una zona verde, desolada y evocadora del barrio de Podgorze, donde se erige un monumento en recuerdo de las miles de víctimas del campo de concentración. Un cartel a la entrada del sitio dice lo siguiente: “¡Estimados visitantes! Están accediendo al sitio del antiguo campo de concentración de Plaszow de la Alemania nazi. Por favor respeten la dolorosa historia del sitio”.

La siniestra casa de Amon Göth o la denominada Casa Gris, cuyo sótano fue utilizado como una cámara de tortura, aún permanecen en el lugar como vestigios de un pasado no tan lejano. Joseph Bau, el prisionero número 69084, describió al comandante Amon Göth con estas palabras: “A la mínima infracción de las normas, el indefenso infractor recibía una lluvia de golpes en la cara y él observaba con un sadismo nato de satisfacción cómo la mejilla de la víctima se hinchaba y se volvía azul, cómo se le caían los dientes y se le llenaban los ojos de lágrimas”. Y en una ocasión, durante un desfile matutino y en presencia de todos los prisioneros, “disparó a un judío porque él mismo se quejó de que el hombre era demasiado alto. Entonces, cuando yacía en el suelo moribundo, orinó encima suyo”. Amon Göth fue condenado a muerte y ejecutado en la horca el 13 de septiembre de 1946 en Cracovia, una espléndida ciudad con un pasado funesto que no hay que olvidar.

 

 

Fuente:nationalgeographic.com.es