Enlace Judío México –Al convertirse en piloto de la Fuerza Aérea de Israel, el Mayor (Dudi) Zohar, quien murió en un accidente de helicóptero en la Base Aérea Ramón el lunes por la noche, fue el orgullo de su abuela Frania Goldhar, sobreviviente del Holocausto.

AHIYA RAVED, YOAV ZITUN, ILANA CURIEL

“Este es su orgullo y también su venganza contra el enemigo nazi”, dijo Zohar en una entrevista a Yedioth Ahronoth realizada en enero.

El mayor David Zohar, de 43 años, padre de cinco, fue sepultado hoy en el cementerio militar de Haifa.

“Mi abuela daba conferencias sobre el Holocausto”, dijo Zohar en enero. “Siempre terminaba sus ponencias diciendo a los niños que hoy tiene un nieto en la Fuerza Aérea, y ésta es su venganza contra los nazis. Trataron de exterminarla, y ahora ella tiene un nieto que es parte de las Fuerzas de Defensa de Israel”.

Zohar mostró una emotiva foto de Frania con el brazo extendido, saludando a su nieto que volaba un helicóptero de combate sobre su casa. En el brazo llevaba el número que los nazis le marcaron cuando tenía 21 años: 50909.

La foto fue tomada hace unos siete años, cuando Frania tenía 88 años. “Esta es una imagen de victoria”, expresó Eli, el hijo de Frania.

“Mi abuela siempre trabajó para su familia y cuidó de todo el mundo, si yo logré causarle un bienestar, me siento muy orgulloso”, dijo Zohar .

Frania falleció a principios de este año a la edad de 95 años. Su marido murió de un infarto a los 57 años. Cuatro años más tarde, Koby, su hijo menor, falleció en un accidente cuando tenía sólo 16 años.

Eli dijo que su madre había inculcado dos cosas a sus hijos. “Mi madre siempre decía: ‘La vida es un regalo, que debemos cuidar y sacarle el máximo provecho’. Y la segunda oración era: ‘Tenemos sólo un país, el Estado de Israel, y debemos protegerlo, porque sin él no tendríamos nada”.

Ayer, cerca de las 9 pm, un helicóptero Apache del Escuadrón “Toque Mágico” de la FAI volvía a la Base Aérea Ramón de un vuelo de entrenamiento de rutina cuando los pilotos reportaron una falla técnica a la torre de control y continuaron acercándose para el aterrizaje. Poco después, el helicóptero se estrelló entre las dos pistas de la base.

La familia relató la vida de Frania en un libro titulado, “Seal on my Heart” (“Sello en mi Corazón”), que viene con un CD de sus poemas, algunos escritos en el campo de exterminio de Auschwitz.

“No he olvidado decir que todo es tan difícil”, escribe Frania al principio del libro, “son cosas que no se pueden olvidar, pero es mejor no pensar en ellas de nuevo si uno quiere vivir con luz y no en las sombras desgastadas de las pesadillas. He alejado los recuerdos casi toda mi vida, intentando pasar de un momento a otro, de una hora a otra, y seguir adelante”.

Al ser enviada a Auschwitz, escribió: “Cuando cumplí los 21 años, el tiempo se detuvo, y desde el momento en que fui arrojada del tren hasta el día de mi liberación, mi vida se detuvo, como si yo fuese la bella durmiente en el palacio encantado. Pero no estaba en un palacio, sino en el campo de la muerte de Auschwitz, y no había rosas que cubrían sus paredes, sino cercas de alambre de púas electrificadas. Los labios de un príncipe no me esperaban, sino el dedo condenatorio del doctor Mengele”.

En el número marcado en su brazo izquierdo, Frania escribió: “Este es el nombre que recibí a la edad de 21 años. Desde ese momento, no tuve otro nombre, grabado en mi carne hasta el día de hoy”.

Frania describió dolorosamente el trauma de tener que rasurarse el cabello. “Estaba dispuesta a dejar de comer, dormir, casi cualquier cosa, pero no prescindir de mi cabello”, dijo. “Mantenía mi cuerpo y cabeza limpios de manera obsesiva, a pesar de la terrible mugre y los terribles piojos que se escondían en todos los rincones del campamento. Logré cumplir los estándares alemanes y evitar que me rasuraran el cabello”.

Pero finalmente se vio obligada a prescindir del cabello. “No creía que creciera de nuevo y lo lloré amargamente, era la última conexión con todo lo que apreciaba”, escribió.

Frania colocó una bolsa de papel en la entrada de su casa durante 50 años que leía, entre otras cosas: “Saber dar es escuchar la voluntad del otro, perdonar los errores de los demás, compartir la felicidad de un ser querido, dejar que otros cometan errores, y saber aceptar”.

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