Enlace Judío México.-Charles Darwin publicó su libro “El Origen de las Especies” en 1859, y con ello revolucionó radicalmente la forma en la que los seres humanos nos entendemos a nosotros mismos.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Por supuesto, muchos encontraron ofensivo e incluso blasfemo que Darwin propusiera que el ser humano evolucionó lentamente a partir de homínidos (o, por decirlo en un lenguaje popular aunque poco preciso científicamente, que “venimos del mono”). Lo difícil de digerir en ese concepto no era tanto el asumir que nuestros ancestros fueran seres similares a los chimpancés, sino la idea de que la creación de la vida no había sido algo instantáneo por parte de D-os, sino algo gradual, paulatino, lento.

Hasta la fecha, ese es el choque principal entre la ciencia y la Teoría de la Evolución, por un lado, y el Creacionismo literalista, por el otro.

Por mucho que les sorprenda a varias personas, el conflicto no tiene que ver con la existencia de D-os. Generalmente, acusan que la Teoría de la Evolución es algo así como “ciencia atea”, y asumen que aceptar su validez implica “negar que D-os creó el mundo y la vida”. Pero eso es falso. La aceptación de D-os como la causa primera de todas las cosas puede aplicarse exactamente igual tanto en el Creacionismo literalista derivado del texto bíblico, como en la Teoría de la Evolución, porque no hay diferencia en creer que D-os hizo todo apenas en un instante y por medio de una orden suya (como lo dice explícitamente el texto bíblico), o creer que Él fue quien construyó un universo armoniosamente concebido con base a leyes de causa y efecto que permitieron un proceso evolutivo que, aunque lento, llenó de vida este mundo (y tal vez otros más).

El creyente sincero puede ver la mano poderosa del Creador detrás de las dos opciones, y entender que la Teoría de la Evolución no intenta explicar el papel de D-os (ni para comprobarlo ni para negarlo) en el proceso generador de la vida. Simplemente, explica cómo se desarrolló esa vida.

Por eso, poco a poco, ha sucedido un fenómeno que va por dos rutas paralelas: cada vez es más frecuente que científicos evolucionistas mantengan o incluso desarrollen una sincera creencia en D-os, o que creyentes cristianos y judíos acepten que el origen del ser humano está debidamente explicado en la Teoría de la Evolución.

En conceptos simples y llanos, han llegado al punto de admitir que Darwin hizo una aportación importante y correcta en nuestra concepción de nosotros mismos.

Pero sucede algo en lo que pocos reparan: en realidad, el concepto de evolución de la vida es muy anterior a Darwin y, en esencia, ya está planteado por la Biblia.

En el año 539 AEC, el emperador Ciro el Grande de Persia conquistó Babilonia y se convirtió en el soberano de todo el territorio en el que estaban dispersos los antiguos israelitas, tanto los descendientes de los que habían sido expulsados de su hogar por los asirios a finales del siglo VIII AEC, como los descendientes de los que medio siglo atrás habían sido traídos a Babilonia por las tropas de Nabucodonosor.

Ciro emitió un edicto que permitió que la gente exiliada regresara a sus hogares originales, y eso benefició al pueblo judío. Pero lo que encontraron en Judea no fue del todo agradable: el país estaba casi deshabitado, Jerusalén estaba hecha una ruina, y el Templo estaba reducido a cenizas. Había que empezar a reconstruirlo todo.

Una de las partes más importantes de esa reconstrucción fue la correspondiente a las Escrituras Sagradas del pueblo de Israel. Naturalmente, y como parte de su agresiva conquista, los babilonios habían destruido o dañado casi todos los documentos oficiales, tanto del gobierno civil como del gobierno religioso.

Fue una labor difícil y ardua, pero que finalmente llegó a buen fin bajo la guía de Ezra el Escriba, a quien tanto los historiadores del Judaísmo como la propia tradición judía identifican como “el que nos devolvió la Torá”, reflejando con ello el hecho de que los babilonios habían destruido la mayoría de los archivos judíos, pero Ezra se dedicó pacientemente a reconstruirlos.

Por eso, la Torá tal y como la conocemos hasta la actualidad —y me refiero al orden y forma de organización de sus relatos— es una brillante y genial aportación de Ezra.

Para hablar de la creación de la vida en la Tierra, Ezra y sus escribas recurrieron a dos relatos distintos. El primero (que quedó plasmado en el capítulo 1 del Génesis) fue tomado de la antigua tradición sacerdotal. Es decir, era la forma en la que dentro de la antigua casta sacerdotal israelita —más culta y refinada que el resto del pueblo— se contaba la historia del origen del mundo. El segundo (que quedó plasmado en el capítulo 2, a partir del versículo 4) fue tomado de la antigua narrativa popular del Reino de Judá. Es decir, el relato que seguramente aprendieron todas las familias israelitas de las dos tribus del sur, de manera oral y transmitido de generación en generación, aunque finalmente puesto por escrito en algún momento previo al siglo VIII AEC.

¿Por qué el uso de dos relatos? Ese tema merece análisis aparte, y lo haremos cuando estemos un poco más cerca de la celebración de Rosh Hashaná (es decir, en un poco menos de un mes). Pero por el momento adelantemos este dato: porque el relato sacerdotal (Génesis 1) habla de la creación del ser humano como sociedad, y el relato popular del Reino de Judá (Génesis 2:4 en adelante) habla de la creación del ser humano como individuo. De ese modo, Ezra y sus escribas plantearon la base para que los judíos, hasta la fecha, podamos analizar las características y matices que tiene nuestra vida tanto a nivel de colectividad, como a nivel personal. Y de ese modo tener los elementos para siempre buscar el equilibrio.

El relato sacerdotal, en el que se habla de nuestra creación como sociedad, es bien conocido: es el relato donde el proceso de Creación toma seis días, y el séptimo es santificado como Día de Reposo.

Y de esta noción surge una pregunta obligada pero que no todo mundo se plantea: ¿por qué crear la Tierra y la vida en seis días?

Muchos se hacen la pregunta de por qué D-os “descansó” en el séptimo día, asumiendo que —por lógica— no debe tratarse de un asunto de cansancio físico, sino de algo más profundo o simbólico. Y, por supuesto, para ello existen varias respuestas religiosas (que ya abordaremos en las notas sobre los dos relatos de la Creación). Pero no reparan en que lo interesante viene desde antes, desde el concepto mismo de seis días de creación.

Si D-os —Todopoderoso— hizo la creación por el poder de Su Palabra, y apenas habló las cosas simplemente tomaron forma y existencia, ¿por qué hacerlo en seis días? ¿Por qué no hacerlo simplemente todo de golpe y ya? ¿Por qué esa extraña “economía” de su poder, donde en vez de aplicarlo todo en un sólo momento, lo va administrando poco a poco, incluso de un modo aparentemente inverosímil?

Y digo inverosímil, porque el primer acto de creación parece fallido: “En el principio creó D-os los cielos y la tierra; y la tierra estaba desordenada y vacía…”.

¿No podía haberla hecha “ordenada y completa” desde un principio?

El segundo relato del Génesis entiende bien esta situación. Por eso, aplica otra lógica: según Génesis 2:4, la Creación fue hecha en un día. El texto dice “Estos son los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados, EL DÍA QUE EL SEÑOR D-OS HIZO LOS CIELOS Y LA TIERRA…”.

Luego menciona que las plantas no habían sido creadas y que, en general, la creación estaba incompleta. Pero explica por qué: “porque no había hombre para que labrase la tierra”.

La lógica en Génesis 2 es muy clara: D-os no hizo completa la creación para que fuera el hombre quien se dedicara a completarla. Es decir, para que el hombre fuera el socio de D-os en el trabajo de creación. Sin embargo, no se habla de una creación desordenada y vacía que hay que empezar a llenar y a organizar.

Volvemos al punto: ¿Por qué D-os en Génesis 1 crea un mundo sin orden y sin vida, y luego se tiene que tomar seis días para ir creando las cosas poco a poco?

La respuesta es sencilla: hoy le llamamos evolución.

Resulta imposible descifrar cómo fue posible que los sabios judíos de hace más de 25 siglos llegaran a la comprensión de esto, pero es evidente que estaban perfectamente conscientes de que la vida no surge de la nada en un santiamén, como por acto de magia. Surge de un proceso lento y continuo en el que poco a poco se va construyendo.

Más aún: lograron la comprensión de que D-os no es un D-os arbitrario que, aprovechando su condición de Todopoderoso, hace lo que quiera y cuando quiere. Por el contrario: su omnipotencia sólo se manifestó en el hecho de crear un Universo basado en leyes de causa y efecto, y luego dejó que ese Universo simplemente fluyera conforme a esas leyes.

Por lo tanto, los componentes de la Creación —uno o dos por día— no fueron ocurrencias de D-os, sino un proceso en el que unas cosas surgían porque ya estaban las condiciones para que así sucediera.

En otras palabras, Génesis 1 refleja la acción de un D-os que decidió hacer las cosas por medio de un proceso de evolución.

Darwin, por supuesto, lo explicó en otros términos. Lo explicó con los recursos que la ciencia le daba ya en pleno siglo XIX. Génesis 1, en contraste, es el relato de una casta sacerdotal de un pueblo antiguo y pequeño, dedicado a la agricultura y al pastoreo.

Sin embargo, la esencia del concepto es la misma: la única magia que hay en la Naturaleza es su belleza. Sin embargo, los por qués y los cómos sobre el funcionamiento de las cosas y, sobre todo, el funcionamiento de la vida, están sujetos a leyes puestas por el Creador y que el mismo Creador tiene la decencia de respetarlas.

Por eso el Universo es algo en constante evolución. Fluye desde su creación y va siempre hacia adelante.

La imagen de un D-os mago que saca el Universo de su chistera, como si se tratara simplemente de un espectáculo de circo, no es bíblica.

Lo que nos ofrece el texto bíblico es la sabia obra de un arquitecto que pone normas para su propia acción, y luego nos da una pista de la complejidad del proceso, tan solo para que nosotros nos dediquemos a investigar lo demás.

Es la obra de un Sabio que quiere compartir su sabiduría con nosotros, pero que entiende que eso no se logra por arte de magia, sino por estudio. Paciente y constante.

 

 

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