Enlace Judío México – Martes 19 de septiembre del 2017, 1:14 de la tarde, parecía un martes cualquiera, todos en horario de labores y los niños en la escuela, éramos una población un tanto distraída, sumergidos en nuestras actividades de cada día. De pronto, algo golpeó fuertemente debajo de nuestros pies, era la tierra moviéndose de arriba a abajo, de lado a lado, era un temblor de 7.1 grados.

 

 

Resumir la experiencia resulta imposible, pues cada persona vivió el temblor de manera distinta, algunos iban en el coche, otros estaban en sus casas, trabajos u oficinas, pero sin importar lo que cada quien estuviera haciendo, en un mismo instante cada mexicano tuvo el mismo objetivo: Localizar a sus seres queridos.

Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, el teléfono no ayudaba, las líneas sobresaturadas nos impedían saber de nuestros familiares y la angustia se incrementaba.

Poco a poco, fuimos recibiendo noticias tanto de los nuestros como de todo lo sucedido alrededor y de pronto, un nuevo dato nos sorprendió: otra vez era 19 de septiembre, la misma fecha que estremeció a México quedando en la memoria de tanta gente; 19 de septiembre otra vez, pero ahora,  32 años después.

Inmediatamente después del temblor la ayuda desesperada comenzó, cerca de 45 edificios colapsaron tan sólo en la Ciudad de México, así que las calles se llenaron de voluntarios, gente cargando piedras, transportando agua, buscando entre los escombros, todos inmersos en distintos trabajos, todos convertidos en héroes ciudadanos.

Conforme el tiempo fue pasando la ayuda se fue organizando, cada oficio era útil en las zonas de desastre, servían los doctores, las enfermeras, los ingenieros, los motociclistas, las psicólogas, servía cualquier persona que estuviera dispuesta a ayudar, pues eran las primeras horas después del temblor y cada hora resultaba crucial.

Lindavista, La Condesa, La Colonia Roma, la colonia del valle, Narvarte, Xochimilco, Coapa fueron las zonas más afectadas, y así, sin poder evitarlo, nuestra mirada se centró en lo más doloroso del panorama, el colegio Rébsamen en la delegación Tlalpan, pues conforme el tiempo avanzaba las muertes de niños se sumaban.

Días después, los padres de los niños fallecidos dejaron volar globos blancos al cielo, sin duda fueron muertes prematuras, seres humanos pequeños que se fueron antes de tiempo.

Pero la tristeza no colapsó a la sociedad, había que movilizarse, había que ayudar y sobre todo, hacer llegar artículos de primera necesidad hasta los rincones más afectados del Estado de Puebla y de Morelos, así que centenares de centros de acopio surgieron.

En la comunidad judía de México se vivió un movimiento impresionante, varias instituciones se convirtieron en centros de acopio, la organización de ayuda de desastres CADENA organizó misiones de ayuda hacia distintos lugares. Las despensas de ayuda se empacaban, los grupos de voluntarios se agrupaban y los camiones repletos de ayuda se ponían en marcha.

Un grupo de 70 brigadistas de nuestro querido Israel llegó a México para ayudar en las labores de rescate, se instalaron en el Centro Deportivo Israelita y después de tocar el shofar por motivo de Rosh Hashaná salieron a las zonas de desastre para ayudar.

Cuando los rescatistas israelíes llegaron a las calles de la ciudad se escucharon los aplausos, era el agradecimiento de la gente por el apoyo brindado.

Sin embargo, nadie era más importante que nadie, tan útil era la ayuda del civil como del más experto profesional y si, el cansancio llegó, pero ante la tragedia los mexicanos nos reponemos porque sabemos que con una actitud positiva las tragedias se resuelven mejor, tal como lo demostraron los rescatistas mexicanos que en momentos difíciles cantaron con tristeza pero con motivación, nunca, nunca  antes la canción de cielito lindo había llegado tanto al corazón.

El paso de los días va dejando el temblor atrás, sin embargo, no se queda en el pasado, pues hay heridos, más de 300 muertos, miles de damnificados, hay mucho que lamentar.

Y no, no volveremos a ser los mismos, porque en lugar de derrumbarnos encontramos la forma de unirnos. Hoy, aunque todavía nos duele y estamos asustados, nunca, nunca nos habíamos sentido tan orgullosos de ser mexicanos.