Enlace Judío México – Llegó la hora de hablar con los niños; esta es una seria junta familiar, hay que decirles a los pequeños, y a los no tan pequeños, que papi y mami se dejaron de querer y que se van a separar. “Ustedes niños, no son culpables de nada” es una de las tantas frases recomendadas, pero de cualquier forma las lágrimas comienzan a brotar. A cada uno de los presentes en esa junta, se le acaba de fracturar su hogar.

 

Entonces la tierra pierde su firmeza y un abismo se abre debajo de nuestros pies; es la materialización de nuestros más grandes miedos. Por un lado están los niños, profundamente heridos y con un enorme temor a lo desconocido. Los enojados adolescentes tratan de ser fuertes y valientes; y finalmente están los adultos, lastimados por desmoronar el hogar que formaron con tanta ilusión, pero convencidos que esa, es la mejor decisión.

A partir de ese momento ya nada volverá a ser igual; algunas pertenencias de los niños se guardarán en pequeñas maletas que irán de una casa a la otra, porque papá y mamá, ya no compartirán el mismo lugar.

Las vacaciones también serán distintas, porque, simplemente, siempre va a existir ese “alguien especial” a quien se le va a extrañar.

Con el tiempo vendrá una nueva pareja, tanto para papá como para mamá; hay que ser amables a pesar de los naturales celos, tal vez esa persona se gane nuestro cariño con el paso del tiempo pero por el momento, sentimos, o apatía total, o por el contrario, un agrado que de vez en cuando nos hace sentir culpabilidad; no hay mucha lógica en ese extraño sentimiento, es sólo la sensación de que al querer a “la nueva pareja” le estamos fallando a papá o a mamá.

Nuestros momentos más importantes de la vida tendrán ese toque de incomodidad, de saber que en esa fiesta o graduación, festeja una familia un poco dividida, con todos los sentimientos negativos que una división provoca y transpira. No, nada de esto es mortal, pero vale la pena hacer una pregunta: ¿Y si lo volvemos a intentar?

No importa la magnitud de los errores ni la profundidad de las heridas, eventualmente los errores se convertirán en aprendizajes y las heridas sanarán; un intento más, sólo nos dará la seguridad que hicimos lo que pudimos; y si tenemos éxito, cada día y cada momento nos mostrará los frutos de nuestro esfuerzo. Yo, en lo personal, creo que vale la pena el intento.

El comienzo no es sencillo, pero la buena noticia es que en este paso sólo se requiere de voluntad; si ambos pasajeros del barco quieren permanecer a bordo hay mucho por ganar; claro que no es un festín de iniciativa y motivación, pero ver en el otro ese deseo por intentarlo provoca una tímida satisfacción.

Una vez confirmada la voluntad, la comunicación hace su necesaria aparición; es cuando la ayuda de un experto es trascendental, pues es sorprendente que siendo adultos, también necesitemos de un tercero que nos de turnos para hablar. Así bien las palabras empiezan a ir y venir; unas ofenden, otras duelen, otras indignan y de pronto nos sentimos en un laberinto sin salida; pero si somos inteligentes, dejaremos de oír para comenzar a escuchar; si somos astutos, haremos concesiones a cambio de nuestras peticiones más importantes, pues ya la experiencia nos ha demostrado que tratar de ganar, nos esta provocando pérdidas difíciles de reparar.

Para cuando llegue nuestro turno de hablar, debemos ser conscientes que nuestro matrimonio esta luchando en, lo que podría ser, su última oportunidad; así que jerarquicemos nuestras prioridades, controlemos nuestro tono de voz y elijamos bien nuestras palabras, tengamos razón o no, el matrimonio esta en riesgo y merece que nos expresemos con la mejor precisión. El corazón no debe faltar: cuando el alma habla, no queda mucho por agregar.

Y si bien la comunicación es necesaria, también es necesario callar; ni todo se resuelve en un día, ni todo se resuelve al mismo tiempo; pero en el proceso, podemos descubrir que las diferencias realmente disminuyeron. Remar al mismo tiempo es lo importante, pues si uno solo rema, el barco no llega a ninguna parte.

No hay un recetario establecido, ni fórmula mágica, ni ningún tipo de instructivo, pero elementos esenciales son el respeto, la comunicación, la sinceridad, por supuesto la buena voluntad, y si guardas silencio y apagas el ensordecedor ruido exterior, podrías tener la suerte de escuchar tu propia voz interior, esa que te dicta, que intuye y que te susurra de una manera simple y concisa cual es la mejor decisión.

Vivimos en la sociedad de la inmediatez, comida rápida, instantáneos mensajes y relaciones desechables. No escribo desde la trinchera de un matrimonio perfecto, sólo se que así como hay muchos divorcios que fueron estrictamente necesarios, hay muchos otros que se podían haber evitado.

Seguramente no son las mismas personas que se enamoraron y se casaron, sin duda alguna, han cambiado, pero todo ser vivo se transforma y tal vez llegó el momento de elaborar un nuevo contrato. Sólo se trata de agotar las posibilidades y de no tomar decisiones definitivas a problemas temporales.

Esa reunión en la que se les dice a los niños que papá y mamá se van a separar, es una de las cosas más dolorosas que puede vivir una persona, y un intento más puede evitar esa triste junta familiar. Es verdad que el divorcio termina muchos problemas, pero también es cierto que a partir del divorcio, muchos otros problemas comienzan.