Enlace Judío México.-Call Me by Your Name, Zama, Mudbound, Baluty, Noah’s Ark + The Merry Flea, The Venerable W., Caniba y más películas en el 55 NYFF.

NEDDA G. DE ANHALT
(Desde Nueva York en exclusiva para Enlace Judío).

El primer amor de la adolescencia es una revuelta emocional poderosa. Así sucede en Call Me by Your Name (Italia/Francia, 2017, 132m) filme basado en la novela de André Aciman que el director Luca Guadagnino toma para ofrecernos una película visualmente hermosa donde el erotismo exaltado se expresa de un modo inusual, en ciertos espacios, objetos, como por ejemplo la yema amarilla que como miel golosa se chorrea por un costado de la cáscara de un huevo pasado por agua; el sabor, olor, color y forma de una fruta pulposa como el albaricoque que cobrará en este filme una importancia decisiva. Pues a fin de cuentas, qué es más importante, el origen de la palabra de una fruta o el uso que se le pueda dar a ésta.

Guadagnino nos muestra aquí dos mundos; el adulto que vive en una verbalización incontinente y que adora la belleza del pasado que se expresa en las esculturas griegas que veremos; y el mundo juvenil de hembras y varones que están decididos a experimentar los juegos sexuales. Los protagonistas son Oliver (Armie Hammer) que es una fuerza de la naturaleza, alegre, simpático, desenvuelto que exhibe con orgullo en su cuello la medalla que indica el signo de su religión. Este muchacho inteligente y guapo ha sido invitado a pasar el verano en la casa de su profesor (Michael Stuhlbarg) cuyo hijo Elio (Timothée Chalamet) es exactamente lo opuesto; un chico introvertido, que está leyendo continuamente y toca el piano como los dioses. Sin embargo, hay algo peculiar en sus ejecuciones, si está tocando Bach lo hace al estilo de Liszt. Es como si quisiera ser otro. Y este observador no deja de analizar al invitado, a quien admira porque le gustaría poseer la misma autenticidad y desenfado de Oliver. Y de la admiración al amor solo hay un paso. Y vale la pena ver esta película, sobre todo, por la escena final con el rostro de Elio que nos mira y en su gestualidad ofrece estados de ánimo a través del tiempo. Cabe recordar esa vieja canción que reza así: Que un viejo amor/ ni se olvida ni se deja/ que un viejo amor/ de nuestra alma sí se aleja/ pero nunca dice adiós. O sea, éste será un amor de verano, sí, inolvidable.

La carrera de Lucrecia Martel que dio comienzo con su estupendo filme La Ciénaga (2001) se corona brillantemente con Zama (Argentina/Brasil/España, 2017, 115m) una película de época que está basada en una novela del siglo XVIII que sucede en algún paraje de una nación americana y que el escritor argentino Antonio di Benedetto la escribió en 1956. De ahí parte Martel para crear un filme realmente espectacular. Lo es por varios motivos. El principal, haber elegido para su protagonista de don Diego de Zama al gran actor mexicano Daniel Giménez Cacho. El cine mexicano se ha destacado por contar con actores de la talla de Pedro Armendáriz, Arturo de Córdova, Carlos López Moctezuma, la lista es extensa. En la actualidad, solo Giménez Cacho pudo mostrar con tal excelencia la complejidad de este personaje, porque en realidad, don Diego de Zama es un engaño viviente. Por un lado, quisiera estar con su esposa y sus hijos y, por el otro, lleva una vida lujuriosa en la isla donde posee su parcela de poder. Él cree ser poderoso, pero no lo es. Por encima de Zama está el gobernador y arriba de él la corona de España y arriba de esta corona la religión católica, aunque ésta última, no aparece expuesta en el filme pero se intuye. Vale la pena resaltar la actuación de los sirvientes, silenciosos siempre, esgrimiendo una mirada de odio pero obedeciendo las órdenes con lentitud. Ellos simbolizan la América que eventualmente se rebelará contra el yugo español. Es un sistema de corrupción podrido hasta la médula y que Martel logra visualizarlo en el rostro y cuerpo del propio Zama. Otro acierto de esta directora fue la selección musical, pues son canciones de los cincuenta pero sin la letra, solamente la melodía. Como por ejemplo, “muñequita linda/ dime que me quieres/ dime que me adoras/ como yo a ti” y muchas más de esa época que funcionan maravillosamente con una película que sucede en el siglo XVIII.

La escritora y directora Dee Rees insistió en dos ocasiones que su película Mudbound (EUA, 2017, 134m) no es racista. El hecho de serlo o no carece de importancia porque esta es una gran película basada en la novela de Hillary Jordan, ubicada en Mississippi que gira en torno del racismo estadounidense. Los actores Carey Mulligan, Jason Clarke, Jason Mitchell, Mary J. Blige, Rob Morgan, Jonathan Banks y Garret Hedlund están formidables en sus respectivos papeles. Y hay otro protagonista más en esta película: la lluvia que Rees elige como contrapunto en los instantes más trágicos de esta saga histórica que vale la pena verse.

Esta serie llamada The Four Sisters dio comienzo con la entrevista de Ruth Elias en The Hippocratic Oath de la cual la cronista ya habló en una nota anterior. Ahora, en Baluty (Francia, 2107, 64m) y Noah’s Ark +The Merry Flea (Francia, 2017, 52m) de Claude Lanzmann, se entrevista a Paula Biren de Lodz, a Ada Lichtman de Cracovia y a Hannah Marton que proviene de Cluj en Transilvania. La cronista hará una breve referencia sobre lo que se discutió con Hannah Marton. Esta mujer perdió a su esposo en el Holocausto, el cual era médico y conocía al suegro de Rudolf Kasztner que también era doctor. Recordemos que Kasztner es un personaje controvertido y él será la figura principal que domina en esta entrevista. Para algunos fue un “héroe maltratado por la historia”; para otros, un traidor que en los juicios de Núremberg defendió a Hermann Krumey, Kurt Becher y otros altos exterminadores nazis. Por otra parte, él logró salvar a sus familiares (incluido su suegro) y a una serie de judíos húngaros gracias a la colaboración que sostuvo con Adolf Eichmann. En verdad, todas estas entrevistas de Lanzmann vale la pena verlas porque son una aportación histórica invaluable.

Del mismo modo, también hay que ver The Venerable W. (Francia/Suiza, 2017,100m) de Barbet Schroeder donde se expone el trágico episodio de odio cometido en contra de los islámicos después de haber sido expulsados hasta la frontera de Myanmar. Esta película la antecede un corto en donde Barbet muestra su jardín deshecho y nos recuerda muchas citas del budismo que están a favor de la paz, la bondad y el bien. Y, sin embargo, este documental va a tratar sobre el genocidio cometido en Birmania por este sentimiento irracional de odio que es similar al que destrozó su jardín y que lo ejercieron budistas. El venerable Wirathu es entrevistado por Barbet y habla muy a gusto. Este director tiene suerte que personas como Jacques Vergès, también, hablaran complacidos con él.

Documentales serios, profundos como los de Claude Lanzmann y Barbet Schroeder dan prestigio a este festival. Por el contario, otros dos filmes, con títulos magníficos, como fueron Hall of Mirrors (EUA, 2017, 87m) de las hermanas Ena e Ines Talakic y Sea Sorrow (Reino Unido, 2017, 72m) de Vanessa Redgrave, se quedan en eso, en magníficos títulos. El contenido falla. El primero, que se basa en la novela de Edward Jay Epstein toca una serie de puntos históricos de la política estadounidense de manera superficial, pues solo se finca en suposiciones no en hechos y todo pasa de prisa y corriendo sin profundizar en nada. La otra, cuyo título proviene de The Tempest de Shakespeare, es una peliculita casera de la directora, actriz y activista política Vanessa Redgrave sigue los planes de los Bilderbergs más conocidos como globalistas.

Los directores Véréna Paravel y Lucien Castaing-Taylor son dos antropólogos que realizaron en 2012 un filme precioso, Leviathan, donde mostraban la crueldad de la propia naturaleza con un mar enfurecido y la del ser humano que asesina a la fauna marina. Ahora, en Caniba (EUA/Francia/Reino Unido, 2017, 97m) centran sus estudios en el comportamiento de un caníbal. Basado en un caso real que sucedió en París en 1981 donde un hombre violó, asesino y después se comió a una mujer. La cámara de ambos enfoca solo el rostro repulsivo de este asesino pues él solo permitió que se retratara su cara y no su cuerpo. En la conferencia de prensa en donde ambos antropólogos estuvieron presentes, se discutió el filme y una cosa quedó clara el canibalismo ha existido desde siempre como forma de sobrevivencia, también. ¡Lo que nos espera!

 

 

Continuará…