Enlace Judío México.- Se cumplen cien años de la Declaración Balfour, parteaguas en el proceso político que llevó a la creación del moderno Estado de Israel.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Fue un 2 de Noviembre de 1917 cuando Arthur James Balfour, por entonces Ministro de Relaciones Exteriores del Imperio Británico, le envió una breve carta al Barón Lionel Walter Rothschild, líder de la comunidad judía británica y militante sionista en la que le decía “El gobierno de su Majestad contempla con beneplácito el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y hará uso de sus mejores esfuerzos para facilitar la realización de este objetivo, entendiéndose claramente que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político de los judíos en cualquier otro país”.

Esta carta se escribió en el momento en que el Imperio Otomano todavía tenía el control de la entonces llamada Palestina, si bien está claro que los ingleses ya se relamían los bigotes esperando derrotar a las llamadas Potencias Centrales de la I Guerra Mundial, que incluían a Turquía. La victoria se logró, efectivamente, en 1918; con ello, los antiguos dominios turcos en Medio Oriente pasaron a manos de Francia e Inglaterra, y entonces se renombró al territorio como Protectorado Británico de Palestina.

Por supuesto, la Declaración Balfour usó a propósito un término ambiguo: “hogar nacional para el pueblo judío”, en vez de “Estado”. Era obvio que dicha ambigüedad estaba en armonía con los proyectos colonialistas ingleses, que no contemplaban que los judíos en Palestina tuvieran una plena autodeterminación.

Si eventualmente la independencia judía en el moderno Israel se logró, fue porque tras la II Guerra Mundial Inglaterra se admitió como incapaz de controlar el conflicto que se había gestado allí.

Y es que los ingleses cometieron demasiados errores.

El más desastroso fue fomentar el nacionalismo árabe, con el objetivo de conseguir el apoyo de saudíes, egipcios y sirios, principalmente, en su lucha contra los turcos (que dominaban la zona). Al prometerles independencia, pero no cumplirles, los ingleses echaron a andar un severo extremismo nacionalista árabe que se cobró a sus primeras víctimas en 1929, cuando la población judía de Hebrón fue masacrada.

Eso obligó a los pobladores judíos de la zona a organizar movimientos paramilitares debido a la incapacidad –e incluso indisposición inglesa– para protegerlos, y así aparecieron el Irgún y la Haganá, grupos que le darían muchos dolores de cabeza a las autoridades británicas.

Al final, los ingleses aceptaron entregar el control del Mandato Británico y la ONU implementó un Plan de Partición que, aprobado en Noviembre de 1947, significó la oficialización del nacimiento del moderno Israel.

Hay un tema que sigue discutiéndose hasta la fecha: ¿Fue legítimo todo ese proceso que concluyó con la fundación del Estado Judío?

Por supuesto, abundan las voces anti-israelíes que dicen tajantemente que no, y que por lo tanto es necesario desmantelar el Estado Judío como simple gesto de justicia histórica hacia los palestinos.

Pero semejante idea tiene muchos problemas para justificarse.

El primero y más evidente es que quienes esgrimen esta opinión difícilmente opinan sobre otros conflictos similares (o incluso más graves) en los que podrían aplicarse los mismos criterios. Y con ello demuestran que el asunto no es tanto defender a los palestinos, sino atacar a los judíos.

Por ejemplo, Pakistán fue fundado exactamente igual y, por cierto, en el mismo tiempo: en 1947 se aprobó un Plan de Partición del territorio de la India, para que se pudiera crear un Estado nuevo en el que se colocara a la población musulmana. Esto no sólo partió en dos a la India. Además, provocó el desplazamiento de unos 14 millones de personas, y los conflictos que se dieron como consecuencia dejaron alrededor de un millón de muertos. Vale la pena agregar que, históricamente hablando, nunca existió algo identificable como el moderno Pakistán. Fue un país literalmente inventado de la nada, a partir de un mero cálculo de conveniencia política (cálculo que falló grotescamente, y por ello la desaforada cantidad de muertos y desplazados).

Pese a todo ello, nadie cuestiona la legitimidad de Pakistán como Estado, y menos aún se quejan de que para fundarlo se haya tenido que expulsar a los pobladores hindúes, y se hayan traído a propósito a los pobladores musulmanes.

Pero es que así se fundan los Estados: por conveniencias políticas, no por los vínculos históricos entre un grupo y un territorio.

Pakistán no fue el único país de Oriente Medio inventado de la nada. Jordania es otro caso. Incluso, se trata de un país nuevo creado en la zona oriental de lo que fue el Protectorado Británico de Palestina. Para congraciarse con la nobleza saudí, los ingleses inventaron en 1922 el Reino Hachemita de la Transjordania, delineando una frontera que no tenía ningún antecedente histórico. El asunto es más extremo: en realidad, nunca existió un grupo humano identificable como “jordanos” o “transjordanos”. Eran, simplemente, árabes que se habían establecido en la zona como consecuencia de los procesos migratorios que se intensificaron a partir de la expansión de los califatos árabes desde el siglo VII.

Se podría apelar a que estas decisiones deberían seguir cierta lógica demográfica. Esa es la idea básica para afirmar que el estado judío era ilegítimo, porque –se supone– la mayoría de la población era árabe.

Pero eso es impreciso por dos razones. La primera es que es falso que la lógica para crear estados siempre sea demográfica, y la segunda es que en la zona que originalmente se planeó establecer el Estado judío la mayoría de la población era judía.

Vamos con el primer asunto: retomando el caso de Pakistán, este nuevo estado no se fundó en un lugar donde hubiera una abrumadora mayoría de musulmanes. La línea de partición dejó a muchos hindúes viviendo en el actual Pakistán, y a muchos musulmanes viviendo en la actual India. Por ello se intentó llevar a cabo un intercambio de población, y el desastroso resultado fue una guerra que provocó que más de 14 millones de personas tuvieran que abandonar sus hogares para desplazarse a uno u otro territorio.

Sucedió algo equivalente con los jordanos: los árabes que hoy reciben ese nombre no son un grupo específico ni identificable históricamente hablando. Simplemente, son los descendientes de los árabes que en 1922 vivían al oriente de la frontera inventada por los ingleses.

En contraste, la realidad es que cuando se hizo el Plan de Partición de Palestina para que se crearan dos estados, uno judío y otro árabe, las zonas asignadas al Estado Judío eran las que tenían una preponderancia de población judía.

Hacia mediados del siglo XIX, el territorio que hoy es Israel estaba prácticamente vacío. Si se habla de que los judíos eran menos del 7% de la población de la provincia de Palestina, es porque dicha provincia abarcaba una zona bastante más amplia de lo que hoy es Israel. Y la mayoría de la población estaba concentrada en otras zonas.

Demostrar que el actual Israel estaba casi desierto en esa época es sencillo. En 1698 el viajero y cartógrafo holandés Adrianus Reland describió un territorio prácticamente vacío; en 1867, Mark Twain hizo exactamente lo mismo en su crónica de viaje por Tierra Santa.

Y es que es un hecho fuera de toda duda que ninguno de los imperios musulmanes que tuvieron el control de Palestina estuvo interesado en poblarla o en hacerla productiva. Simplemente la veían como un desierto inhabitable y la dejaron en el abandono, sobre todo porque los únicos “necios” que se obstinaban en establecerse a vivir allí eran judíos.

Los flujos migratorios inspirados por el Sionismo fueron los que empezaron a cambiar la fisonomía del lugar. Con la llegada de pioneros judíos que se dedicaron al inverosímil sueño de hacer reverdecer esos desiertos y esos pantanos, se empezaron a crear fuentes de empleo que pronto animaron a muchos árabes a llegar a vivir allí. Es un hecho fuera de toda duda que los hoy llamados palestinos también son descendientes de, en su mayoría, inmigrantes.

La fría consideración de todos estos datos históricos demuestra que no hubo nada irregular en el proceso de fundación de Israel. Incluso, comprueban que fue un Estado Moderno que se fundó del mismo modo (y en la misma época) en la que se fundaron los modernos estados de la zona. Por ejemplo, ya se mencionó que el Reino Hachemita de la Transjordania fue inventado en 1922 por los ingleses, pero hay que señalar que no se le dio ningún tipo de independencia. Siguió siendo parte del esquema colonialista inglés. La aparición de Jordania como estado verdaderamente independiente apenas se dio en 1946, junto con Líbano y Siria.

Era la época de desmantelamiento de las colonias inglesas y francesas, y así como en 1946 se había decidido la independencia de estos países, en 1947 se decidió la de otros dos: uno judío y otro árabe. Los árabes, inmersos todavía en su extremismo nacionalista, se opusieron y declararon la guerra.

Los palestinos de hoy son los descendientes de los desplazados de guerra de 1948-1949. No son un grupo identificable históricamente. Simplemente son, en su mayoría, descendientes de inmigrantes árabes.

Las condiciones miserables en las que fueron recolocados fue culpa única y exclusiva de los países árabes de alrededor, porque entre 1949 y 1967 todos los “campamentos de refugiados palestinos” estuvieron bajo control libanés, sirio, jordano y egipcio. Fue apenas hasta la Guerra de los Seis Días (1967) que Israel tomó el control de los campamentos (en realidad, ciudades) ubicadas en Gaza y Cisjordania.

En contraste, los árabes que permanecieron en territorio israelí eventualmente se asimilaron como ciudadanos y, hoy por hoy, son los árabes que gozan de más derechos civiles en todo Medio Oriente.

Eso desmonta el mito de que la fundación de Israel “fue una injusticia para los árabes locales”. En realidad, las peores injusticias que sufrieron los árabes de la zona, fue a manos de otros árabes.

La deslegitimación de Israel es un mero asunto de judeofobia. No se basa en razones históricas ni razonables. Simplemente, es la tara cultural de que al judío no se le debe conceder nada, y que cualquier cosa que tenga es porque se la ha robado a alguien más.

Por ello, el ideal Sionista sigue vigente. La lucha ya no es por conseguir o recuperar ese “hogar nacional”. Eso ya se logró.

La guerra hoy está en otros frentes: defender lo que ya se consiguió, pero también levantar la voz contra el discurso de odio fomentado por los palestinos y sus defensores, y cuyo objetivo principal siempre es la deslegitimación de Israel.

Si toda esa gente fuera mínimamente coherente con la pretendida lucha a favor de los derechos de los palestinos, sus embates tendrían que ser contra los países árabes.

Ellos fueron los verdaderos culpables de la “tragedia palestina”.