Enlace Judío México.-Los terroristas radicales islámicos revivirán su movimiento. Estados Unidos tiene que enfocarse en derrotar a la ideología.

HUSAIN HAQQANI

El ataque terrorista del martes en la Ciudad de New York, cometido por un inmigrante de Uzbekistán, es un recordatorio de que el Islam político radical no terminará con la derrota reciente del Estado Islámico en Raqqa.

Así como la caída del Talibán en Afganistán enseguida después del 11/S no marcó el fin de Al Qaeda, las fuerzas extremistas en el mundo musulmán continuarán resucitándose en otras formas, en otros teatros. Si Al Qaeda fue la Yihad 1.0 en nuestra era, y el ISIS fue la Yihad 2.0, debemos prepararnos ahora para la Yihad 3.0. El islamismo continuará siendo un interés de seguridad nacional estadounidense en los años venideros.

El atacante de Nueva York, Sayfullo Saipov, no encajaba en el perfil estándar de un terrorista yihadista. Él probablemente se auto radicalizó, no pertenecía abiertamente a un grupo terrorista grande, y no se le habría negado el ingreso en virtud de la “prohibición de viaje” del Presidente Trump debido a su país de origen.

Al tratar de recrear un estado islámico, los radicales islámicos toman inspiración de 14 siglos de historia. Es importante entender los distintos movimientos “renacentistas” musulmanes, involucrando distintos grados de violencia y desafíos para el orden mundial de la época. Los radicales contemporáneos a menudo buscan en el pasado para encontrar modelos para la organización y movilización.

No es una coincidencia que Al Qaeda (literalmente “la base”) tratara de establecerse primero en Sudán antes de encontrar un hogar en Afganistán. Tanto Sudán como la región fronteriza entre Afganistán y Pakistán habían experimentado la yihad contra las potencias europeas resultando en estados islámicos de corta vida en épocas relativamente recientes.

La elección de Siria e Irak por parte del ISIS para declarar un Califato también fue una función de la reverencia islámica por los precedentes históricos. Damasco fue la capital del Califato Omeya (661-750), y Bagdad fue la base del Califato Abásida (750-1258).

En Sudán, Muhammad Ahmad se declaró Mahdi (“el resucitador”) y estableció un estado no reconocido desde 1885 a 1899 antes de ser derrotado por los ingleses. Los mahdistas aterrorizaban a los locales, persiguieron a las minorías religiosas (notablemente a los cristianos coptos), revivieron el comercio de esclavos, y desafiaron a Egipto y a su protector, Inglaterra. La muerte del fundador del movimiento en 1885 no marcó el fin de la yihad.

Por último, los ingleses derrotaron militarmente a los mahdistas con una fuerza anglo-egipcia. Ellos también usaron las estructuras religiosas y tribales tradicionales para desafiar la ideología mahdista. Hoy los mahdistas existen como una orden sufí en vez de un grupo extremista.

De igual manera, el área fronteriza entre Afganistán y Pakistán se volvió la base para el movimiento yihadista de Syed Ahmed Barelvi en 1826. Así como Osama bin Laden se mudó de Arabia Saudita, renunciando a una vida cómoda, Syed Ahmed venía de la nobleza india nordestina. Él movilizó fondos a través del subcontinente, los movió a través del sistema hawala, y compró armas para utilizar contra el imperios Sikh, alineado con los ingleses junto a la frontera del Afganistán de nuestros días.

Aunque lo mataron en 1831, terminando su estado islámico de corta vida, los seguidores de Syed Ahmed continuaron su campaña de acuchillamientos al azar contra los ingleses por otros 70 años. Manejar coches o camiones contra las multitudes es el equivalente de hoy día de esa campaña terrorista.

Finalmente, los ingleses desplegaron medios militares y de información para derrotar a los yihadistas. Ellos también desacreditaron las creencias de los terroristas apoyando a los líderes musulmanes que se oponían a las ideas radicales.

En el Medio Oriente, el Imperio Otomano tuvo menos éxito en lidiar con los wahabíes, quienes combatieron al imperio por el control sobre la Península Arábiga durante mucho del siglo XIX. Después de crear el estado moderno de Arabia Saudita en 1932, los wahabíes modificaron su enfoque de las relaciones internacionales, aunque no su teología. Al Qaeda y el ISIS manifiestan las creencias más radicales de los wahabíes y, aunque se les opone el estado moderno de Arabia Saudita, pueden ser construidos como una continuidad de su enseñanza wahabí.

Estados Unidos no es capaz de cambios a gran escala de la teología islámica, tampoco está al alcance de Estados Unidos. Y retratar la lucha contemporánea como una batalla con el Islam arriesga hacer de la población musulmana del mundo—1.800 millones de personas—un grupo de reclutamiento del Estado Islámico.

El Islam significa cosas diferentes para gente diferente y ha sido practicado en muchas formas entre distintas sectas a lo largo del mundo y a lo largo del tiempo. La doctrina de la yihad está abierta a la interpretación, muy como la noción cristiana de “guerra justa.” Los musulmanes que consideran al Islam una religión, no una ideología política, y que buscan la piedad, no la conquista, siguen siendo socios importantes para EE.UU.

Estados Unidos debe reevaluar sus alianzas en el mundo musulmán basado en si los socios alientan o no el extremismo. La reciente admisión de Arabia Saudita de enseñar moderación en la religión, emulando la campaña de los Emiratos Árabes Unidos contra el islamismo radical, merece apoyo estadounidense, como la decisión de Marruecos de trabajar con el Museo Recordatorio del Holocausto para educar a su pueblo acerca del Holocausto y enseñar tolerancia.

Por otra parte, el apoyo de Qatar a la Hermandad Musulmana y la decisión de Turquía de incluir enseñanzas yihadistas en su programa escolar indican su apoyo al radicalismo.

Por sobre todo, Estados Unidos debe enfocarse en derrotar la ideología radical islámica, no sólo su manifestación periódica en ataques terroristas.

 

*Husain Haqqani, director para Asia Sur y Central en el Hudson Institute en Washington, D.C., fue embajador de Pakistán ante los Estados Unidos del 2008 al 2011.

 

 

Fuente: The Wall Street Journal

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México

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