Enlace Judío México.- La decisión del Presidente Donald Trump de reconocer formalmente a Jerusalén como la capital de Israel y el anuncio del traslado de la embajada estadounidense de Tel Aviv a esa ciudad, el 6 de diciembre pasado, generó una intensa oleada de violencia de los palestinos de Cisjordania y de la Franja de Gaza, principalmente, contra Israel, incluso sus líderes están buscando promover una nueva intifada (rebelión) contra los judíos al percibir que su aspiración de crear un Estado palestino con Jerusalén Este como su capital no tiene viabilidad, por lo menos en el corto y mediano plazo.

LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

En este sentido, Trump señaló que EUA está comprometido a ayudar a facilitar un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos y no está tomando una posición sobre ninguno de los temas del status final, incluidos los límites específicos de la soberanía israelí en Jerusalén o la resolución de las fronteras en la disputa. Esas preguntas dependen de las partes involucradas; existe el compromiso de Trump de apoyar la solución de dos Estados en caso de que Israel y los palestinos, la respalden.

Las protestas se extendieron a Líbano donde residen medio millón de refugiados palestinos, con status de ciudadanos de segunda, incluso pretendieron atacar a la embajada de EUA en Beirut. Asimismo, manifestaciones contra Trump se registraron en otros países musulmanes del Medio Oriente y en Europa misma.

En el entorno de la violencia antijudía, la gran Sinagoga de Gotemburgo, en Suecia, fue atacada por agresores no identificados y “hordas de propalestinos” se manifestaron en Malmo, ciudad sueca famosa por su antisemitismo, gritando: “estamos comenzando una intifada y dispararemos a todo judío”.

Por otra parte, el 11 de diciembre la Liga Árabe convocó a una reunión de emergencia en la que 20 cancilleres censuraron a Trump por una medida que perciben favorable para Israel, y, sin propuestas específicas de acción, solo exhortaron a las naciones a reconocer al Estado palestino con Jerusalén Oriental como su capital. Obviamente no se iban a enfrentar a la potencia que representa EUA.

Cabe destacar que la decisión de Trump sobre Jerusalén se fundamentó en la Ley de Embajada de Jerusalén que el Congreso de EUA adoptó en 1995 instando al gobierno federal a reubicar la Embajada de EUA en Jerusalén y reconocer que esa ciudad es la capital de Israel. La Ley fue aprobada por una abrumadora mayoría bipartidista y fue reafirmada por el voto unánime del Senado hace 6 meses.

En el discurso en el que Trump anunció las medidas relacionadas con Jerusalén, indicó que durante más de 20 años los presidentes anteriores no aplicaron la Ley, negándose a trasladar la Embajada de EUA a Jerusalén y a reconocerla como su capital, pensando que ello promovería la paz, lo que no sucedió, por el contrario, los conflictos entre Israel y los palestinos se acrecentaron. A Mahmud Abás, presidente de la Autoridad Palestina, nunca le convino llegar a un Acuerdo de Paz con Israel y la creación de un Estado palestino, en virtud de que ello significaría el término de su mandato, (hasta ahora 9 años, cuando originalmente era de 4, empero, autoritariamente no convocó a elecciones) y de los copiosos ingresos que substrae en su beneficio, de su familia, y de su camarilla de corruptos, de los ingresos que la Autoridad Palestina recibe de ayuda del exterior. Hamás, que gobierna en la Franja de Gaza, niega rotundamente la existencia de Israel y pretende “borrarlo del mapa”.

Igualmente, el Rabino Shlomo Riskin opinó que no se puede dialogar por la paz basado en la mentira palestina de que el Templo de Salomón nunca existió y el Monte del Templo es un sitio sagrado para los musulmanes.

El reconocimiento de Jerusalén como capital del ancestral Israel y como un Estado-nación moderno, determina que los palestinos ya no pueden mantener más al mundo como rehén de sus demandas. En este sentido, Jerusalén Oriental pudo ser capital de un Estado soberano palestino, si Arafat hubiese aceptado los términos de los Acuerdos de Camp David, que fueron firmados por el presidente egipcio Anwar el – Sadat y el primer ministro israelí Menachem Begin el 17 de diciembre de 1978, tras doce días de negociaciones secretas con la mediación del presidente de EUA, Jimmy Carter y mediante los cuales Egipto e Israel firmaron la paz en los conflictos territoriales entre ambos países. Arafat no lo hizo porque pensó que podía dictar los términos a las potencias más fuertes.

El anuncio de Trump sobre Jerusalén marca un hito importante en Israel para legitimar su presencia en esa ciudad y también en los “territorios en conflicto” que ocupó a raíz de la guerra de los Seis Días que libró contra Egipto, Jordania, Irak y Siria entre el 5 y 10 de junio de 1967 y que en declaración unilateral del Consejo de Seguridad de la ONU consideró violación flagrante del Derecho Internacional. Lo que nunca se declaró ilegal fueron los territorios de Cisjordania que Jordania había capturado en 1948 y la ONU había reservado para el Estado Árabe (ni siquiera se mencionó a los palestinos); cuando el gobierno jordano ocupó estos sitios destruyó sinagogas, cementerios y escuelas judías; que los residentes judíos fueron creando en los mismos desde la destrucción del Templo en el año 70 DC; la ONU nunca dictó una resolución de condena a los territorios ocupados por Jordanos.

Por lo demás, el reconocimiento de Trump en relación al status de Jerusalén de alguna forma es una respuesta al ex presidente Obama; cuando casi al término de su mandato, el 23 de diciembre del 2016, ordenó a la misión de EUA en la ONU abstenerse de votar la resolución 2334 del Consejo de Seguridad que declaró a Jerusalén Oriental “territorio ocupado”, y que la presencia judía allí, incluso en la Ciudad Vieja de Jerusalén era ilegal; prácticamente Obama declaró el Muro Occidental como territorio ocupado.

Para Trump, el reconocimiento de Jerusalén está vinculado con la realidad; hoy día es la sede del gobierno, del Parlamento, de la Corte Suprema, de la residencia oficial del primer ministro y del presidente, Trump afirma que Jerusalén no es solo el corazón de tres grandes religiones, también es la sede de una de las democracias más exitosas del mundo. Ciertamente, el pueblo israelí ha construido un país donde judíos, musulmanes, cristianos y personas de otras religiones son libres de vivir y de rendir culto de acuerdo a sus creencias.

Israel se ha convertido en un muro para contener al enemigo más peligroso de Occidente en el Medio Oriente, Irán. El periodista palestino, Sami el Soudi, afirma que la decisión de Trump sobre Jerusalén no es fortuita, sino que es parte de un plan para reducir las demandas y las expectativas de la Autoridad Palestina. Un plan elaborado por Arabia Saudita, Egipto, EUA e Israel. Antes los grandes Estados árabes necesitaban a los palestinos para erradicar a Israel, y ahora que enfrentan la agresión de Irán, Israel es lo que necesitan. Soudi expresa que Jerusalén como la capital de Israel, y Palestina sin Jerusalén se convertirá en un “Estado menos” o “una autonomía más”, sin embargo, no es un país en el sentido completo.

Para Soudi es inútil conceder una importancia exagerada a la respuesta de los palestinos. Abás, además de hacer el ridículo y arrojar a los palestinos a las calles para enfrentar a la policía de Israel, “no puede permitirse oponerse al tsunami que se ha formado en su contra”. La reacción de Haniye, líder de Hamás, su organización terrorista, hubiera pesado más si hubiera propuesto otra agenda, sin embargo, siempre defendió la “destrucción de la entidad del Sionista y el genocidio de sus ciudadanos”; todo lo que Hamás ha podido hacer es lanzar guerras suicidas, la destrucción de Gaza.

Soudi menciona que los estados árabes han criticado la decisión de Trump, sin embargo, ningún politólogo árabe se engaña. La reacción de los líderes de los grandes países suníes es muy moderada, solo sirve para apariencia de mantener el apoyo a los hermanos palestinos. Soudi concluye que los líderes del mundo árabe se han dado cuenta de repente que el Estado hebreo existe, que jamás los ha provocado y que se convierte en un componente efectivo de su propia seguridad. Jerusalén vibra fuerte.