En el Medio Oriente, Trump da una oportunidad a la realidad

Enlace Judío México.- El primer paso hacia la paz es dejar de complacer las fantasías de los palestinos de destruir a Israel.

REUEL MARC GERECHT

Gran cantidad de gente está acobardada por la decisión del Presidente Trump de reconocer a Jerusalén como capital de Israel. Los medios de comunicación liberales, la mayoría de ex funcionarios de gobierno que han lidiado con el embrollo israelí-palestino, y casi todos en las Naciones Unidas parecen seguros que la decisión tuvo bastante que ver con la naturaleza disruptiva de Trump, Jared Kushner, el yerno del presidente, los cristianos evangélicos y los donantes republicanos pro-Israel.

Es posible que su decisión estuviera basada en cambio en una comprensión anticuada de la forma en que funciona el mundo, una que sería familiar para los meso-orientales: Hay ganadores y perdedores en todo conflicto, y los palestinos han perdido definitivamente en su lucha con los judíos de la Tierra Santa. La diplomacia basada en negar la realidad no es útil.

Esta visión se aplica justo dentro de los principios de la resolución contemporánea de conflictos, en la cual la diplomacia trata de hacer que los perdedores se sientan ganadores, para que los compromisos poco placenteros, al menos en teoría, sean más fáciles de digerir. Alivia la culpa de un pueblo occidentalizado triunfante sobre los árabes, que ha puesto incómodos a muchos en Europa e incluso en Estados Unidos con la superioridad israelí. También va contra una presunción sostenida ampliamente entre las élites—a saber, citando al actual embajador francés ante la O.N.U.: “Israel es la clave para la paz entre los israelíes y los palestinos.” Los israelíes, en esta visión, deben hacer los grandes compromisos.

La verdad es seguramente lo contrario. Reconocer la extensión e irreversibilidad de la derrota palestina es el primer paso en el largo proceso de salvar a la sociedad palestina de su pantano paralizante. Demasiados palestinos todavía quieren fingir que no han perdido, que el “derecho al retorno” y el estatus no inestable de Jerusalén dan esperanza de que aún es posible la erosión gradual de Israel. El Presidente Mahmud Abás, de la Autoridad Palestina, explotó un tema común entre los palestinos en su reciente discurso ante la Organización de Cooperación Islámica cuando se quejó que los judíos “son realmente excelentes en fingir y falsificar la historia y la religión.”

El problema más grande que tienen los palestinos es que los israelíes no confían en ellos, y los israelíes no pueden ser ignorados, eludidos, intimidados, bombardeados o boicoteados para salir de Jerusalén oriental y la Margen Occidental. Fatah, el organismo principal de la Organización para la Liberación de Palestina y el músculo detrás de la Autoridad Palestina, a menudo ha actuado públicamente como si los israelíes no fueran los extranjeros que realmente importaban, apelando a los europeos, rusos y estadounidenses para que intercedan en su favor. Los estadounidenses y europeos han alentado constantemente este reflejo extendiendo su propio rol en resolver el conflicto, generalmente sugiriendo que ellos engatusarían o empujarían a los israelíes hacia las posiciones palestinas.

Para los israelíes, esto ha parecido una obra de teatro surrealista. El liderazgo de Fatah está bien al tanto que sólo los servicios de seguridad israelíes han impedido que la Margen Occidental vaya por el camino de la Franja de Gaza, donde las fuerzas vastamente mejor armadas de Fatah fueron fácilmente desbordadas por Hamás en el 2007. La policía estatal laica de Fatah—y eso es lo que es la Autoridad Palestina—ha probado, hasta ahora, no ser rival para Hamás.

La diplomacia occidental ha fallado abismalmente en reconocer la división profunda entre los fundamentalistas y laicistas palestinos y jugó melancólicamente con la esperanza que una oligarquía profundamente corrupta de Fatah podría concluir un acuerdo de paz permanente con Israel. La apuesta concomitante de este engaño: Tal acuerdo debilitaría terminalmente a Hamás, ya que los laicistas finalmente habrían traído el cordero a casa.

El punto más importante, sin embargo, es ignorado siempre. El gobierno palestino competente, transparente, no violento, es la única opción que tiene la sociedad palestina para escapar a la crítica fundamentalista que ha debilitado a los oligarcas a lo largo del mundo árabe. Temerosos de jugar a los imperialistas y muy conscientes de la eficiencia de tener a un estado policiaco como socio, los estadounidenses, europeos e israelíes no han logrado usar la influencia de la ayuda financiera para establecer estándares para la gobernancia palestina en la Margen Occidental y en Gaza.

Los musulmanes palestinos no son diferentes de otros árabes musulmanes. La militancia religiosa ha crecido astronómicamente durante los últimos 40 años mientras las élites laicas gobernantes se han calcificado en autocracias corruptas, hipócritas y de mano dura. Los occidentales no han lidiado bien con esto, ya que desafía el enfoque de arriba hacia abajo inherente en la diplomacia—y también porque los fundamentalistas los aterrorizan. Pero el pasado debe decir a los estadounidenses y europeos que una solución de dos Estados para el enfrentamiento entre Israel y los palestinos no va a suceder antes que los palestinos se reconcilien en una democracia en funcionamiento que no atemorice a sus vecinos judíos. La mayor carga aquí corresponde a los palestinos.

La contribución estadounidense más valiosa al proceso de paz, hasta ahora sólo dada esporádicamente, es recordar a los palestinos que ellos tienen primero que poner su propia casa en orden y a los israelíes que a ellos les tiene que importar cómo los palestinos tratan a los suyos propios. Muy a menudo, los israelíes han visto a los palestinos—y a los musulmanes árabes en general—como el “otro” no educable, a quien mejor se deja a merced de sus propias leyes en tanto los israelíes no sean asesinados. Cualquier intento israelí por controlar el abuso de palestinos contra palestinos seguramente se encontrará con una granizada de censura del Occidente. Pero los israelíes deben asumir una visión más grande. Barrera o no barrera, ellos van a vivir con los palestinos para siempre. Israel seguramente debe querer corregir su error enorme de permitir a Yasser Arafat, el padre del nacionalismo palestino, importar su matóncracia dentro de la Margen Occidental y Gaza.

La mayoría de los árabes se han ajustado, aunque en forma reticente, a la permanencia de Sión. Ellos así lo hicieron hace cuatro décadas cuando Egipto, colapsando lentamente bajo su propia dictadura militar, se retiró de la guerra. Los estadounidenses, europeos e israelíes—no “los árabes”—son principalmente responsables por extender los grandes delirios palestinos acerca del “derecho al retorno” y una Jerusalén Oriental soberana. Ya es hora que se detengan. La decisión del Sr. Trump, cualquiera que sea la motivación, es un paso adelante.

 

 

*Marc Gerecht es miembro importante en la Fundación para la Defensa de las Democracias.

 

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México

 

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