Enlace Judío México – Se llamaba Ibrahim, era libanés, musulmán y miembro de Hezbolá. Ahora se llama Abraham, es judío, rabino e israelí. En este video, subtitulado para nuestros lectores, conocemos la increíble historia de este hombre, quien dio un giro de 180 grados a su vida. Un encuentro singular con un hombre cuya vida sobrepasa la ficción.

Como recluta modelo de la organización terrorista decidió cambiar, camino que le llevó desde el valle del Líbano a una sinagoga en Safed. Les vamos a contar el escenario de una vida que sobrepasa la ficción.

Estamos en la tarde del ayuno de Guedalia en casa de la familia Sinaí, una familia judía ortodoxa de Safed. Las hijas de Abraham preparan la mesa para la comida que termina con el ayuno. Nada de este decorado deja suponer la historia excepcional del padre de la familia, una historia que empezó lejos de aquí, salvo un remanente acento árabe.

Pregunta: ¿Usted cuida su acento?

Respuesta: No, lo tengo bien asumido.

P: ¿Hay algo en esta casa que le recuerda la casa donde nació?

R: Durante las fiestas sacrifico un animal en la casa, tomo un cordero y lo degüello, luego lo limpio, es lo que hacíamos en el Líbano.

(Frente al paisaje, cita ciudades) Marjayun, Dia, Jia, si usted mira a lo lejos verá dos montañas, allí al final es donde nací.

Desde un observatorio alto cerca de la frontera Abraham Sinaí puede percibir las distintas etapas de su vida extenderse frente a él.

(Él habla) Este lugar yo lo cruzaba a pie o en coche, me paseaba a menudo por ahí.

Unos 50 km y un hoyo profundo separan al judío practicante del bebé nacido en el valle del Líbano hace ya más de cuarenta años. Un bebé musulmán chiíta con el nombre de Ibrahim Yassin.

P: ¿Lo echa de menos?

R: En verdad, no, ahora es para nosotros como un traumatismo, me traumatizó ese lugar.

El brote de violencia y de venganza que hizo que se inclinara a una nueva identidad se sembró en esa época. El pequeño Ibrahim creció al abrigo de los enfrentamientos que oponían a la minoría chiíta a los palestinos refugiados suníes. Los palestinos nos perseguían, nos pisotearon, nos quebraron, la tomaron con hermano y con mi padre. A mí me pillaron en un bosque y me golpearon, porque sí, sin motivo.

En el momento que Zahal penetró en junio de 1982, Ibrahim ya tenía 18 años, estaba casado y esperaba un hijo.

Como muchos de sus conciudadanos, el también consideraba a los soldados israelís como sus salvadores, contrariamente a otros no se conformaba con lanzarles arroz mientras pasaban los tanques.

Yo me hice amigo de un israelí. Seguí mis propios intereses, si él quiere mi bien entonces mi interés es seguirle, ya que quiere mi bien.

P: ¿Cómo fue el primer contacto?

R: Fue cuando mi mujer estaba para dar a luz y necesitábamos ayuda. Paramos un convoy militar israelí. El israelí que nos ayudó, bajó del vehículo y ayudó a mi mujer a dar a luz. Luego llamó a un helicóptero que vino al pueblo con una enfermera y un médico, así es como nos hicimos amigos. Yo era muy feliz estando con él, no era él quien quería algo de mí, sino yo que quería algo de él. Yo veía a los terroristas y evidentemente corría a avisarle. Los terroristas me habrían matado, no me deseaban nada bueno, él no. Yo estaba muy contento de poder ir a avisarle, estaba contento de saber que alguien nos protegía.

Yo iba a su base a contarles, lo que veía, quería colaborar con ellos. Empezaron a apreciarme.

P: ¿Por qué? ¿Te pagaban mejor?

R: NO, no me pagaban, al contrario yo debía de haberles pagado, hacían el trabajo por mí, atrapaban a los terroristas y restablecían la calma.

En este equilibrio de fuerzas en tira y afloja apareció un tercer elemento: la milicia fundamentalista chiíta de Hezbolá que estaba en sus principios balbuceando.

Hezbolá nos pilló en emboscada en nuestra casa, los terroristas nos cayeron encima gritando: “Arriba las manos”. Yo estaba con mi padre y dos hermanos que tenía en el pueblo y trabajaban en el campo. Nos pusieron a pares en unas cajas (jaulas) y nos durmieron, cuando me desperté estaba en un bunker subterráneo de 1,5m x 2m.

Me dieron una paliza, no tenía ni un miembro del cuerpo que no me doliera, estaba entumecido y me llevaron al bunker como un pedazo de carne. Me torturaban cada día, me electrocutaban y me pegaban, me echaban agua caliente y agua fría, me metían la cabeza en un tonel, todo con los ojos vendados. Todos los días hasta perder el conocimiento, cuando me pegaban me desmayaba. Cuando me desmayaba estaba casi muerto y me echaban agua para que me despertara y me volvían a pegar. Pero Ibrahim no les dijo a sus secuestradores todo lo que sabía, entendió que pasara lo que pasara estaba condenado a muerte. No quiso salvar su vida, pero sí el honor de su familia. Después de meses de tortura su interrogador hizo un último intento.

Empezó a hablar, como si fuéramos amigos: ¿Crees que a los israelíes les importará mucho si te mato? Él tenia razón, ¿sabe? “A los israelíes no les importaría si yo estaba vivo o no, otro árabe, qué les podía importar…”. Y en ese momento me trae a mi hijo.

P: ¿Qué edad tenía su hijo?

R: 9 meses

Dije: esto es una señal, tienen a mi familia. Traté de acercarme al niño y me dice: No, ahora no. Hazme un favor y yo te haré un favor. Y quise hablar, de verdad, contarles todo, quién trabajaba para ellos, cómo se encontraban, todo, quería contar todo, pero ahí no me deja terminar la frase, me da un golpe en la cabeza, tengo la cabeza abierta; estoy al borde del desmayo y de repente un terrorista se acerca a mi bebé, lo riega con petróleo y lo quema hasta la muerte delante de mis ojos.

P: ¿Estas fotos son de cuando usted llegó? (A Israel)

R:

Es por un milagro que Ibrahim se libra de una ejecución, es liberado in extremis por sus secuestradores por un acuerdo de reconciliación entre el clan de su familia y los miembros de Hezbolá. Un acuerdo por el cual pasa de ser un traidor a ser un soldado modelo en la organización, un oficial de información con la misión de recoger datos sobre el terreno. Pero el oficial tiene algo que le hierve en el estómago.

(Él habla) Quise vengarme de Hezbolá pero también de los palestinos y de todos lo que nos hicieron daño. Quise vengarme. Invité a un miembro de nuestra familia, un primo de mi padre, e hicimos venir a sus amigos, les pusimos una mesa muy bonita, empezamos a hablar y hablar, quería cometer un atentado contra la base militar israelí cerca de nuestro pueblo, cuando lo oí me puse contento, porque el israelí al que yo quería que nos hizo tanto bien se iba a alegrar, si yo le contaba lo que tenían planeado. ¡Estaba exaltado! Sabía dónde se entrenaban, dónde estaba cada equipo, los vehículos, dónde estaban los misiles. De dónde venían, con qué vehículos contaban para entrar en la base, me levanté y corrí 60 km hasta llegar al lugar que antes te mostré. Ahí me encuentro con mi amigo, me abraza con lágrimas en los ojos, me dice: ¿No has visto como quemaron a tu hijo? ¿Quieres que quemen a toda tu familia? ¿Por qué?

Se encuentra de nuevo en el lado Israelí, pero no es un simple agente, es uno de los mejores y ahora los israelíes le pagan.

P: ¿Te pagan bien?

R: Me dan lo que pido.

Las misiones se suceden, algunas de las que todavía no se puede hablar, pero podrían nutrir una serie de películas de acción. ¿Sabes cuántos soldados he salvado de la muerte? ¿Cuántos atentados he evitado?

Ninguno de los que trataron de atacarnos sigue en vida. No hay una persona a la que yo no me haya acercado cuando me lo pidieron.

Al final de los años 90 los dirigentes de Hezbolá empiezan a sospechar de Ibrahim. Sin que de nuevo la tierra se abra a sus pies Israel le da asilo y se instala con su familia en Safed.

P: ¿La gente conoce su historia aquí?

R: ¡Claro!

Es aquí en la calles de la comunidad jasídica que empieza un viaje de otro estilo. Un viaje que se nutre de un sueño que tuvo en otra época al otro lado de la frontera.

Después que me encerraran en la prisión en un bunker de Hezbolá, le pregunté a Dios: ¿Por qué me proteges? Entendí que alguien me estaba protegiendo, lo entendí. Me voy a dormir y sueño, sueno con una casa antigua como esta casa que estáis viendo, en la casa hay tres rabinos y una biblioteca a la derecha de la puerta, yo cojo un libro de la biblioteca y le digo a mi mujer, éste es el libro que estábamos buscando. Cuando me levanto al día siguiente le cuento el sueño a mi mujer y ella me pregunta ¿Dónde es? Y yo le digo que como estoy trabajando con israelíes a lo mejor en el tribunal del más allá los que juzgan son judíos. Cuando tres años después estamos en frente del Rabinato, le digo a mi mujer, ¿Te acuerdas del sueño que te conté en el Líbano? Ella me dice: Sí, es la casa a la que Dios quiere que lleguemos. Es el camino. Entro y lo reconozco todo, el Rabino Shmuel Eliahu el gran Rabino de Safed, que Dios lo proteja. Es la misma persona que me recibió en el sueño.

P: ¿Cuándo se sintió usted judío por primera vez?

R: Cuando llegue aquí, yo entendí que era judío, completamente, lo sentí.

P: ¿Usted quería ser israelí como sus vecinos?

R: ¡Claro! Yo no estudié para ser judío, yo creía, me sentía judío. Aquí me casaron, aquí me casé por segunda vez, me separé de mi mujer durante tres meses y nos volvimos a casar.

P: ¿Se siente integrado?

R: Por supuesto. Pero de verdad que estoy integrado.

Desde el exterior Abraham Sinai, ya no tiene nada que ver con Ibrahim Yassin, sus hijas solo entienden un poco su idioma materno.

P: ¿Tú hablas un poco el árabe?

R: No.

Pero hay algo que las paredes de la casa, ni los años pasados no podrán borrar y es el temor de los que están al otro lado de la frontera.

P: ¿No tiene la tentación de volver, a ver qué pasa?

R: Oiga, le voy a decir que si algún día anuncian que hay paz, yo contaré hasta diez antes de poner los pies ahí, ¿me entiende?

Traducción: Noa Ramos