Enlace Judío México.- Si yo fuera a compilar una lista de deseos de política exterior para el 2018, lo primero en la lista sería terminar la ficción de que Líbano es un país independiente en vez de una satrapía iraní gobernada por la legión extranjera de Irán, Hezbolá.

EVELYN GORDON

El establishment de la política exterior occidental mantiene esta ficción por buenas razones; quiere proteger a los libaneses inocentes de sufrir las consecuencias de las provocaciones militares de Hezbolá contra sus vecinos. Pero esta política ha permitido a Hezbolá devastar con impunidad a muchos países lindantes, y está allanando el camino a una guerra que devastará al propio Líbano.

Proteger a Líbano de las consecuencias del comportamiento de Hezbolá es un consenso tanto bipartidista como transatlántico. Esto fue evidente a partir de la indignación unánime del Occidente en noviembre, cuando Arabia Saudita trató en forma abortiva de terminar la pretensión de que Hezbolá no gobierna Líbano presionando a renunciar a la cobertura de la organización, al Primer Ministro Saad Hariri. El Grupo de Apoyo Internacional a Líbano, que incluye a Estados Unidos, la ONU, la Unión Europea, la Liga Árabe, Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, China y Rusia, emitió una declaración exigiendo que Líbano sea “protegido de las tensiones en la región.” El secretario adjunto actuante del Departamento de Estado para Asuntos del Cercano Oriente, David Satterfield, exigió que Arabia Saudita “explique por qué Riad estaba desestabilizando a Líbano.” El presidente francés Emmanuel Macron proclamó vital que Líbano permanezca “desasociado” de las crisis regionales. Y sigue la lista.

Pero el Occidente no ha mostrado ninguna preocupación similar por escudar a los muchos países meso-orientales a los cuales el partido gobernante de facto de Líbano ha desestabilizado durante años. Miles de tropas de Hezbolá han luchado en la guerra civil de Siria, ayudando al régimen de Assad a masacrar a cientos de miles de sus propios ciudadanos. Hezbolá tiene también tropas en Yemen para apoyar a los rebeldes huzíes en la guerra civil de ese país, y puede haber estado involucrado en disparar misiles desde Yemen a Arabia Saudita. Ha entrenado a milicias chiíes en Irak y luchó junto con ellas. Y, por supuesto, ha levantado un arsenal de unos 150,000 misiles–más grande que el de los ejércitos más convencionales–para uso eventual contra Israel.

Concedido, Hezbolá no es el partido gobernante oficial de Líbano; es parte de un gobierno de coalición liderado por Hariri, quien de hecho pertenece a un partido rival. Pero Hezbolá no sólo tiene poder de veto oficial sobre todas las decisiones de gobierno, es también la fuerza militar dominante del país. Hariri no tiene fuerza para impedir que Hezbolá envíe tropas por toda la región; él no puede siquiera impedirle hacer lo que le plazca dentro del propio Líbano.

Un pequeño ejemplo ilustra perfectamente su impotencia. A principios de diciembre, Qais al-Khazali, el jefe de una milicia chií iraquí, fue filmado en video acompañando a agentes de Hezbolá a la frontera libanesa-israelí y proclamando la disposición de su milicia para ayudar a Hezbolá a combatir a Israel. Hariri nombró a la visita una “violación flagrante” de la ley libanesa y ordenó al ejército libanés asegurar que no volviera a ocurrir ningún incidente de ese tipo. Algunas semanas más tarde, como para subrayar la falta de poder de Hariri, Hezbolá llevó a otro alto comandante de una milicia chií siria a la frontera para una promesa similar filmada en video.

Sin embargo, a pesar de la evidencia abrumadora en contra, el Occidente ha insistido en mantener la ficción que Líbano es en cierta forma independiente de Hezbolá en vez de estar gobernado por él. Y haciéndolo, los países occidentales han facilitado de hecho la agresión de Hezbolá.
Gracias a esta ficción, el Occidente da cientos de millones de dólares en ayuda tanto civil como militar a Líbano. La ayuda civil, de la cual la U.E. ha proporcionado más de u$s1000 millones en los últimos años, libera a Hezbolá de la necesidad de pagar por las consecuencias de sus acciones, como cuidar del 1.1 millón de refugiados sirios que su propia agresión ayudó a expulsar de Siria a Líbano. La ayuda militar estadounidense, de la cual Líbano es el sexto receptor más grande del mundo, ha dado a Hezbolá acceso a entrenamiento, información, equipo y otras capacidades militares, ya que el ejército libanés comparte todo lo que recibe con la organización, ya sea en forma voluntaria o bajo compulsión por la fuerza mayor de Hezbolá.

Aparte, gracias a esta ficción, el Occidente ha menoscabado repetidamente las sanciones contra Hezbolá para evitar dañar a Líbano y ha presionado en forma repetida a otros países para que no penalicen a Líbano por la agresión de Hezbolá. Esto ha permitido a Hezbolá librar sus guerras exteriores sin que su propio electorado libanés pague ningún precio. Si Hezbolá supiera que sus propios ciudadanos sufrirían por sus acciones podría pensar dos veces acerca del aventurismo en el extranjero.

Pero aparte de desestabilizar a otros países meso-orientales, esta política occidental es propensa a volverse contra el mismo Líbano. Los observadores serios actualmente clasifican otra guerra entre Hezbolá e Israel como entre probable e inevitable. Y debido a que Hezbolá tiene 150,000 cohetes apuntados a la población civil de Israel, Israel no tendría más opción que emplear fuerza máxima para terminar tal guerra tan pronto como sea posible. Contra una amenaza de esa magnitud, proteger a su propio pueblo triunfaría por sobre cualquier presión internacional por “restricción.”
El resultado sería víctimas civiles en masa, dado el hábito de Hezbolá de insertar tropas y armas en áreas urbanas, tanto como la destrucción de infraestructura libanesa, la cual usa Hezbolá para mover y reabastecer a sus tropas. En resumen, Líbano sería devastado.

La única forma de prevenir tal guerra es revertir las políticas occidentales que han permitido que Hezbolá crezca a sus actuales proporciones monstruosas. Esto significa ejercer presión masiva sobre Hezbolá, aun si también daña a Líbano. Tal presión debe incluir tomar como blanco el comercio de drogas de Hezbolá y sancionar a los bancos libaneses que manejan sus finanzas. Esto podría mantener a la organización tan preocupada con su propia supervivencia que no tendría energía que perder enfrentando a Israel. Además, el Occidente debe ser claro en que no puede y no protegerá a Líbano si estalla la guerra. Si Hezbolá cree que el Occidente intervendrá una vez más para escudar a Líbano, es responsable de cometer el error de pensar que puede combatir a Israel sin consecuencias intolerables para su propio pueblo.

Muchas décadas de “proteger” a Líbano sólo han fortalecido a Hezbolá, y es loco pensar que más de lo mismo producirá resultados diferentes. Por lo tanto, ya es hora de admitir que Líbano es un subsidiario totalmente de propiedad iraní y tratarlo en forma acorde–no sólo por el bien de los vecinos de Líbano sino por el bien del propio Líbano.

 

 

Fuente: Commentary
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México

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