Enlace Judío México – Ahora que el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, ha dejado en claro su postura para que todo el mundo la escuche, es hora de aclarar parte de la hipocresía “políticamente correcta” que durante años, desde los desventurados Acuerdos de Oslo, ha enturbiado el debate sobre el conflicto israelí-palestino, en Israel y en el extranjero.

MOSHÉ ARENS

Estados Unidos no puede ser, y nunca ha sido, un intermediario neutral en el conflicto israelí-palestino. Es el líder de la comunidad de naciones democráticas del mundo y como tal, no puede asumir una posición neutral entre el Israel democrático y los palestinos, ya sea representados por un liderazgo autocrático que glorifica los actos de terrorismo o por fundamentalistas islámicos que llevan a cabo ataques terroristas .

A través de los años, la participación de Estados Unidos ha estado motivada por la suposición de que su principal interés es mantener buenas relaciones con el mundo árabe y garantizar el suministro continuo de petróleo, y que mientras el problema palestino no se resuelva, Israel será un obstáculo para sus relaciones con los árabes.

En los últimos años, los cambios tectónicos en el mundo árabe, el bajo precio del petróleo y la menor importancia atribuida al problema palestino en gran parte de la región han eliminado esencialmente el principal incentivo de Estados Unidos para mantenerse involucrado en el conflicto. Durante los ocho años de la presidencia de Barack Obama su participación fue motivada por convicciones ideológicas, la necesidad de llegar al mundo musulmán y el apoyo de Obama a la “solución de dos Estados”.

Con la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, esos elementos han desaparecido y parece que no volverán. Ahora, lo que ha quedado claro, como debería estarlo anteriormente, es que la resolución del conflicto requiere negociaciones directas entre representantes israelíes y palestinos. Eso no tiene sustituto. No el llamado de Abbas a una intervención de la Unión Europea ni su dependencia de la mayoría anti-israelí en las Naciones Unidas.

A pesar de la creencia generalizada de que los temas centrales – como Jerusalén o el destino de los asentamientos israelíes más allá de las líneas de armisticio de 1949 – son los principales obstáculos para un acuerdo, el tema para el cual parece no haber una solución por el momento es que cualquier retirada militar de Israel propiciará el lanzamiento de cohetes contra centros de población de Israel desde áreas que sean entregadas a los palestinos.

Israel no puede permitir que se repita lo que sucedió tras la retirada de la Franja de Gaza. Ni Abbas ni el liderazgo de Hamas pueden ofrecer ninguna garantía a este respecto. No habrá un avance significativo antes de que se resuelva este problema.

¿Acaso eso significa que la única opción es un Estado con una mayoría palestina o un Estado apartheid, como lo afirma la izquierda israelí? Este dilema imaginario se basa en una teoría determinista de la historia que ignora otras alternativas en los próximos años, y en predicciones demográficas cuestionables.

Lo que la izquierda realmente está diciendo es que es mejor que caigan cohetes sobre Tel Aviv que continuar el control militar israelí sobre Judea y Samaria. Hay poco apoyo en Israel para ese enfoque. Aquellos que apoyan esa postura en el mundo no necesariamente se preocupan por la seguridad de los ciudadanos de Israel. La insistencia de la izquierda en que las encuestas muestran que la mayoría de los israelíes está a favor de una solución de “dos Estados” distorsiona las opiniones de esa mayoría. La mayor parte de los israelíes no está a favor de una retirada israelí de Judea y Samaria en este momento, sino que expresa su deseo de deshacerse del mayor número de palestinos posible a su debido tiempo.

En cuanto a los asentamientos israelíes en Judea y Samaria, la lección que se aprendió tras el desarraigo de los colonos de Gush Katif y la retirada israelí de la Franja de Gaza es que esos actos no se repetirán en el futuro. Ningún gobierno israelí, presente o futuro, tampoco impedirá que los israelíes se asienten en Judea y Samaria. Los judíos en estas áreas de la Tierra de Israel están ahí para quedarse. No debían considerarse como un obstáculo para el establecimiento de un Estado palestino si y cuando éste forme parte de la resolución del conflicto árabe-israelí.

Un Estado palestino democrático que adopte los valores occidentales vería a una minoría judía dentro de sus fronteras como un activo que puede contribuir a la economía de un Estado que enfrentará problemas económicos difíciles.

¿Y ahora hacia dónde vamos? Negociaciones directas, por supuesto. Pero tomará tiempo, mucho tiempo.

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Fuente: Haaretz / Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico