Enlace Judío México – Tras una exitosa huida de la Alemania Nazi en su adolescencia y su incorporación en las filas británicas, el judío Herman Rothman terminó por llevar a cabo una inusual función de notario al ser uno de los primeros en saber la última voluntad de Hitler.

Irónicamente, uno de los primeros hombres en leer la última voluntad de Adolf Hitler, que redactó pocos minutos antes de su suicidio, fue el judío de origen alemán Herman Rothman.

Con la Alemania Nazi totalmente resquebrajada aquél mayo de 1945, uno puede imaginar la probable agridulce gracia que le causó leer el párrafo final de la petición final del Führer.

Por encima de todo, encargo a los líderes de la nación y a todos sus subordinados la observación escrupulosa de las leyes de la raza y la oposición inmisericorde a los envenenadores de los pueblos, el judaísmo internacional.

Rothman, un judío alemán que logró escapar antes de la catástrofe hacia Gran Bretaña y enlistarse en los batallones de Su Majestad, tenía solo 21 años cuando lo despertaron a las 5 de la mañana y le asignaron una tarea. La Segunda Guerra Mundial acababa de terminar y su trabajo consistía en interrogar a los prisioneros nazis en un campamento en Fallingbostel, a 320 kilómetros de Berlín.

El testamento había sido descubierto escondido en las hombreras del oficial nazi Heinz Lorenz, quien había sido secretario de prensa del ministro de propaganda nazi Joseph Goebbels. Hitler le había dado el documento para sacarlo de manera oculta de Berlín.

Rothman trabajó con otros cuatro para traducir las últimas palabras de Hitler de 56 años, que decía lo que debería sucederle a su riqueza personal e incluía su última diatriba contra los judíos. Todo estaba destinado a ser transmitido al próximo líder del partido nazi dentro de la imaginación megalomaniaca de Hitler.

“Fui uno de los primeros en poner los ojos en las últimas palabras de Hitler. Estaba sosteniendo el papel que sostenía. Era un pergamino rígido, el tipo de letra era grande, la gramática era absolutamente correcta. Fue escrito para verse impresionante”, comenta Rothman al diario EssexLive.

El primer pensamiento de Rothman fue la ironía de que él y los otros traductores eran todos judíos. Su segunda sorpresa fue que Hitler parecía tener poca riqueza.

“Siempre imaginamos que tenía una gran fortuna”, dijo Rothman, quien fue uno de los invitados en un evento durante el Día Internacional del Holocausto, donde habló sobre su extraordinaria vida en el Brentwood Theatre, en la ciudad británica de Essex.

“Fue dirigido al pueblo alemán”. Quería demostrarles que tenía muy poco”, dijo. “Era típico de Hitler darse cuenta de que estaba trabajando exclusivamente para la gente, que no estaba obteniendo ganancias para sí mismo. Todo no era más que propaganda”.

En su testamento, Hitler dice que mantenía alrededor de 700 mil dólares (en moneda corriente) como su fortuna total. Parte de esto los destinó a los nazis, el resto para apoyar a sus medios hermanos y suegra. Pero descubrimientos e investigaciones recientes han logrado demostrar que era todo lo contrario: Hitler era uno de los hombres más ricos de la época.

Rothman era un niño que vivía en Berlín con su madre, su padre y su pequeño hermano cuando los nazis llegaron al poder en 1933.

A medida que la persecución de los judíos se intensificó, sus padres lograron conseguirle un lugar en un Kindertransport a Reino Unido en 1939, solo unas semanas antes de que estallara la guerra. Él tenía apenas 15 años.

Rothman no conoció el destino de su familia hasta unos pocos años después de la guerra, pero afortunadamente sobrevivieron. Su padre logró escapar hacia el entonces Mandato Británico de Palestina. Su madre y su hermano también escaparon, pero la otra familia y sus mejores amigos murieron.

Rothman dice que no fue difícil luchar contra Alemania, su patria de nacimiento, cuando se unió al ejército británico a los 18 años. “Sentí que no tenía nacionalidad”, dice.

Después de la guerra, Rothman se convirtió en abogado. Conoció a su esposa Shirley en 1949 y tienen dos hijos, seis nietos y un bisnieto en camino.

Incluso ahora, a 73 años de distancia, las emociones del momento vuelven y abruman a Rothman.

El campo de concentración en Bergen-Belsen, donde murió Ana Frank, estaba en el camino de su propio campamento en Alemania y recuerda a los reclusos que vivían en los cuarteles cercanos porque no tenían otro lugar a dónde ir. “Sus familias y hogares habían sido destruidos. Fueron desplazados”, dice.

“Conocimos a 3 adolescentes húngaras. Nos dijeron que habían sido llevadas a pie hasta el campamento. Mendigaban comida, pero la gente les cerró los postigos.

“Pero aún no estaban amargadas. Nos invitaron a cenar. Todo lo que tenían eran huevos. Nos recibieron bien aunque habían sufrido tanto. Eso era la humanidad en su mejor nivel, y yo estaba trabajando con la humanidad en su peor momento”.

Fuente: Essex Live / Reproducción autorizada con la mención siguiente: ©EnlaceJudíoMéxico