Enlace Judío México.- Mis abuelos, tías abuelas y tíos abuelos, la generación que vivió durante la Segunda Guerra Mundial, nunca visitaron un campo de concentración. Tampoco yo. Para recordar el Holocausto, es suficiente pasear con el tranvía No. 35 a través de Varsovia. En su viaje de norte a sur, pasa por sitios de conmemoración pública, como el Monumento a los Héroes del Gueto; la Umschlagplatz, donde los judíos del gueto fueron arreados en vagones de transporte a los campos de la muerte; y la prisión Pawiak, el principal lugar de retención para prisioneros políticos durante la ocupación nazi. También pasa por lugares que tienen un significado más personal: el lugar de lo que fue una vez la casa de mis abuelos y la tumba de mi abuelo en el Cementerio Powazki.

JACOB MIKANOWSKI

Algunos lugares son públicos y privados al mismo tiempo. Yo no sé cuántos parientes abandonaron Varsovia por última vez desde la Umschlagplatz. La prisión Pawiak es donde el primo de mi abuelo, un judío que trataba de sobrevivir con papeles arios, murió cuando comenzó el Levantamiento de Varsovia, el 1 de agosto de 1944. Un lugar que siempre me hace estremecer cuando paso, ya no existe más siquiera: Ulica Gesia, o la Calle del Ganso.

Durante la ocupación nazi, esta fue la localización de la prisión principal para el gueto. Es también donde la tía de mi madre, Rose, fue muerta a tiros con otras 14 mujeres el 15 de diciembre de 1941. Según lo que las hermanas de Rose escucharon después de la guerra, ella fue atrapada del lado ario del muro. Un niño de 12 años de edad la delató ante la Gestapo mientras viajaba en un tranvía. Es probable que ella esté enterrada debajo del Centro de Compras Arkadia, a algunas paradas más de la línea.

¿Qué hacer con esta traición por parte de un niño? ¿Debería ser contrapuesto a actos de bondad o heroísmo, como el del ucraniano que salvó la vida de mi padre ayudándolo a cruzar el Río Bug en el otoño de 1939, y los actos similares de miles de otros polacos, ucranianos y bielorrusos que salvaron judíos? ¿O debe ser emparejado con el número incluso mayor de actos horrorosos cometidos por ciudadanos polacos?

La historia del Holocausto en Polonia es dolorosa y compleja. Una nueva ley aprobada por el Partido Ley y Justicia gobernante en Polonia tiene por objetivo hacerla simple. Firmada por el Presidente Andrzej Duda el 6 de febrero, la legislación impone castigo de hasta tres años en prisión para los que “públicamente y contra los hechos atribuyan a la nación polaca o al Estado polaco responsabilidad o co-responsabilidad por los crímenes nazis cometidos por el Tercer Reich alemán.” En otras palabras, en Polonia puede ahora ser ilegal culpar a los polacos por el Holocausto.

La ley es un golpe a la libertad de expresión y a la verdad histórica por igual. Es también seguro que sea profundamente contraproducente. Una razón es que la complicidad polaca en el Holocausto ha sido un tema de investigación y debate en Polonia por décadas. Un punto de inflexión llegó en el año 2000, con la publicación del libro “Vecinos” por parte del historiador Jan T. Gross, el cual reveló la masacre de judíos a manos de polacos en 1941 en el pueblo de Jedwabne. Desde entonces, los historiadores han descubierto docenas de otros ejemplos de asesinatos en masa cometidos por polacos; “Vecinos” ha sido el tema de conferencias, documentales, libros y una obra ganadora de premios. Una generación entera de historiadores polacos ha investigado ahora todo, desde el chantaje a judíos por parte de sus vecinos polacos a las actividades de “los Azules,” una fuerza policial auxiliar conformada en su mayoría por policías polacos de la preguerra que se pensaba eran responsables por decenas de miles de muertes.

Pero más allá de la historia académica y los términos del debate público, hay historias. Miles de familias en Polonia, Estados Unidos, Israel y otras partes tienen historias como la de mi tía Rose. Que miles de polacos arriesgaron sus vidas para salvar judíos es cierto. Pero también es cierto que en una guerra deshumanizada, muchos más encontraron formas de lucrar a partir del sufrimiento de sus vecinos o los persiguieron directamente, ya sea por auto-preservación o por malicia.

Es una marca de madurez que una nación pueda enfrentar las páginas más oscuras en su historia. Según esta medida, aunque el proceso ha sido doloroso, la Polonia pos-comunista lo ha hecho bastante bien. Esto hace aún más decepcionante a la nueva legislación. ¿Por qué tratar de meter al gato historiográfico nuevamente en la bolsa? ¿Qué esperan obtener el Partido Ley y Justicia y sus partidarios?

La respuesta tiene mucho que ver con las corrientes subyacentes de la vida política polaca. Durante 200 años, la política polaca ha oscilado entre dos ánimos: los insurrectos y los constructores de Estado. Desde el Levantamiento de Kosciuszko en 1794 contra Rusia al movimiento Solidaridad de principios de la década de 1980, una confrontación heroica con un opresor poderoso ocupa el centro moral de la política de Polonia. (En mi familia, también: Mi tatarabuelo perdió un brazo en el Levantamiento de Enero de 1863.) Pero si bien el corazón de la nación se encuentra con los insurrectos, la mayoría de la responsabilidad cae sobre los constructores de Estado.

La Alianza Izquierda Democrática y el centrista Plataforma Cívica — dos de los partidos más influyentes en Polonia desde la caída del Comunismo — pertenecen al bando de los constructores de Estado. A pesar de ser conservador, Ley y Justicia existe en forma directa en la tradición insurrecta. Cuando el partido llegó al poder finalmente, sus líderes dijeron que era el inicio de una nueva era, una Cuarta República, borrando la Tercera República inaugurada en 1989.

A lo largo de los siglos, los insurrectos polacos combatieron a austríacos, prusos, rusos, nazis y soviéticos. Todas estas batallas infectaron la política del país con una variedad de nacionalismo particularmente fatalista, y buscadora de muerte. Cerca de 30 años después de la caída del Comunismo, ha llegado a cierre un ciclo de construcción de Estado. Polonia es más próspera que lo que ha sido jamás. Tiene un equipo de futbol loable y hace excelentes videojuegos. En resumen, Polonia es al fin un país europeo más o menos normal. Y ese puede ser el problema.

Con pocas amenazas externas que combatir, Ley y Justicia fabricó enemigos. Los refugiados, en su mayoría ausentes, hicieron un peligro hipotético a mano. La Unión Europea también es un buen blanco, pero confiere demasiados beneficios sobre la ciudadanía de Polonia como para encargarse a cualquier nivel más más allá del discurso. Así que Ley y Justicia han enfocado sus mayores energías en librar una guerra por el pasado. Esta lucha ha asumido muchas formas: desacreditar al Acuerdo de la Mesa Redonda de 1989, acusar a Lech Walesa de trabajar como un agente comunista, intentar revisar un museo de la Segunda Guerra Mundial en Gdansk, levantar museos y dotar de personal a institutos históricos con aliados ideológicos.

Pero más que nada, Ley y Justicia se ha enfocado en presentarse como un defensor del honor de la nación. Esto significa exaltar a los mártires (los insurrectos de 1944, los “soldados maldecidos” que combatieron al Comunismo después de la guerra) y castigar a los “difamadores.” Un nacionalismo basado en glorificar el sacrificio colectivo ha cuajado en un chauvinismo de dolor.

Yo desearía que esto no definiera la nacionalidad polaca. Hay otras visiones que prefiero más; estoy seguro que Tía Rose también lo haría. En 1901, el dramaturgo Stanislaw Wyspianski creó una visión propia. Estaba basada en una boda a la que él asistió, donde uno de sus amigos, un compañero miembro de la bohemia artística de Cracovia, desposó a una muchacha del campo. En la obra, Wyspianski escribió sobre ello, todos estuvieron invitados: judíos y polacos, poetas ucranianos, fantasmas de insurrectos y conservadores cautos por igual. Los invitados debaten y filosofan, coquetean y se deleitan. La Polonia de Wyspianski era pluralista, consciente de las diferencias y abierta a la duda. Lo mejor de todo, tenía un lugar para los extraños.

Es improbable que los líderes de Ley y Justicia abracen la visión de Wyspianski. Pero tal vez, algún día, más ciudadanos polacos lo harán. Por ahora, el gobierno polaco debe saber que el recuerdo no puede ser legislado en olvido. En Varsovia, las piedras mismas recuerdan. Si Polonia va a recuperar su centro moral, tendrá que invitar a más gente al banquete.

 

 

*Jacob Mikanowski (@JMikanowski) es un periodista y crítico.

 

 

 

Fuente: The New York Times
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México.