Enlace Judío México.- “Suecia tiene el primer gobierno feminista del mundo”, presume el gobierno sueco en su web oficial. ¿Qué quiere decir eso, exactamente?

Esto significa que la igualdad de género es esencial para las prioridades del Gobierno […] la perspectiva de género se sitúa en la primera línea de la creación de políticas […]. La herramienta más importante del Gobierno para implementar las políticas feministas es la integración del género, para lo cual la elaboración de presupuestos con conciencia de género son un componente importante.

Este parche de retórica burocrática va acompañada de una fotografía del actual gobierno sueco, compuesto de doce mujeres y once hombres.

Naturalmente, hay varios tipos de feminismo. El preferido por Suecia no trata de la hermandad femenina universal y llevar la igualdad de sexos a todo el planeta. No: es un feminismo “interseccional”. ¿Qué es el feminismo “interseccional“? Es una especie de feminismo que, según el relativamente nuevo concepto académico de “interseccionalidad”, acepta una jerarquía conforme a la cual otros “grupos víctima” —como las “personas de color” y los musulmanes— están un peldaño más altos en la escalera de los agravios que las mujeres, por lo cual, las mujeres que pertenecen a dichos grupos poseen un estatus de víctima superior al de las mujeres blancas cristianas o judías.

Esto significa que las feministas “interseccionales” deben tener una actitud culturalmente sensible y relativa, y reconocer y privilegiar valores de base cultural distintos a la igualdad entre sexos. Deben ser feministas que entiendan que, aunque ninguna expresión de desprecio hacia la supuesta tiranía de los machos occidentales no será nunca demasiado altisonante, exagerada o vulgar, sí deben moderar su devoción por la igualdad femenina por respeto a las prioridades distintas de esas culturas. En la práctica, esta obligatoriedad de respetar las prioridades distintas de otras culturas es lo más urgente, y el respeto propio se considera una bajeza cuando en la cultura en cuestión la desigualdad femenina se consagra e impone de manera concienzuda.

Esta marca de feminismo, ni que decir tiene, no se limita a Suecia. El año pasado, al día siguiente de la investidura de Donald Trump, pudimos verlo en toda su magnitud en Estados Unidos, en la Marcha de las Mujeres, donde se condenó universalmente al nuevo presidente como la personificación del patriarcado, mientras que Linda Sarsour, una mujer que lleva el hiyab y defiende la ley islámica (la sharia), se convirtió de la noche a la mañana en una heroína feminista.

¿Qué está promoviendo Sarsour? Bajo la ley de la sharia, la mujer debe ser servil y obediente. Su testimonio en el juzgado vale la mitad que el del hombre, porque ella es “deficiente en inteligencia”. Las hijas heredarán sólo la mitad que los hijos. Al hombre no sólo se le permite pegar a su mujer, sino que se le anima a ello, si ésta no es lo bastante obediente. El hombre puede tomar esposas “infieles”, pero la mujer sólo puede casarse dentro de su misma confesión. El hombre puede tener hasta cuatro mujeres, pero la mujer sólo puede tener un marido. El hombre se puede divorciar de su mujer con sólo pronunciar unas palabras; la mujer, si quiere el divorcio, tiene que someterse a un largo proceso donde a la postre será un grupo de hombres los que juzguen el asunto. El hombre tiene derecho a tener relaciones sexuales con su mujer contra su voluntad y, bajo determinadas circunstancias, también con otras mujeres. Y eso sólo es el principio.

A veces, cuando uno señala estas normas, la gente responde: “Bueno, la Biblia dice cosas muy parecidas”. La cuestión no es que todo esto aparezca en las escrituras islámicas, sino que la gente viva conforme a ellas. Además, en la Marcha de las Mujeres del año pasado, Sarsour, una mujer que defiende estos discriminatorios y profundamente antifeministas códigos de conducta, fue aplaudida. Eso es feminismo “interseccional” llevado al punto de la autodestrucción.

Con todo, en ningún país han tenido estos preceptos del feminismo interseccional un apoyo más inequívoco de las élites políticas y culturales, ni han sido más ávidamente interiorizados por los ciudadanos, como en Suecia. Un buen ejemplo: una de las consecuencias del feminismo “interseccional” es la grave renuencia a castigar a los hombres musulmanes por actuar conforme a los dictados morales de su propia cultura; y es precisamente por esa renuencia por lo que Suecia, con su “gobierno feminista”, se ha convertido, según algunos observadores, en la “capital de la violación en Occidente”. Además, fue la “interseccionalidad” lo que hizo que el año pasado todos los miembros femeninos de la delegación del gobierno sueco en Irán llevaran la cabeza cubierta y se comportaran como si estuviesen en el harén más humilde del planeta. “Con su gesto de sometimiento —observó una web de noticias sueca— no sólo se han burlado de cualquier concepto de ‘feminismo’, también han apuñalado a sus hermanas iraníes por la espalda”.

Un ejemplo más de este feminismo “interseccional” es una mujer sueca de 45 años que trabajó en un hogar colectivo para “menores refugiados sin acompañante”. En noviembre de 2016, presumiblemente por su buen corazón, acogió en su casa a Abdul Dostmohamadi, un afgano que había vivido en el hogar colectivo y que tras cumplir los 18 años ya no podía seguir viviendo allí. Al cabo de un mes se convirtieron en amantes; unos meses después, como se supo hace poco, Dostmohamadi abusó sexualmente de su hija de 12 años. Cuando la niña se lo contó a su madre, la madre no hizo nada, y les explicó posteriormente a las autoridades que tenía miedo de que Dostmohamadi pudiese ser deportado.

Cuando la niña se lo contó a su padre, que no vive con ellas, éste lo denunció a la policía. La madre no tenía por qué preocuparse por la deportación: Dostmohamadi recibió una sentencia de tres meses suspendida, se le impuso una pequeña multa, y se le ordenó la prestación de servicios a la comunidad. Ese es el poder del feminismo “interseccional” en el sistema sueco: permite que una madre sueca —y un tribunal sueco— acuerden dar menos prioridad al bienestar de su hija, de la que han abusado sexualmente, que al bienestar del musulmán que la había asaltado.

Terminaré con otro ejemplo de este feminismo “interseccional” de las instituciones en acción: los padres iraquíes de Alicia se la llevaron a Suecia cuando tenía 4 años. Cuando tenía 13, la llevaron de vuelta a su país de origen para casarla con su primo de 23 años. Alicia, ciudadana sueca que volvió sola a Suecia, dio a luz a dos gemelos, que se convirtieron automáticamente en ciudadanos suecos. Después de cuidarlos durante un tiempo, le quitaron a sus hijos, contra su voluntad, para que su marido los criara en Irak. El año pasado, reclamó ante el Tribunal Municipal de Estocolmo la custodia exclusiva. El pasado 9 de enero, el Tribunal Municipal de Estocolmo falló a favor de él, basándose en que los gemelos habían vivido más tiempo con él que con Alicia, que ahora tiene 24 años.

Un tribunal sueco falló contra los derechos parentales de una ciudadana sueca y entregó sus hijos, también ciudadanos suecos, a un extranjero del que se sabe que había violado a su madre cuando era una niña en el contexto del “matrimonio” regido por la sharia. Juno Blom, experta en la violencia “por motivos de honra”, es una mujer sueca a la que por lo visto no le llegó la circular sobre feminismo “interseccional”. Refiriéndose a la sentencia judicial como una “desgracia”, Blom acusó a Suecia de haberle fallado a Alicia durante toda su vida:

“Una niña pequeña a la que se llevan de Suecia, la casan, la violan y le arrebatan a sus hijos sin que las autoridades intervengan. Y ahora le han puesto el último clavo en el ataúd negándole la custodia. Seguramente no he visto jamás un caso en el que se hayan cometido tantos errores”.

Blom parece no entenderlo. Las autoridades suecas no han cometido ningún “error” en el caso de Alicia. Cada uno de sus actos radica en una filosofía que entienden perfectamente y en la que creen profundamente. Son, como les gusta proclamar, orgullosos feministas de la cabeza a los pies. Ocurre sólo que, por deferencia a los edictos de la “interseccionalidad”, su fervorosa creencia en la hermandad femenina termina donde empiezan el brutal patriarcado islámico, la opresión de género sistemática y la primitiva “cultura del honor”. Eso es el feminismo al estilo sueco.

 

 

 

Fuente:es.gatestoneinstitute.org