Enlace Judío México.- Recientemente, Israel aprobó una ley que permite retirar la residencia a los terroristas. Prácticamente de inmediato, la Unión Europea brincó para mostrar su enfado por esta ley.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

¿Qué es lo que sucede con la Unión Europea? ¿A qué se debe una reacción tan evidentemente irracional? ¿De dónde viene su obsesión insana por, sistemáticamente, proteger los “derechos humanos” de los terroristas, siempre preferentes a la seguridad de sus ciudadanos?

Porque no es el único caso. En Inglaterra se toleró una situación de abusos y violaciones cometidos por musulmanes contra mujeres locales, “para no generar una impresión de racismo”; en España, muchos inmigrantes musulmanes cuentan con dos o tres pensiones que les permiten vivir cómodamente sin trabajar, mientras que muchos españoles que lo perdieron todo durante la última crisis siguen, literalmente, en la calle; en Francia y Bélgica hay zonas en donde la policía ha decidido no intervenir, optando por “respetar” el “derecho” de los musulmanes para imponer la brutalidad de sus leyes en su versión más extrema.

¿En qué momento se rindió Europa?

La Torá plantea, como primera ordenanza expresa en forma de código legal, que no debemos hacernos imágenes.

A lo largo de la Historia, esa prohibición ha generado una gran cantidad de debates, pero la mayoría se han centrado en su interpretación más elemental: no elaborar estatuas que representen a D-os. Es lo más lógico entendiendo el contexto politeísta en el que el antiguo Israel desarrolló su monoteísmo.

Pero la realidad es que la idea va más allá, y muchos sabios judíos han reflexionado ampliamente sobre el asunto. “No hacer imagen” también implica, por definición, no imaginar. Es decir: no reducir los conceptos sobre lo Divino a imágenes mentales. Por ello, el Judaísmo fue remitiéndose poco a poco hacia una perspectiva más abstracta respecto a D-os. O, por decirlo de otro modo, fue renunciando a cualquier intento por definirlo, medirlo, explicarlo. En su última instancia, renunció a pronunciar su Nombre, última imagen posible de aquello que escapa de nuestras mentes finitas.

Sin embargo, el asunto no termina allí. Todo ello tiene que ver con el problema de intentar representar a D-os por medio de imágenes (ya sean físicas o mentales). Hay otro nivel del problema: el que tiene que ver con las imágenes como tal, sin importar de que sean.

Los eventos históricos nos demuestran algo simple y sencillo: las imágenes son adictivas.

Lo podemos ver fácilmente en nuestra sociedad a partir del boom de los teléfonos celulares inteligentes, las computadoras con acceso a internet, y las tablets portátiles y de fácil uso: todo mundo está obsesionado con las imágenes. Toman fotos y videos sin parar, los suben a diversas plataformas como Instagram o Twitter, y cuando no están haciendo eso, están pendientes de lo que otros fotografían o videograban para ponerlos en internet en tiempo real.

Así, poco a poco, se van acumulando cientos de fotos y de videos en las tarjetas de memoria de nuestros teléfonos, computadoras y tablets. Fotos que nunca serán vistas, porque no hay tiempo para sentarse a realmente observar con detenimiento cada detalle y recordar cada momento.

El asunto se traslada a otras posibilidades: fans de la música que tienen en sus computadoras terabytes llenos de canciones, miles de canciones y discos. ¿Van a tener tiempo de escucharlos? Es obvio que no. Necesitarían años y años para hacerlo. Pero los tienen. Y siguen bajando más música. No pueden aguantar la tentación de tener “guardado” toda esa imaginería sonora. Y si algún día el disco duro se arruina y pierden sus archivos de música, lo que viene es el drama.

Ahora podemos darle un nuevo nivel de comprensión al mandamiento de la Torá: ¿por qué se nos prohibió hacernos imágenes de D-os? Porque D-os no debe ser representado por imágenes, cierto. Pero en realidad hay algo más allá de eso, algo más delicado y hasta peligroso, porque es algo en lo que podemos caer con más facilidad aunque no nos hagamos imágenes de D-os: porque la imagen es adictiva, y con mucha facilidad el ser humano pierde el control ante ella y se deja seducir.

El asunto empezó con las viejas cámaras Kodak, las primeras portátiles que se vendieron masivamente. Pero era un proceso complicado: en su mejor momento (hace unos 40 años), había que comprar el rollo, cargar la cámara, tomar 12, 24 o 36 fotos, mandarlas a revelar, conseguir un álbum y guardarlas. Y, por supuesto, resultaba incómodo acumular decenas de álbumes. Por eso, el asunto de las fotos conservaba un cierto nivel de magia y ritual. Una muchacha podía sentirse integrada a la familia del novio cuando la madre de este se sentaba con ella en la mesa y le enseñaba las fotos familiares.

Con los videos era todavía más complicado. Conseguir la cámara de 8 milímetros, llevar el foco para iluminar al momento de grabar, revelar la grabación (sin sonido, por supuesto), y luego guardar los rollos. Ah, y por supuesto, tener ese aparatote reproductor que parecía proyector de cine. Lo demás también era ritual: la familia siempre le pedía a la tía que tenía proyector y películas que llevara todo a las reuniones, y a determinada hora todo mundo se sentaba, se apagaba la luz, se proyectaban las imágenes mudas en la pared, y por enésima vez volvíamos a ver las mismas películas de siempre. Y sin cansarnos.

Debimos habernos dado cuenta desde entonces que la imagen tenía una naturaleza religiosa, una fascinación mística irresistible para nosotros. Debimos prever que con el avance de la tecnología se nos iba a salir de control todo eso. Debimos entender nuestra fragilidad ante las imágenes. Todas las imágenes.

¿Cuáles son las imágenes que están destruyendo a Europa? Entre muchas otras, las filosóficas. Europa ha sido la sede de los mayores hitos en la evolución del pensamiento humano. Así como la antigua Grecia fue la cuna de los mejores filósofos de la antigüedad, Europa lo fue en la modernidad. Desde la irrupción del racionalismo filosófico por parte de Spinoza y Descartes, filósofos como Kant, Hegel, Nietzche, Marcuse o Foucault llevaron esta disciplina a niveles sorprendentes.

Pero la filosofía tiene un problema, a diferencia de la ciencia: la filosofía trabaja con imágenes mentales. La ciencia, por lo menos, tiene la gracia de enfocarse a los hechos concretos.

La filosofía posmoderna –la expresión más decadente (y lo digo en sentido peyorativo) de la filosofía europea– está tan atrapada en sus imágenes mentales, que considera que hasta la ciencia es también sólo otra imagen mental, una mera construcción cultural. Así de bajo han caído.

En Europa sucedió algo parecido con las fotos y las imágenes. Algo que empezó de modo discreto, interesante y hasta simpático, pero que en un momento se salió de control.

Se llaman Derechos Humanos.

En principio, fueron un grandísimo avance en nuestra forma de entendernos y, sobre todo, de entender el ejercicio del poder. Pero el fin de la Segunda Guerra Mundial trajo un nuevo elemento que, combinado con el discurso de los Derechos Humanos, resultó contraproducente: el remordimiento de conciencia.

La brutalidad de lo que fue la mayor conflagración en la historia humana llevó a los europeos a cuestionar desmedidamente todo lo que había sido su Historia. Ese es, acaso, el punto donde más daño causó la filosofía posmoderna. Todo el discurso de Foucault sobre la cultura “colonial, patriarcal y opresiva” no fue sino la última manifestación de una Europa espantada de sí misma, diciéndose –de modos elegantes, por supuesto– “somos un asco”.

Las consecuencias son evidentes: hay que sacrificar la seguridad del ciudadano europeo porque, a fin de cuentas, es culpable. O, por lo menos, descendiente de culpables. Por eso el terrorista islámico tiene la preferencia, porque antes que reconocerlo como un enemigo, es preferible reconocerlo como una víctima nuestra. O, por lo menos, una víctima de nuestros ancestros.

Lo irónico es que sigue siendo la misma mentalidad eurocentrista donde el asiático, en este caso, es reducido a mero animal: los sentimientos, las convicciones, los posicionamientos políticos del terrorista no importan. No le vamos a conceder la posibilidad de que sea dueño de sí mismo. Es como es por nuestra culpa. Es un animalito que sólo reacciona a nuestro perverso pasado colonial, y por eso la violencia se le debe justificar. Igual que a un perro que muerde por hambre.

Parece mentira, pero con esa postura, Europa nos ha demostrado que es más fácil renunciar y dejarse matar, que volver a tomar la responsabilidad en nuestras manos y corregir las cosas.

Es la herencia de Foucault y sus alegres compadres: el miedo a la responsabilidad.

Nuevamente, estamos ante otro nivel de comprensión de la ordenanza de no hacer imágenes: el peligro de la imagen es que son una invitación a la autocomplacencia.

Es más fácil adorar a un ídolo que corregir nuestra conducta. Incluso, es más fácil construir una teología que nos permita adorar a un ídolo, que corregir nuestra conducta. También es más fácil sacar fotos y videos, subirlas a la red y hacer “amigos” en Facebook, Twitter, Instagram, etc., que salir a la calle a conocer gente de carne y hueso, aprender los misterios de la coexistencia, enamorarnos, tomarnos de la mano, pulir y depurar nuestros temperamentos en compañía de otros.

Y es más fácil decir “mis ancestros colonialistas fueron una basura y dejaron el mundo hecho un desastre”, para luego dejar que sus “víctimas” nos martiricen, que dedicarnos a corregir el desastre que quedó hecho el mundo.

Así de poderosa es la imagen. Por eso, la Torá dice “no te harás imagen”.

¿De qué se trata? ¿De dejar de tomar fotos? ¿De dejar de buscar y defender los Derechos Humanos? No. Se trata de entregarnos con devoción a lo contrario a la imagen, y ya se mencionó qué es. Por decirlo en términos modernos, es el pensamiento científico. Es decir, el razonamiento que nos permita entender correctamente la relación entre causas y efectos.

Así podremos corregir las causas y lograr los mejores efectos.

Europa ya renunció a eso. Por eso se escandaliza de que una ley ponga sanciones severas a los terroristas.

Lo bueno es que Israel no está en Europa. Lo bueno es que Israel es uno de los países con mayor actividad y desarrollo científico (porque eso es una manifestación de que hay devoción al pensamiento científico). Lo bueno es que Israel es heredero de un libro antiguo, lúcido y formidable, que desde hace más de 3 mil años nos advirtió que había algo peligroso, poderoso, y que había que tratarlo con cuidado.

La imagen.