Enlace Judío México.- El Mediterráneo oriental ha entrado a un nuevo período de alta volatilidad, con Israel y Grecia en el ojo de la tormenta. Ambos países están enfrentando un reto estratégico potenciado por parte de Turquía e Irán. Este no es simplemente un problema interestatal sino una crisis más amplia que influenciará la fisonomía geoestratégica del Mediterráneo oriental.

En los primeros dos meses del 2018, el Mediterráneo oriental pareció adoptar todas las características desoladoras de los Balcanes: alta volatilidad, actores revisionistas resueltos, y ambientes sociopolíticos internos inestables sacudidos por escándalos políticos. La región ahora acomoda a dos potencias regionales status quo por un lado y a dos potencias periféricas revisionistas por el otro. Esto crea un mosaico asimétrico de objetivos políticos.

Israel y Grecia, las dos potencias de status quo, se encuentran en un tango peligroso con las dos principales potencias revisionistas en la región, Irán y Turquía. Esto difícilmente es novedad. Pero por primera vez, este tango tenso está siendo tocado por una orquesta de balalaikas.

Israel está enfrentando la provocación iraní, tanto directamente como indirectamente. Incidentes amenazantes están teniendo lugar sobre la frontera sirio-israelí, siendo el ejemplo más asombroso el dron iraní que ingresó hace poco al espacio aéreo israelí. Hezbolá provoca continuamente a Israel desde suelo sirio así como desde Líbano.

Las provocaciones de Hezbolá tienen dos propósitos: 1) infligir guerra psicológica y afectar así a la opinión pública israelí a fin de influenciar la movilización militar del estado en una situación de crisis; y 2) distraer al pueblo libanés de la crisis económica, la cual ha llevado a una caída en los estándares de vida libaneses – una caída por la cual Hezbolá debe compartir responsabilidad ya que participa en el gobierno nacional.

Israel está presionada estratégicamente por las posiciones de Irán en Siria, Yemen, y Qatar, el control de Bagdad por parte de Teherán, y el avance de las ambiciones nucleares iraníes. Estos factores facilitan a Teherán no sólo a aumentar la presión sobre Israel sino también fortalecen sus aspiraciones revisionistas colocando el factor religioso en el epicentro de su política exterior.

Desde el 11/S, el interés nacional se ha enfocado principalmente en el salafismo suní. El mundo ha olvidado en gran medida que Irán no es sólo otro estado musulmán chií sino un abanderado del chiismo global. La mezcla iraní sui generis que entró en existencia en 1979, la que consiste principalmente del revisionismo nacionalista junto con fuertes dosis de atavismo teocrático, ha sido agrandada durante las últimas décadas.

Los analistas ignoran constantemente, o tal vez olvidan por completo, que la doctrina central del Ayatola Khomeini era que la religión debe servir al régimen (Qujab-e vajebat) y no viceversa. Su meta, en otras palabras, fue crear una teocracia absolutista. Irán gana la influencia necesaria para concentrar a las masas chiíes en todo el mundo actuando como un abanderado de la fe – sin descuidar sus intereses nacionales.

Por lo tanto, cuando es necesario, Teherán está dispuesto a abrir líneas de comunicación con el Qatar salafista o el estado suní neo-hanafí de Turquía. La llamada Primavera Árabe y su curso actual (o sea, la Guerra Civil Siria, Yemen, Libia, etc.), ayudó a Irán a establecer vínculos directos con comunidades chiíes en todo el mundo árabe. Al mismo tiempo, ha explotado plenamente la oportunidad de realzar su propio valor geoestratégico y fortalecer las relaciones con Moscú.

Estos acontecimientos pivotales en el ambiente de suma cero del Medio Oriente y el Mediterráneo oriental han resultado directamente en creciente antagonismo entre Jerusalén y Teherán que podría llevar a la región en la Trampa de Tucídides.

Grecia enfrenta una situación aún más compleja, mientras Turquía está experimentando una transición ideológica interna fundamental. El kemalismo, no sólo como una ideología sino como el alma ideológica de la nación y el centro de gravedad administrativo y político del estado, ha dejado de funcionar como un contra-equilibrio de la agenda del AKP, el cual promueve el Islam político sobre una base de la Hermandad Musulmana.

Turquía está en un punto de inflexión histórico. El laicismo está siendo golpeado cómodamente por el islamismo, trayendo de regreso recuerdos de la época a fines del siglo XIX en que el Imperio Otomano se quedó inmóvil ante la disputa sociopolítica entre el pan-islamismo y el pan-turquismo que profundizaron mientras crecían tanto el nacionalismo como el fanatismo religioso. Hoy, la política exterior turca está siguiendo el mismo modelo de incertidumbre por un lado y maximalismo por el otro.

Hasta ahora, la llamada “Operación Rama de Olivo” del ejército turco contra las fuerzas kurdas del YPG no ha evolucionado en la forma en que Ankara habría deseado. Los kurdos, como era de esperar, están aplicando guerra de guerrillas rural convencional. Si el ejército turco avanza a Afrin, los kurdos cambiarán a una táctica puerta por puerta, callejón por callejón de atacar y huir, un enfoque que funcionó bien para ellos durante sus choques hobbesianos con el ISIS en Kobani.

Ankara y Erdoğan han invertido fuertemente en un enfrentamiento con el YPG y un avance imparable hacia Afrin. Su objetivo es mostrar al resto del globo, particularmente a Estados Unidos, que cualquier discusión futura sobre el status quo político del Medio Oriente debe comenzar considerando los deseos geoestratégicos turcos.

Ankara parece haber olvidado la sentencia de Clausewitz que la guerra es un acto de violencia con la intención de obligar al oponente de uno a cumplir la voluntad de uno. Esto significa que la guerra, desde el inicio del tiempo y a pesar de todos los avances tecnológicos, sigue siendo un intercambio letal en el cual la parte prevaleciente es aquella con la voluntad más fuerte. El YPG está luchando por su supervivencia y defendiendo su terreno. Quiere un buen acuerdo más que jactarse meramente de la victoria. Su voluntad de combatir una guerra larga y total pone a Ankara en una posición muy difícil.

Así, Turquía, a fin de controlar la opinión pública local y enviar también el mensaje al exterior que sus intereses todavía son un factor determinante en la región, ha decidido elevar las tensiones al otro lado del mapa: en el Mar Egeo y en la Zona Económica Exclusiva de la República de Chipre. Turquía está implementando una proyección de fuerza sencilla en el Mediterráneo Oriental en un intento por transmitir a Estados Unidos y la U.E. que tiene la fuerza necesaria para influenciar profundamente los acontecimientos estratégicos en la región.

Este comportamiento problemático por parte de Turquía está generando otra Trampa de Tucídides – esta vez un producto del apaciguamiento que Grecia es obligada a ofrecer a Ankara si va a sobrevivir. La crisis económica griega profundamente destructiva prevaleciente desde el año 2010, el cual ha penetrado el país hasta el núcleo, ha establecido una realidad asimétrica en el Egeo en la cual Turquía actúa en el rol de provocador y Grecia en el rol de conciliador.

El apaciguamiento, como comprobó la actitud miope de Inglaterra y Francia hacia la Alemania Nazi entre las guerras mundiales, no es un garante de paz sino simplemente un retraso ante el inevitable choque violento. Más temprano o más tarde, Atenas será obligada a responder a las provocaciones de Ankara. También sigue la posibilidad de un accidente resultante de la fricción militar en curso en el Egeo.

Aunque los dos casos – Israel contra Irán y Grecia contra Turquía – parecen no estar relacionados, hay una fuerte conexión entre ellos que tiene que ver con la orientación geoestratégica de Atenas y Jerusalén. Los dos estados, junto con la República de Chipre, son las únicas potencias occidentales en una escena más amplia que está cambiando rápidamente bajo la influencia de Moscú y Beijing. Aunque el último – por el momento – está mostrando un interés en establecer una presencia económica fuerte y de poder blando en la región a través de la Iniciativa Un-Cinturón/Un-Camino, el anterior está cambiando rápidamente su actitud tradicional hacia el Mediterráneo Oriental transformándose en una potencia naval de aguas azules.

Este cambio en la orientación permitirá a Rusia aumentar el nivel de competencia geoestratégica con Estados Unidos mientras se establece en estados que hace poco habrían encontrado casi imposible penetrar (por ejemplo, Turquía).

El principal objetivo estratégico de Moscú parece ser explotar el agotamiento y decepción de las dos potencias occidentales convencionales en el Medio Oriente y la región del Mediterráneo oriental hacia las instituciones occidentales. Esta hipótesis se hace más fuerte si uno considera que tanto Ankara como Teherán ya han entrado en la órbita rusa.

Grecia e Israel deben unir fuerzas y presentar sus casos a la OTAN y la UE, ya que ellos son críticos para el fututo geoestratégico de la región. Al hacerlo, puede ser creada una red eficaz de disuasión diplomática que promovería la paz y estabilidad.

Con lo importante que puede ser ese paso, no es suficiente. Después de años de relaciones productivas, ahora es el momento en que Grecia e Israel deben reforzar su cooperación elevándola a una alianza militar. La reciente visita oficial a Atenas por parte del presidente israelí Reuven Rivlin y el Jefe de las FDI, Teniente General Gadi Eisenkot, sugiere una tendencia en esta dirección. Tal acontecimiento podría servir como el Hilo de Ariadna mientras los dilemas geoestratégicos regionales se vuelven más y más peligrosos.

 

El Dr. Spyridon N. Litsas es Profesor Asociado de Relaciones Internacionales en la Universidad de Macedonia.

 

Fuente: Begin-Sadat Center for Strategic Studies

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México.