ENLACE JUDÍO MÉXICO – La importancia del relato del Éxodo es que, fuera de toda duda, se trata del relato fundacional del pueblo de Israel. Es el punto de partida de la identidad que forjó a una nación, y que luego se perpetuó en el Judaísmo.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA

Pero esa es la perspectiva que tenemos cuando vemos la Historia tomando el Éxodo como punto de partida, y analizando lo que vino después.

¿Qué pasa si hacemos el trabajo de reflexión al revés, y analizamos lo que hubo antes? El Éxodo se levanta como la más sorprendente victoria de un grupo de inconformes rebeldes que se levantaron en contra de las más antiguas civilizaciones para defender lo que más apreciaban: la libertad.

No es mucha la información que tenemos sobre los antiguos Hebreos, pero hay ciertos detalles que están sobradamente claros.

El primero es que no fueron una etnia, sino un grupo heterogéneo en el que encontraban cabida personas de cualquier origen. El segundo, que prefirieron mantenerse al margen de la vida sedentarizada que, a partir de los Sumerios, fue la base de la civilización. El tercero, que si bien se hicieron célebres por dedicarse a la rapiña y el pillaje, además fueron excelentes guerreros que vendían sus servicios como mercenarios. El cuarto, que detrás de esas actividads se dedicaban también al pastoreo nómada o semi-nómada. Y quinto, que después del colapso de la cultura Sumeria se trasladaron hacia el occidente, hacia las zonas colindantes con Egipto, y allí tuvieron que adaptarse a nuevas realidades que poco a poco los transformaron como sociedad.

Y en medio de todo ello, hay un rasgo muy importante que los especialistas han podido recuperar de estos antiguos guerreros nómadas: su amor por la libertad.

Uno de los principales conflictos que mantuvieron los Hebreos con las culturas circundantes fue su postura ante la esclavitud. Y es que, evidentemente, desde el origen mismo de la civilización, la esclavitud estuvo presente como forma de sometimiento del hombre por el hombre mismo.

En la cultura Sumeria la esclavitud no fue tan extrema como podría uno imaginarse. Los esclavos tenían muchas ventajas que, por ejemplo, no tuvieron en la posterior Grecia o en la cultura moderna. Incluso podían conseguir préstamos de dinero y comprar su libertad. Según los registros que se conocen, los prestamistas particulares llegaban a cobrar intereses de hasta un 22%, pero los templos llegaban a prestar el dinero apenas por un 3% de interés.

Se podía llegar a la condición de esclavo por dos razones: por ser capturado en una guerra o por decisión propia, generalmente para saldar una deuda. En este segundo caso, el plazo de la esclavitud y sus detalles quedaban registrados en el contrato, y se penalizaba severamente si alguno de los dos –amo o esclavo– violaban los términos.

Sin embargo, cuando un esclavo intentaba huir, las penas eran gravísimas: se le sacaban los ojos y se le ponía a sacar agua de un pozo por el resto de su vida.

Los Acadios mantuvieron una política muy similar hacia los esclavos, pero las condiciones empezaron a empeorar en las culturas Asiria y Babilónica.

Y, evidentemente, eso no le gustó a los Hebreos, que fueron el único grupo (o, más bien, los únicos grupos, debido a que no tenían una organización única) que consideraba libres a todos los esclavos que huyeran y llegaran con ellos. Un esclavo rescatado por los Hebreos sabía que no sería devuelto a sus antiguos amos.

Esa noción ética se mantuvo incolumne durante más de mil años y llegó a la Biblia. En Deuteronomio 23:15 leemos: “No entregarás a su señor el siervo que se huyere a ti de su amo”.

El conflicto entre los Hebreos y las culturas circundantes fue, evidentemente, más complejo. Justo cuando se empezaron a desarrollar los primeros grandes centros urbanos, e incluso se consolidó el primer imperio de la Historia (el Acadio), los Hebreos optaron por el aislamiento y la vida semi-nómada. Entonces no era sólo la cuestión del esclavismo, sino una aprente antipatía por los nuevos modos “civilizados” de vivir.

Eso implicaba también un conflicto religioso: los nómadas y semi-nómadas dedicados al pastoreo solían movilizarse durante las noches, para evitar así el agobiante calor del desierto del Medio Oriente. Por ello, su referente astral fundamental era la luna. En contraste, las culturas sedentarizadas encontraron en la agricultura su principal fuente de sustento, por lo que la medición de los ciclos solares se convirtió en su principal referente astronómico. En consecuencia, los pueblos sedentarios se decantaron por las religiones de tipo solar, mientras que los grupos nómadas o semi-nómadas por las de tipo lunar.

Estos datos nos permiten ver el Éxodo en otra dimensión. Las sociedades Hebreas tuvieron suertes disímiles en los diferentes lugares en los que se desarrollaron. Eventualmente, se asimilaron a su entorno por una razón muy simple: la vida sedentaria ofrecía muchas ventajas en comparación a la vida nómada. Más seguridad en todo sentido. Por ello, los Hebreos orientales que vivían entre los Acadios, Babilonios, Asirios o Elamitas, y los Hebreos del norte que vivían entre los Hititas, los Mitanios o los Fenicios, prácticamente desaparecieron. Con ellos, su interesante y característica oposición a la esclavitud también se extinguió.

Los únicos que sobrevivieron fueron los del sur, que se habían establecido en Canaán y en Egipto. Durante el período de inestabilidad política que sacudió a la nación de los Faraones en las épocas de las Dinastías XIII, XIV y XV, los Hebreos se vieron altamente beneficiados. Fue un lapso de tiempo en el que el poder fue tomado por semitas (Dinastía XVI), y es muy probable que los Hebreos hayan participado directamente tando del empoderamiento como del ejercicio del poder.

Con ello, entraron en un contacto pleno con la civilización egipcia, netamente sedentaria, enfocada en el culto al dios sol, y antagónica en todo sentido a lo que originalmente eran las sociedades Hebreas.

Cuando los egipcios lograron recuperar el poder, los semitas fueron reducidos en el escalafón social. No se les consideró esclavos, pero se convirtieron en la clase social abiertamente explotada por los nuevos faraones de la Dinastía XVIII. Es a lo que se refiere la tradición judía al señalar que los antiguos israelitas (Hebreos semitas) fueron sometidos a una cruel servidumbre.

El Éxodo representa la ruptura definitiva en ese contexto. No sólo es la liberación de un pueblo, sino la recuperación de los últimos Hebreos de sus más elevados ideales.

En Egipto, los últimos Hebreos estuvieron a punto de sucumbir. Con ellos, se habría perdido la convicción anti-sistémica y anti-esclavista que había caracterizado durante siglos a estos semi-nómadas, y sus descendientes habrían pasado a convertirse en egipcios comunes y corrientes.

Pero no. Su escape de Egipto no fue sólo un asunto territorial, sino también cultural y espiritual. Fue salir del imperio que adoraba al sol para regresar al desierto en donde los Hebreos de mil años atrás habían adorado a la luna.

Y lo interesante fue esto: Moisés y sus seguidores tenían bien claro que la solución no estaba en un tipo de religión o en la otra. Por el contrario, su noción de Monoteísmo los llevaba a entender al sol y la luna como meros señalamientos astronómicos, pero no como deidades. En consecuencia, recuperaron su herencia ancestral (lunar), pero aprovecharon lo aprendido en Egipto (solar). De ese modo, surgió o se consolidó el Calendario Hebreo, que lo mismo es lunar que solar. Sus meses se marcan con la Luna Nueva, y eso es herencia de los antiguos nómadas que se oponían a la civilización y al esclavismo. Pero Pésaj, la fiesta de la libertad, se debe celebrar en la Primavera, y eso es una estación marcada por los ciclos solares, herencia de la larga estancia en Egipto.

Por eso fueron los israelitas fueron los Hebreos que lograron sobrevivir. El milagro que sus otros colegas no consiguieron. Tuvieron la capacidad de adaptarse, de aprender incluso de aquello que les resultaba ajeno, y luego sacarle provecho.

Pero sobre todo, tuvieron un compromiso inquebrantable con la libertad.

Por eso, su fiesta fundacional, memoria del momento en que comenzó su nueva vida como una sola nación, no fue para conmemorar una batalla. Ni siquiera fue para conmemorar el misterioso y descomunal evento en Sinai, cuando D-os mismo se reveló ante el pueblo.

No. Fue la conmemoración del momento en el que volvieron a ser libres. Libres del Faraón y de Egipto, sí, pero también libres de otras cosas. De la religión del sol, por ejemplo. Pero también de la religión de la luna. Por eso la Torá estableció el Shabat como un ciclo de siete días independiente de cualquier ciclo solar o lunar, porque la verdadera adoración a D-os se logra sólo cuando se es libre de la religión de los astros.

¿Por qué? Porque la religión de los astros cercenaba, precisamente, lo más valioso que tiene el ser humano: la libertad. Todo aquel que creyera en el sol o en la luna como dioses, creería también que su horóscopo marcaba su destino inevitable. Es decir, renunciaba a la libertad. En cambio, todo aquel que creyera en el D-os de Israel, ese que se celebra cada siete días, sin importar dónde esté el sol o la luna, sabría que es un hombre libre. No hay un destino escrito. Uno mismo lo construye.

¿Con qué? Con su propio trabajo. Por eso, la única marca para distinguir el Shabat es esa: seis días trabajarás, y al séptimo descansarás.

Los Hebreos del Éxodo eran muy distintos a sus ancestros. Habían madurado. Habían aprendido ciencia y política, y eso en el mejor lugar posible: Egipto.

Pero nunca renunciaron a sus ideales de libertad. Por eso pudieron dar ese gran salto evolutivo para dejar de ser un cúmulo de clanes desorganizados y espontáneos, y convertirse en una nación: Israel.

Y por eso, en el más sorprendente rasgo de genialidad, construyeron un festejo austero y sencillo, que aparentemente choca con el concepto de “ser libre”. Un festejo durante el cual sólo se come pan ázimo. Pan sin levadura. Pan insípido. Pan sin nada que lo decore.

Porque el verdadero hombre libre no es aquel que puede llenarse de todo lo que quiere. Al contrario: ese es un hombre esclavo de sus pasiones.

El verdadero hombre libre es el que puede prescindir de lo superficial y concentrarse en lo importante. Es frugal, es austero, es discreto. No le interesa la construcción de una gran casa, porque está concentrado en la construcción de algo mejor: su propio carácter.

Ese es el verdadero Hebreo, el que sobrevivió a los Sumerios, Acadios, Elamitas, Gutúes, Asirios, Hititas, Mitanios, Fenicios, Amorreos, Ugaríticos y Egipcios, para convertirse en Israelita.

Lo más sorprendente es que hoy, unos 3300 años después, sus descendientes nos volveremos a sentar a la mesa a escuchar el viejo relato milenario, y volveremos a celebrar la libertad como el regalo más hermoso que puede darle D-os al hombre.

Y en contra de las conjuras de nuestros enemigos, aquellos que quieren vernos destruidos o sometidos, volveremos a concluir diciendo:

El próximo año en Jerusalén, la ciudad de los hombres y las mujeres libres.