Para Rajae Boumediane y su familia tangerina.

Enlace Judío México.- Una tarde, estaba yo en la Sala Cervantes de la Biblioteca Nacional de Madrid, investigando sobre asuntos judíos, cuando Karima Mennani, una hermosa joven magrebí de negros cabellos, me sugirió, con la mejor de sus sonrisas, que escribiese sobre Tánger, donde ella había pasado los momentos más felices de su vida y en donde yo había asistido, días antes, a la boda de mi compañero Tomás Picón con Rajae Bournediane, oriunda de la ciudad y estudiosa de la comunidad hebrea.

ANTONIO ESCUDERO

Tingis, Tingi, Tanjah, Tinge oTinga… Tánger. ¡Qué bellos nombres! Tánger, repito esta palabra como una cadenciosa letanía, y una serie de experiencias, vividas unas, leídas otras, se agolpan en mi memoria, atropellada y tumultuosamente,… Jean Genet, Jane Bowles, Gertrude Stein, Samuel Beckett, Truman Capote, Tenessee Williams…

Tánger, la antigua Tingis, enroscada en un promontorio, domina uno de los más bellos paisajes que un ser mortal puede contemplar. Localidad turística de gran interés, gracias a su privilegiada situación y a la benignidad de su clima, recibe multitud de viajeros durante todo el año, pero especialmente, en el estío.

¡Ah, el alba de mar iluminado por la luna! ¡Esos atardeceres perfumados por la resina de los esbeltos cipreses erguidos sobre un océano de aguas plateadas! ¡Y qué decir del agradable aroma balsámico de los majestuosos cedros que pueblan Monte Viejo!… Esa hermosa visión del Estrecho, en donde bulliciosas corrientes se confunden y abrazan y los barcos expelen suavemente sus humos sobre el horizonte azul.

¿Qué tienes tú, Tánger, cuyo nombre evoca ya el placer de recordarte y de amarte, mostrando cómo se nos concede a los mortales la alegría, efímera vencedora del Tiempo y sus estragos? Hagamos historia. Tingis fue fundada por los gétulos, una tribu de bereberes negros, hacia el año 2000 antes de nuestra era común. Conquistada por los romanos, Augusto le concedió el rango de ciudad libre y Claudio Ia proclamó capital de lo que pasó a llamarse la Mauritania Tingitana. Así fue como la ciudad alcanzó su apogeo. De estas historias, saberes y sabores, nos da sobrada cuenta el excelente libro de Eduardo Jordá (Ediciones Destino) que por largo tiempo anduvo vagando sabia-mente por los caminos de Tánger y hasta bebiendo de sus lenguas hechas canto.

Bellezas y aconteceres tangerinos que tanto impresionaron a Najmen Shobeyri y a Javier Martínez, mis compañeros de viaje, tras realizar un periplo a lo largo y ancho de este enclave africano que, por su luz singular, ya antes hubo obsesionado a Henri Matisse. Por las asiáticas lejanías de Persia, esa tierra tan dotada para versos y palabras, nació un buen día Najmeh, la rosa de Teherán, buena recitadora de Omar Kayyam y Hafez, con la que suelo tomar café en alguna que otra larga tarde madrileña. No sé cómo de tan altos nidos vino a tomar tierra junto a los verdes jardines de la Ciudad Universitaria.

Ella ha querido contármelo muchas veces, pero su cuento es siempre diferente y ya no sé cuál es el verdadero. Cualquiera que sea su verdadera historia, lo cierto es que su espíritu es tan abierto como las alas de los calmos pájaros que planean sobre los minaretes de las mezquitas de Shiraz o de Ispahan.

Festejando el enlace matrimonial de Tomás y Rajae, su afectuosa y nutrida familia, entre el ulular del yú-yú festivo de un grupo de mujeres, sacrificó un toro; y este hecho trajo a mi memoria el hermoso poema de mi amiga Paz Díez-Taboada, sobre el astado de la leyenda de Hervás, que no me resisto a trascribíroslo:

Duermen siglos oscuros en el valle
donde la fuente mana. Rubios clavos
sujetan la negrura que alimenta
los sueños infinitos.
Inclina el toro su testuz -la luna
cuelga en la cuelga el nácar de su velo-
y suena un gorgoteo como un salmo,
mientras bebe la fiera
sus porciones de plata.
¿Quién la vio relucir; su piel zaina?,
¿quién lo sintió pasar; al toro negro?,
¿quién contemplo la furia del astado,
embridado su cuello con anillos de muerte?
Cantó tres veces el cuclillo oculto,
abrió la aurora sus rosados dedos
y el reptil se lanzó -perfil de rayo-
sobre la vieja piedra en que refulge,
como un verso encendido,
el nombre del Rabí.
Y, de una cosa en otra, el poema nos trae la presencia
del Pueblo del Libro en estas donas tangerinas, sobre la
que en Maguen, revista venezolana, se publicó lo siguiente:

Tánger, Rosa de los Vientos. El puerto de Tánger da la bienvenida al África noroccidental. Su judeidad conoció el máximo esplendor entre la década de los años treinta y cuarenta, cuando su población alcanzaba los quince mil habitantes. La comunidad poseía ya dieciocho sinagogas, de las cuales dieciséis estaban ubicadas en una misma calle conocida como la Calle de las Sinagogas. En shabat y las festividades no se veían automóviles y cerraban los comercios, mayormente concentrados en el Zoco Chico.

Entre los personajes más ilustres que dio la judería tangerina, resaltan por su erudición los rabinos Mordejai Bengio, Benshimol, Yehuda Azancot, Mordejai Encaoua, Habib Toledano y Yamín Cohen.

Por su prosa literaria, los escritores Jacobo Bentata, Carlos Nesri y Abraham Laredo, autor de Memorias de un viejo tangerino y Les noms des juifs du Maroc, ensayo onomástico sobre el origen de los apellidos. En la medicina, los doctores Guita, Mani, Amselem y Morelly; y en las finanzas, los bancos Hassan, Abensur y Pariente, que posteriormente se establecieron en Suiza. Entre las familias más notables destacan los Laredo, Salama, Bendrao, Toledano y Hasan.

En la actualidad, la población judía de Tánger es de ciento ochenta almas, informan Luis Tangir y Moisés Elbaz, secretario general y tesorero, respectivamente, de la Comunidad Judía de Tánger, en una mayoría pertenecientes a la tercera edad, de los cuales alrededor de sesenta residen en el Ansianato. La comunidad subvenciona los gastos de un casi sesenta por ciento de los correligionarios en temas de vivienda, alimentación, medicina y salud: mediante fondos que provienen del American Joint, donativos voluntarios del usufructo de los bienes comunitarios.

Nos vienen ahora recuerdos de mi paisano Tiburcio. Convencido este hombre de su carácter divino -actitud a la que somos muy proclives los extremeños-, profirió aquellas palabras que rezuman profunda misantropía: « ¡De qué alturas, de qué gloria he sido arrojado sobre esta mísera gleba para convivir con bípedos acéfalos!». Y sobre él se ha fraguado la fábula de que habiéndose arrojado a las revoltosas aguas del Estrecho, aparecieron más tarde sus calzoncillos prendidos de una roca marina, próxima a las Cuevas de Hércules. Es poco probable que los dioses usen calzoncillos…, indumento éste que, sí portaría -supongo- Paul Bowles, esposo de Jane y divino Júpiter de Tánger, cuando en una hermosa primavera norteafricana recorrió a pie, en compañía de Ginsberg y Burroughs, estos parajes de ensueño.

Vuelvo a esta isla, rodeada por un vasto océano de mitos y leyendas, que es la Biblioteca. Frente a mí bellamente encuadernada de atavío azul celeste, Mariani El Harrak, la dama de Lixus, cuya sonrisa de esfinge luminosa me recuerda la de una doncella hebrea vislumbrada en esa biblioteca de agua, colores y piedras que es Tánger, la ciudad que, como dijo Esquilo, lleva consigo «el infinito sonreír de las ondas del mar». Tánger, venero de poesía y vida. Singladura de un viaje hacia el cual siempre me conduce la Biblioteca. Tánger nos acogerá, ahora y siempre, con el corazón y las manos calientes.

¡Shalom!

 

 

 

Fuente:Foro