Enlace Judío México.-Un ataque de las tropas de Bashar el Assad con armas químicas; un bombardeo israelí a instalaciones iraníes; amenazas rusas contra cualquier nuevo intento de intervención occidental en Siria; burlas estadounidenses; un submarino inglés y un barco de guerra alemán rumbo a la zona.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

¿Está a punto de explotar un conflicto de gran envergadura en Medio Oriente?

No. Y las razones son simples: Rusia necesita dinero.

Desde hace varias décadas, y muy en particular desde el inicio de la guerra civil en Siria, Medio Oriente ha sido un sitio con un delicado equilibrio siempre con riesgo de romperse, especialmente por dos rivalidades políticas-militares que muy frecuentemente coquetean con llegar a una confrontación abierta. En las dos está involucrado Irán; una es con Israel, y la otra con Arabia Saudita. La torpe política exterior de Barack Obama provocó que estas dos naciones –el Estado Judío y la capital del Islam Sunita– se descubrieran como cómplices perfectos para ponerle un alto al expansionismo iraní, y todo parece indicar que esos dos posibles conflictos se están convirtiendo en uno solo. Es decir, que en caso de que Irán se involucre en una guerra con Israel, Arabia Saudita se verá inmiscuido, y viceversa.

La lógica nos diría que, llegado ese escenario, más naciones se involucrarían en el conflicto. Siria, Líbano (especialmente Hezbolá) y Hamás combatirían contra Israel al lado de Irán. Se supone que Rusia los apoyaría (lo ha venido haciendo en el marco de la guerra civil en Siria). Pero Estados Unidos se movilizaría a favor de Israel; y si Arabia Saudita entra también en conflicto con Irán, Pakistán la apoyaría y se abriría un frente al oriente de la nación persa.

Es decir: sería un conflicto regional de grandes dimensiones, y de consecuencias imposibles de predecir.

Pero lo anterior se trata de un cálculo un tanto simplista. Varios detalles nos hacen pensar que la situación real es muy diferente.

Lo principal que está en tela de juicio es la participación de Rusia en un conflicto de esta magnitud. Eso se demuestra en la postura que ha tomado hacia Israel.

Cuando Rusia decidió intervenir de un modo más directo en la guerra en Siria –siempre a favor del régimen de Assad–, parecía que se terminaban las posibilidades de que Israel continuará tomando medidas contra Irán y Hezbolá. Sin embargo, en contra de los cálculos de la mayoría, Israel continuó con sus operativos para evitar la transferencia de armas sofisticadas a Hezbolá, o el establecimiento de bases militares iraníes cerca de sus fronteras. En todas estas ocasiones, Rusia simplemente no intervino. Incluso, funcionarios militares de alto rango señalaron que Rusia no iba a interferir en las acciones que Israel emprendiera para defender su integridad territorial y seguridad.

De cualquier modo, en todo momento Rusia mantuvo su postura amenazante, aunque siempre con un dejo de fanfarronería.

Eso quedó claro hace un par de meses, cuando tropas de Assad lanzaron un ataque contra bastiones rebeldes en los que había tropas estadounidenses. La artillería norteamericana literalmente masacró a las tropas leales al régimen sirio, y al principio se habló de unos cien muertos. Sin embargo, conforme fluyó la información se supo de dos cosas muy interesantes. La primera, que en realidad habían sido entre 400 y 500 muertos. Es decir, no sólo una derrota, sino una verdadera masacre. La segunda, que no eran tropas sirias, sino mercenarios rusos enviados por Putin para apoyar a Assad.

¿Cuál fue la reacción de Rusia? Ninguna. Simplemente, un silencio total, pese a que habían muerto cientos de combatientes rusos.

No había pasado una semana cuando Irán se aventuró a otro asunto de alto riesgo: mandó un dron a espiar a Israel. El dron fue derribado, y como represalia Israel destruyó la base desde donde había sido lanzado. Las tropas de Assad activaron sus defensas antiaéreas –nuevas, ya que Rusia se las acababa de instalar hacía relativamente poco–, y en el intercambio de fuego un avión israelí resultó dañado y los pilotos se eyectaron para ponerse a salvo. El avión se estrelló en territorio israelí.

La respuesta de Israel fue contundente y abrumadora: como nueva represalia a esta situación, por lo menos la mitad de las baterías e instalaciones antiaéreas de Siria fueron reducidas a escombros. Nuevamente, Rusia no dijo nada –salvo la queja protocolaria–, y menos aún intervino en la escalada de violencia.

El último episodio lo acabamos de ver hace apenas tres días: tras un bombardeo sirio con armas químicas contra población civil en la periferia de Damasco, varios países occidentales comenzaron a hablar sobre tomar represalias contra el régimen de Assad.

Todavía se estaban cocinando los dimes y diretes, cuando se supo que una instalación militar del régimen de Assad había sido bombardeada. En principio no se dieron muchos detalles, salvo que habría unos 14 muertos. Pero luego se supo que por lo menos 4 de ellos eran iraníes (cifra que finalmente aumentó a 11), y de allí se desprendió algo todavía más sorprendente: el complejo militar no había sido bombardeado en su totalidad. Sólo la parte occidental. Pero resulta que en esa zona, Irán había establecido un mando de inteligencia militar ultra-secreto. Se supone que sólo unos pocos funcionarios rusos sabían de su existencia y ubicación. Y, sin embargo, el bombardeo –ahora se sabe que seguramente fue israelí– fue específicamente dirigido contra ese lugar, que quedó completamente destruido. Varios de los iraníes muertos eran altos mandos de las Guardias Revolucionarias.

Rusia protestó tal vez como nunca lo había hecho, pero –nuevamente– no hizo absolutamente nada.

Mientras, Estados Unidos, Inglaterra y Francia elevaron su retórica respecto a la posibilidad de atacar al régimen de Assad. Rusia volvió al discurso amenazador, pero con serias limitantes para tomar muy en serio lo que dijo. Precisamente unos días atrás, Estados Unidos acababa de aprobar una serie de sanciones contra algunas personas e instituciones rusas, como represalia por la interferencia en el proceso electoral del año antepasado. El impacto fue tal que la Bolsa de Valores rusa se desplomó un 11% al día siguiente, y la compañía de un empresario muy cercano a Putin –sancionado– perdió el 42% de su valor.

Así que Estados Unidos sabe dónde golpear a Rusia: en su economía.

El gigante asiático sigue siendo una potencia militar, pero también sigue siendo una economía frágil. No ha logrado superar la molesta realidad de que el régimen soviético (1917-1989) fue un proyecto económico fallido, que dejó a la actual Rusia en una seria desventaja ante su principal contrincante, los Estados Unidos.

Ese dato es básico para entender el comportamiento de Rusia –aparentemente tan errático o contradictorio– en todo el conflicto en Medio Oriente.

En primer lugar, su apoyo a Assad en Siria, por medio de Irán y en beneficio indirecto de Hezbolá en Líbano, no es una cuestión de afinidad ideológica. De hecho, el fanatismo de los ayatolas está muy lejos del pragmatismo casi ateo del Kremlin.

Es una cuestión de dinero. Todo el apoyo que Rusia ha concedido se lo está cobrando a Irán, y se lo está cobrando bastante bien. Recientemente se habló de una gran cantidad de recursos militares y armamento transferido a todos los aliados de Irán: Assad y Hezbolá. Lógico: Rusia siempre ha visto ese conflicto como un magnífico mercado que le ha dejado grandes ganancias monetarias, justo en una época en la que el petróleo –base de la economía rusa– está muy lejos de sus tiempos de gloria.

Por eso tampoco le molesta a Putin que Israel destruya armamento para Irán, para Assad o para Hezbolá. O sofisticadas instalaciones militares. O sistemas de defensa antiaérea. Todo lo que Israel destruya, Irán lo volverá a comprar. Y lo volverá a pagar. Es decir, Rusia volverá a forrarse de billetes.

De hecho, eso explica por qué Rusia no intervino desde un principio a favor de Assad, y por qué aun en los últimos dos años no lo ha hecho para que se logre una victoria definitiva sobre los rebeldes.

Porque Rusia no tiene interés en que Assad gane la guerra. Su interés es que Assad se mantenga vivo, porque eso prolonga la guerra. Y eso es lo que mejor le resulta al Kremlin: mientras haya guerra, hay negocio.

Lo anterior también nos ayuda a entender la política de Rusia hacia Israel: lejos de verlo como un enemigo, lo ve como un país que tiene mucho que ofrecer en materia de negocios a mediano y largo plazo. Y, en definitiva, un país que puede ofrecer muchas más cosas de las que ofrecen Irán, Siria y Líbano juntos. Tan es así, que se rumora que en este momento Putin está buscando el apoyo de Israel como mediador con las potencias occidentales.

Es un hecho que se han conformado dos bloques en Medio Oriente. Están en conflicto, y está claro que uno de los dos se tiene que derrumbar. De un lado están Irán, Siria, Líbano (incluido Hezbolá), y Gaza (Hamás). Del otro, Israel, Arabia Saudita, Egipto, los Emiratos Árabes y Pakistán. Y en una de esas, hasta la India, debido a sus relaciones comerciales cada vez más estrechas con Israel.

No hay vuelta de hoja respecto a cuál de estos bloques puede ofrecer mayor estabilidad y mejores opciones para intercambios de todos tipo, desde militares hasta comerciales y tecnológicos. En realidad, Irán, Siria, Líbano y Gaza no tienen absolutamente nada que ofrecerle a nadie, salvo su visión fanática e irreal de la vida.

Por eso Rusia se ha conducido con mucho cuidado en el conflicto en Siria. Ha intervenido lo suficiente para mantener a flote al régimen y con ello perpetuar la guerra, pero no tanto como para entrar en conflicto abierto con quienes van a ofrecer las mejores oportunidades de negocio en un futuro nada lejano.

Todo esto significa que si hay algo en lo que Rusia no se va a involucrar es en un conflicto bélico de mediano o largo plazo. Tiene las armas para ello, pero no el soporte económico. Probablemente sería cosa de un año para que Rusia estuviera quebrada en caso de empezar una confrontación con los países occidentales, y eso significaría su ruina absoluta.

Así que Putin se irá con mucho cuidado. Se dedicará, simplemente, a cuidar sus negocios. Si va a evitar que Siria e Irán se derrumben, será sólo porque todavía tiene mucho dinero que sacarles.

Cuando ese dinero se acabe, los ayatolas y sus mezquinos objetivos dejarán de ser prioridad para Rusia.

Recuerden: en política no hay amigos. Sólo intereses.

 

 

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