Enlace Judío México.- El 9 de abril, apenas dos días después del ataque químico ocurrido en Siria, corrían noticias acerca de un bombardeo con misiles en ese país. El Pentágono rápidamente anunciaba que las fuerzas estadounidenses no participaban en ese bombardeo. Poco después supimos que, una vez más, Israel era el responsable.

MAURICIO MESCHOULAM

La diferencia es que, en esta ocasión, el objetivo del ataque no era la milicia libanesa chiíta de Hezbolá, aliada de Assad y de Irán. Israel tampoco buscaba golpear al ejército sirio. Esta vez, las hostilidades estaban siendo dirigidas directamente contra Irán. El blanco: una base denominada T4. La meta: vulnerar el proyecto de drones que Teherán ha estado instalando en Siria, así como las más nuevas defensas antiaéreas que Irán había enviado a ese territorio, justamente a raíz del último incidente ocurrido con Israel en febrero. Siete oficiales iraníes murieron en el ataque del 9 de abril. Teherán promete represalias. Este conflicto que se ha venido cocinando desde hace años bajo la sombra de la guerra siria ha cruzado su propia línea roja. Anteriormente, Israel e Irán peleaban, pero de manera indirecta.

Ahora, el choque adquiere un nivel de frontalidad que no habíamos visto. Esto es debido a que dos fuerzas opuestas caminan a paso acelerado. De un lado, la voluntad de Irán de afianzar su posición militar en Siria, país fronterizo con Israel, de manera cada vez más asertiva. Del otro lado, la resolución de Israel para impedir que eso ocurra. En el texto de hoy, explico cinco componentes de esa ecuación.

Primer componente, la posición iraní tras la guerra en Siria. Teherán es el mayor aliado regional de Assad. La República Islámica apoya al presidente sirio desde el inicio de la guerra con armamento, financiamiento, personal militar, y a través de un importante número de milicias chiitas armadas y entrenadas por Teherán. La más conocida de estas milicias es Hezbollah, que procede de Líbano, pero hay varias más. Gracias a este respaldo, junto con el también crucial apoyo de Moscú, el presidente Assad ha sido capaz de recuperar la mayor parte del territorio sirio y hoy está ganando la guerra. Esto, naturalmente, coloca a Irán en una situación de ventaja. De manera cada vez más importante, Irán está buscando cobrar réditos por el tiempo, dinero, esfuerzo y personal que ha invertido en esta guerra, para afianzar su posición estratégica en ese país y con ello, expandir cualitativa y cuantitativamente su círculo de influencia regional. Todo ello le fortalece ante el mayor de sus enemigos, Israel. Por tanto, Irán ha estado ubicando cada vez más personal y armamento en bases militares en Siria.

Segundo componente, los actores globales. En lo que hace a las superpotencias, el resultado neto de la guerra siria es, por un lado, una notable ausencia estadounidense, y por el otro, la posición de influencia aumentada adquirida por Rusia. Muy a pesar de los dos bombardeos de Washington contra Assad, y a pesar de las escasas 2,000 tropas que EU tiene desplegadas en ese territorio, todos los participantes saben que ni con Obama ni con Trump Washington ha querido involucrarse en ese conflicto más allá de lo estrictamente necesario, y ha buscado, en cambio, que sean otros los actores que participen en su nombre. Esto acarrea una consecuencia inmediata: Rusia es la potencia con la cual hay que negociar. Todo lo que se decida hacer en territorio sirio debe pasar por los escritorios del Kremlin. Esto es válido incluso para los aliados tradicionales de Washington como Israel.

Tercer componente, Israel y sus objetivos de seguridad. Aunque la Siria de los Assad ha sido un enemigo tradicional de Israel desde hace décadas, antes de la guerra civil, el ejército israelí contaba con una herramienta crucial, la predictibilidad. Assad era un enemigo, pero conocido y predecible, la situación en Siria era estable, e Israel se podía dar el lujo de hacer cosas como bombardear su reactor nuclear (2007) con un importante grado de control sobre las consecuencias. La guerra siria vino a romper esa estabilidad, abrió el territorio a la operación de toda clase de actores, y permitió la entrada a ese país de otros enemigos de Israel, los más peligrosos: Hezbolá e Irán. Sobre todo, la guerra siria introdujo un grado de impredecibilidad a la región tal, que Israel ha buscado protegerse de desafíos que percibe fuera de su control. Así, desde hace años, el ejército israelí ha intentado mantener a raya a sus dos mayores enemigos. Para lograrlo, el primer objetivo era evitar que Hezbolá aprovechase la confusión de la guerra para adquirir más y mejor armamento. El segundo, evitar que Teherán o sus milicias aliadas pudiesen ganar nuevas posiciones desde donde podían vigilar o atacar más fácilmente al estado judío. Con eso en mente, Israel ha llevado a cabo decenas de bombardeos en territorio sirio, la gran mayoría contra Hezbollah, aunque también ha atacado posiciones del ejército sirio, y ahora, directamente a Irán.

Cuarto componente, los mensajes. Con sus ataques, Israel ha buscado enviar a Teherán un mensaje disuasivo. Israel pretende mostrar su disposición a escalar el conflicto todo lo que haga falta con tal de que se entienda que no va a permitir que Irán y sus aliados adquieran nuevas ventajas tan cerca de territorio israelí, las cuales les beneficiarían en un potencial enfrentamiento con ese país. El estado judío busca exhibir su fuerza y mostrar que no teme las represalias que podría desplegar Teherán en su contra, incluso ante el riesgo de que las hostilidades se encaminasen hacia una guerra frontal. Con ello, Netanyahu espera que Irán opte, eventualmente, por limitar sus actividades y las de sus aliados en Siria. De su lado, Irán busca que se sepa que no está dispuesto a dejar ir los beneficios adquiridos tras años de guerra en Siria, que no se va a permitir disuadir por los bombardeos israelíes y que cuenta con instrumentos para causar enorme daño a Israel. Esta situación, por supuesto, produce dos vectores enfrentados, los cuales se empujan el uno contra el otro cada vez con mayor fuerza.

Quinto componente, la diplomacia de Putin. Rusia no es realmente aliada más que de sí misma. Sus objetivos estratégicos en la región le han llevado a defender a Assad, pero ya en más de una ocasión Putin ha estado dispuesto a abandonarle. De igual modo, las circunstancias han colocado a Moscú y a Teherán en un mismo bando, pero se trata de una alianza por conveniencia en la que frecuentemente el Kremlin tiene posturas distintas que las de Irán. En este entorno, Israel mantiene relaciones normalmente cordiales y de coordinación con el Kremlin. Netanyahu ha comprendido que es con Putin con quien tiene que negociar, y ha hecho todo lo posible por hacer que Moscú comprenda sus preocupaciones de seguridad, así como los riesgos que existen por no atender esas preocupaciones. Hasta ahora, Putin ha sido relativamente receptivo y ha buscado balancear la situación en la medida de sus posibilidades. La tarea no es simple. Putin sabe que no puede exigir demasiada restricción a Teherán, siendo esta una de las partes vencedoras de la guerra siria. Pero también sabe que una escalada de las hostilidades entre Israel e Irán en Siria podría golpear fuertemente a Assad y con ello a los intereses del Kremlin por los que tanto se ha invertido en los últimos años. Bajo esas circunstancias, Putin ha logrado, hasta ahora, calmar las aguas entre Israel e Irán (y sus aliados). Sin embargo, los últimos incidentes parecen reflejar que sus capacidades tienen límites importantes. En el incidente del 9 de abril, Israel no informó al Kremlin del ataque, lo que enfureció a Putin pues parecía que todo el esquema se le salía de las manos. Buscando evitar que eso vuelva a ocurrir, el Kremlin emitió advertencias inusuales a Netanyahu, quien ahora está trabajando para tratar de recomponer sus mecanismos de comunicación y coordinación con Moscú.

Sin embargo, nada en cuanto a los dos vectores enfrentados ha cambiado. No ha cambiado después de los ataques de Washington, Francia y RU contra Assad, ni ha cambiado tras los últimos eventos, las quejas de Putin, o sus intentos por apaciguar a las partes. Y mientras Irán siga buscando afianzar su posición de largo plazo y la de sus aliados en Siria, y al mismo tiempo, Israel siga pretendiendo evitarlo a toda costa, en esa medida, se corre el riesgo de que este conflicto salga de las sombras y pase a ocupar los principales reflectores globales con todas las consecuencias políticas y humanas que ello conlleva.

 

 

Fuente:eluniversal.com.mx