Enlace Judío México.- Parecía, por un momento, que empezaba la guerra. Pero no. Fue un episodio de violencia muy extraño y –afortunadamente– limitado en cuanto a sus alcances globales.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Ayer, las tropas iraníes dispararon 20 misiles contra posiciones del ejército de Israel. Ahora que ha quedado claro el resultado de dicho ataque, sabemos que sólo 4 llegaron a territorio israelí. Los otros 16 se estrellaron en territorio sirio. Los 4 que lograron traspasar la frontera fueron derribados por el sistema Cúpula de Hierro. Inicialmente se había hablado de algunos daños materiales “limitados” en una base militar no especificada, pero hecha la revisión completa se llegó a la conclusión de que no hubo nada. Ni víctimas humanas ni daños materiales.

El ataque iraní fue un fiasco absoluto. Pero la respuesta israelí no. Conforme la información empieza a fluir, ahora sabemos que fueron atacadas casi todas las bases iraníes en Siria, y que los daños fueron de proporciones mayúsculas. Todavía no hay datos sobre víctimas mortales.

No sólo las tropas de Irán fueron atacadas. También se golpeó instalaciones militares del régimen de Assad, y bases de Hezbolá en Siria.

Los reportes iniciales de los medios sirios se jactaban de que “docenas” de misiles israelíes habían sido derribados por los sistemas de defensa anti-aérea, pero conforme fueron apareciendo en internet las imágenes de los destrozos e incendios causados por los bombardeos israelíes, los medios fueron ajustando su versión y finalmente admitieron que las instalaciones militares sirio-iraníes habían sido fuertemente golpeadas.

Todos los aviones israelíes que participaron en el operativo regresaron ilesos a Israel.

Ahora surge la pregunta: ¿Qué pretendía Irán? Está claro que una guerra abierta, una confrontación total con Israel, no. Para ello habría lanzado a Hezbolá al frente, disparando miles de misiles que –se supone– están listos justamente para eso. Pero en vez de ello optó por hacer el ataque directamente (es decir, fueron las tropas iraníes quienes hicieron los disparos), y apenas con 20 misiles (en medios sirios se llegó a hablar de hasta 50, pero dicha información nunca se confirmó).

Hay dos posibilidades: o bien Irán estaba tanteando hasta dónde podría llegar una reacción israelí, o bien estaba intentando dar la imagen de que “no se quedaría cruzada de brazos” después de que Israel ha bombardeado y destruido posiciones iraníes (con varios muertos incluidos, algunos de ellos de alto rango militar) más de 150 veces desde el inicio de la guerra civil en Siria, y en varias ocasiones en las últimas semanas.

Lo cierto es que haya sido una o la otra, después de este episodio Irán quedó muy mal parado ante la comunidad internacional.

En primer lugar, porque evidenció sus objetivos violentos justo a unos días de que Trump abandonara el Tratado Nuclear con Irán, justo apelando a que los ayatolas han intentado engañar al mundo, tratando de disimular sus intenciones bélicas.

En segundo lugar, porque si estaba provocando a Israel para ver hasta dónde podía llegar su respuesta, resulta que perdió la mayoría de su infraestructura militar en Siria en una apuesta completamente innecesaria.

En tercer lugar, porque si lo que quería era dar la imagen de que podía tomar represalias contra Israel, la única imagen que ha dado es que no tiene la capacidad de enfrentarse con el ejército hebreo.

Y en cuarto y último lugar, porque quedó más que evidenciado que su supuesto aliado, Rusia, no va a intervenir a su favor ni siquiera en los momentos más violentos y difíciles. Por el contrario, ahora se sabe que Israel se coordinó con Rusia para lanzar esta respuesta masiva para evitar que se dañaran los intereses de ambos países. De hecho, el problema empezó desde hace dos días, justo cuando Netanyahu estaba participando como invitado de honor en la celebración del Día de la Victoria en Moscú.

En los últimos días me han preguntado mucho si creo que Irán estaría decidido a ir a la guerra. Reiteradamente he respondido que si los ayatolas se comportan razonablemente, no lo harán; que la única motivación para ello sería su extremismo religioso irracional.

Y es que hay tres detalles en los que se ha hecho sobradamente evidente la superioridad israelí.

El primero es el aprovechamiento de la tecnología. Irán es un país armado hasta los dientes, pero Israel lo supera –y por mucho– en desarrollo tecnológico y manejo de la inteligencia militar. El resultado es para literalmente morir de pavor: el nivel de información que Israel tiene sobre Irán es sorprendente.

Lo acabamos de ver en tres episodios muy concretos: hace poco más de un mes, Israel destruyó el ala occidental de una base militar Siria. Es decir, no la destruyó toda. Sólo el área occidental. Justo allí se encontraba una instalación iraní secreta, y se supone que sólo unos pocos militares rusos de alto rango sabían de su existencia. Pero Israel los golpeó justo allí.

Luego, la semana pasada Netanyahu expuso en una conferencia de prensa todo el archivo con la información del programa nuclear iraní, que el Mossad se robó directamente en Teherán, frente a las narices de los propios iraníes.

Y en el bombardeo israelí de ayer, fueron atacadas casi la totalidad de las instalaciones militares iraníes en Siria. Es decir, Israel conoce a detalle dónde están las tropas de Irán, qué hacen y qué tienen.

Dicen que el poder en estos tiempos ya no depende del dinero, sino de la información. Israel lo ha demostrado. Sus servicios de inteligencia están funcionando de un modo tan preciso y eficiente, que ha sabido dónde golpear una y otra vez a Irán, sin que este país pueda defenderse.

El segundo detalle que exhibe la superioridad israelí es que Netanyahu y su gobierno han sabido aprovechar el complejo contexto geopolítico en Medio Oriente, e Irán no.

El período más difícil para Israel fue la gestión de Barack Obama, un presidente decidido a doblegar a Israel –cosa que no logró– y a empoderar a Irán –cosa que logró en gran medida–. Sin embargo, la ineptitud de Kerry y el resto de la administración Obama en materia de política exterior provocó el aislamiento de los Estados Unidos en Medio Oriente, y eso le sirvió a Israel para mantener a raya los intentos intervencionistas norteamericanos en ese momento.

Irán, en cambio, se involucró en una guerra civil –la de Siria–, urgido por mantener su hegemonía regional, misma que reposa en Bashar el Assad, fiel lacayo de los ayatolas. Para Irán esto ha sido durante siete años una sangría económica, situación que ha empeorado la imagen del régimen ante su propia población, cada vez más harta de que el dinero se gaste en otros lugares (y además en algo tan irracional como una guerra), en vez de que se use para resolver las necesidades y los problemas (que son muchos) de los propios iraníes.

En el momento más crítico para Assad, cuando parecía que no lograría sostenerse pese a la ayuda de Irán y de Hezbolá, Rusia apareció para darle oxígeno y mantenerlo en el poder. Paradójicamente, Irán no logró capitalizar ese apoyo ruso en sus planes contra Israel. Por el contrario: todo parece indicar que Rusia tiene más intenciones de coordinarse con Israel que de funcionar como un verdadero aliado de Irán. Vez tras vez, los rusos se han mantenido al margen del conflicto y han señalado que no tienen intención alguna de interferir en los esfuerzos de Israel para garantizar su propia seguridad.

El panorama se complicó para Irán con la llegada de Trump a la presidencia. La política exterior norteamericana cambió radicalmente, e incluso Rusia ya ha padecido de los embates americanos en materia de economía. Debido a ello, Estados Unidos –y de paso, Inglaterra y Francia– han podido intervenir en el conflicto sirio con una absoluta impunidad.

Saben que Rusia no está en condiciones de lanzarse a un conflicto. Su economía no lo soportaría. Y saben que Irán está en absoluta desventaja. Si por un lado su economía tampoco da para mucho, por el otro sus recursos militares cada vez se evidencian más como obsoletos ante las nuevas realidades tecnológicas.

En contraparte, Israel no sólo tejió una buena complicidad con Rusia (que seguro se traducirá en buenos negocios a mediano y largo plazo; algo que le urge al Kremlin), sino que además recuperó su clásica complicidad con los Estados Unidos de la administración Trump, e incluso aprovechó la coyuntura para acercarse a Arabia Saudita y reforzar sus lazos con Egipto. Gracias a ello, el gobierno israelí incluso ha mejorado su posición para enfrentar a los palestinos, cada vez más aislados en el nuevo Medio Oriente.

Se empieza a considerar cada vez como algo más que probable la alianza estratégica entre Israel y Arabia Saudita. Y eso puede traducirse con mucha facilidad en un bloque económico y político que no sólo traería estabilidad al Medio Oriente, sino que además se convertiría en una verdadera potencia mundial, capaz de competir con quien sea.

Irán, en cambio, sólo ha logrado agudizar sus conflictos con los saudíes. Intentó apelar a la vieja consigna de “primero deberíamos destruir a Israel”, pero su llamado no encontró respuesta en la nueva generación de políticos en Ryad. Por el contrario: la animadversión cada vez es más evidente, al grado de que el gobierno saudí aplaudió el retiro de Trump del Tratado Nuclear con Irán, y hace poco más de un año Pakistán –eterno aliado de Arabia Saudita– amenazó a Irán, advirtiéndole que no se le ocurriera agredir al pueblo saudí, so pena de ser destruido (recuérdese que Pakistán tiene un importante arsenal nuclear).

En pocas palabras: jamás en su historia reciente, Israel había estado tan cómodamente posicionado en el panorama internacional; en contraste, Irán está entrando a uno de sus peores momentos de aislamiento. Las sanciones inminentes de los Estados Unidos lo van a arruinar todavía más.

Hay un tercer detalle que ha garantizado el éxito de Israel sobre Irán, y es que Israel tiene un plan. Irán no tiene nada.

Lo podemos ver en el hecho de que en la última tanda de bombardeos (digamos que los de 2018), Israel no perdió ocasión para destruir o dañar al máximo posible los sistemas de defensa anti-aérea de Siria. Estos habían sido renovados por Rusia, y se supone que con ello Assad estaba en condiciones de enfrentarse a Israel. Sin embargo, en la mayoría de los ataques israelíes no sólo fueron destruidos cargamentos o depósitos de armas (generalmente destinadas a Hezbolá), sino que también se destruyeron radares y centros de comando de defensa anti-aérea.

Es evidente que Israel sabía que se iba a llegar a una situación como la de ayer. Y con los sistemas de defensa anti-aérea sirios dañados o sin funcionar al 100%, el ataque de la aviación israelí podría definirse incluso como fácil. Sin daños de por medio, los objetivos se lograron y ahora Irán ha perdido una gran cantidad de infraestructura. Y probablemente de hombres.

Irán tuvo un plan hace varios años. Es evidente que este giraba en torno a construir una pinza que pudiera rodear tanto a Israel como a Arabia Saudita. Desde 1982, Hezbolá en Líbano se convirtió en el principal elemento estratégico para ello. Por eso la importancia para Irán de mantener el control de Siria por medio de Assad. De ese modo, el corredor Irán-Irak-Siria-Líbano se habría consolidado como la pinza norte.

En el sur, Irán pretendió lograr algo similar integrando Yemen, Somalia y Gaza a su dominio geopolítico. Sin embargo, todo este plan se enfrentó a una severa crisis cuando estalló eso que todavía recibe el nombre de Primavera Árabe. La rebelión popular contra Assad en Siria puso en riesgo todo eso que Irán había tardado casi 40 años en construir.

Desde entonces, los ayatolas no tienen un plan definido de acción. Improvisan, reaccionan, amenazan, pero no demuestran tener claridad en cuanto a lo que hay que hacer, respecto a cómo dar el siguiente paso.

El resultado desastroso lo acabamos de ver: empezaron a reforzar su presencia en Siria, pero de un modo tan torpe y descarado que Israel pudo recopilar toda la información necesaria para saber dónde y cuándo golpear, en caso necesario. En cada uno de estos golpes, Irán simplemente no reaccionó. Se quedó con los brazos cruzados todas las veces que Israel destruyó instalaciones, depósitos o embarques de armas para Hezbolá, e incluso cuando murieron importantes militares iraníes o libaneses.

Y cuando por fin se decidió a tomar una represalia, su ataque no sólo fue neutralizado por completo, sino que además recibió una contundente y catastrófica represalia que le va a costar mucho dinero (y el dinero no le sobra a los ayatolas), y que lo vuelve a poner en la situación de hace meses, tal vez años, cuando apenas empezaba a reorganizar sus piezas en territorio sirio.

Nuevamente, Irán está en la misma encrucijada de siempre: sólo a partir de una absoluta desesperación y de su irracional extremismo religioso podría decidirse por ir a la guerra contra Israel.

Pero yo sospecho que ya les quedó claro que la respuesta israelí no va a ser contenida, sino brutal. Así como Irán ha demostrado por enésima vez su torpeza e incapacidad de reacción, Israel apenas está mostrando un poco de todo lo que puede hacer en caso de una confrontación de gran envergadura.

Ahora el único problema es si Irán lo entiende.