Enlace Judío México.- Si el resto de sociedades pudiéramos aprender lo que la cultura judía ha desarrollado en milenios, la Historia sería distinta.

EDGAR ELÍAS AZAR

Hay una tradición, una cultura, que lleva dentro de ella las semillas de la solidaridad, de la tolerancia y del respeto que son reflejadas en sus prácticas, en sus reglas y en su forma de vida. Una cultura entera entregada al recuerdo de lo que se ha vivido, de los lugares de dónde se ha venido, de los episodios que se han sufrido, todo, con el único propósito de recordar quiénes son, dónde están y a dónde van. Estar seguros de quiénes son, de reconocer su identidad, les da esa capacidad de tolerancia, de respeto y de solidaridad; tolerancia ante quienes no entienden su forma de ver el mundo, respeto ante quienes no la comparten con ellos y solidaridad para quienes más la necesitan. Estas me parecen son las coordenadas con las que debemos entender a la cultura judaica en el mundo.

Un pueblo que se ha formado en torno al ejercicio de la memoria y el recuerdo. Una memoria milenaria que debe ser transmitida y enseñada de generación en generación para que nunca se olvide. El pueblo judío se preocupa de antaño por conservar la memoria colectiva. La identidad colectiva depende de esa obligación de recordar y de hacer memoria, de impedir que el tiempo con su mágico velo nos dé el regalo del olvido y borre los detalles del pasado.

Se cuenta que cuando Ezra (el escribano) retorna de Babilonia a Jerusalén, se encuentra con un pueblo que ha olvidado y, por lo tanto, está perdido; extraviado. Por ello Ezra siente la necesidad de recordarles, de ayudarles ha hacer memoria del pasado. Este sería el primer acto de democratización de una cultura, cuando las lecturas se hacen públicas y en un lenguaje asequible para todos del libro sagrado. Ezra escaló la plataforma, miró a la muchedumbre y reveló los rollos ante su pueblo. Entonces, comenzó a leer; a recordar. Fue en este acto cuando les hizo ver que la memoria no era ni el acto ni la responsabilidad de un solo individuo, sino de todos. Cada individuo se tornó en receptáculo de una memoria infinita que se transmite de un tiempo a otro convirtiendo a todos los miembros en eslabones esenciales de esa cadena del recuerdo. Todos participan, todos recuerdan y, por ello, todos son importantes.

El leer era recordar, pero también deliberar e interpretar lo leído. La memoria es estática, pero el recuerdo re-crea, interpreta lo vivido y lo adapta a las condiciones históricas del presente. El arte de la memoria es estático y siempre el mismo, el recuerdo “varía de acuerdo a las dimensiones del tiempo y del espacio”.

Las bases mismas de la cultura judía se cimientan de esta manera sobre valores universales que invitan al ejercicio y al reconocimiento deliberativo. Todos deben hacer memoria de lo que ya saben desde el seno materno, todos deben recordar lo que saben para interpretar lo recordado, y todos pueden deliberar sobre la interpretación correcta de esos recuerdos. Un ejercicio que requiere de tolerancia, respeto y solidaridad de todos.

Las sagradas escrituras fungen como el libro fundante de esa cultura, alrededor del cual todos esos valores se ejercen. No todo libro fundante debe tener el carácter religioso. Existen otros libros fundantes que invitan al mismo ejercicio, por ejemplo, la Constitución. Si tan sólo el resto de comunidades y sociedades pudiéramos aprender lo que la cultura judía ha desarrollado en milenios, la historia de la humanidad sería distinta. La obtención de una responsabilidad individual en el recordar de dónde venimos, para saber hacia dónde vamos. De hacer memoria para reconocer al otro como un individuo que juega un papel igualmente importante que el mío. Entendernos, todos, como parte de una misma cadena en la que somos importantes y necesarios, unidos por un mismo pensamiento en el que todos podemos leer, recrear, interpretar y deliberar sobre él. El reconocimiento del otro con esa capacidad añade a nuestras vidas la identidad, el reconocimiento, la tolerancia y la solidaridad necesarias para perdonarnos, entendernos y permitir explicarnos. Eso es lo que la comunidad judía en el mundo nos ha enseñado, historias concretas y particulares lo demuestran.

 

*Embajador de México en los Países Bajos Representante permanente ante la OPAQ

 

Fuente:eluniversal.com.mx