Enlace Judío México.-En 1967, Gamal Abdel Nasser –por entonces, presidente de Egipto y líder indiscutible del panarabismo de inspiración marxista– aprovechó su momento de auge y comenzó a mover sus piezas en el ajedrez militar del Medio Oriente. Junto con otros países árabes, comenzó a desplazar tropas hacia la frontera con Israel y pronto el pequeño Estado Judío quedó rodeado. Durante varias semanas se dedicó a pregonar a los cuatro vientos que Israel sería destruido y que sus habitantes serían lanzados al mar.

IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

El mundo no reaccionó. Hubo expresiones de lástima y algo más o menos parecido a solidaridad, pero casi siempre a nivel extraoficial. La ONU no intentó intervenir de ningún modo para evitar la agresión árabe. Las potencias de occidente tampoco. Pareciera que todos asumían que la desaparición de Israel –un segundo Holocausto– era inevitable, y que la aventura del Estado judío sólo había sido una especie de premio de consolación para nosotros, un pueblo milenario, pero con fecha de caducidad. Y que Nasser era quien iba a decidir esa fecha.

El 5 de Junio comenzó la batalla. Pero, para sorpresa de todos, no fueron los árabes quienes la iniciaron. Israel lanzó un ataque sorpresa que tomó desprevenidos a todos, desde Nasser hasta la prensa. La aviación israelí destruyó las bases aéreas (y a muchos aviones) en los países vecinos, y eso garantizó el dominio del aire. Luego lanzó una feroz campaña de artillería, y en cuestión de dos días los frentes egipcio y jordano estaban prácticamente bajo control. El sirio cayó un par de días después.

Entonces intervino la ONU. Entonces sí se exigió un alto al fuego. Entonces sí apareció la humanidad para apelar a que había que guardar la cordura. Cuando Israel estaba bajo amenaza, nadie dijo nada. Cuando fue necesario exigir un armisticio para que la debacle árabe no fuera total, y El Cairo y Damasco quedaran bajo poder israelí, entonces todo mundo chilló.

Fue una de las guerras más breves en la Historia –se le conoce como Guerra de los Seis Días–, pero también una de las más interesantes. Tanto por sus repercusiones geopolíticas, tanto como por las grandísimas lecciones de estrategia militar dadas por los israelíes (sobre todo por Ariel Sharón, que desde entonces se convirtió en el azote de los árabes), mismas que todavía se estudian en las academias militares.

En ese momento y mejor que nunca antes, Israel entendió la lección: a veces, la mejor defensa pasa por tomar la iniciativa. En contraparte, sus enemigos no aprendieron demasiado al respecto.

Lo podemos ver en estos momentos con Irán, un país que en muchos sentidos ha seguido la misma ruta que Nasser en aquel entonces.

Irán lleva años apelando a que Israel debe ser destruido. Desde el triunfo de la Revolución Islámica en 1979, todos sus líderes han declarado oficial y extraoficialmente que hay que destruir a Israel. Incluso, creó y/o financió varios movimientos terroristas con ese objetivo específico, destacando Hezbolá en Líbano y Hamás en Gaza.

Lo patético es que lo ha hecho con la complacencia del mundo. Nuevamente, la mayor parte del tiempo sólo hemos visto la complacencia irracional y –en última instancia– judeófoba y antisemita, de muchos líderes que asumen que esa situación es “normal”, y que la retórica incendiaria y criminal de Irán y sus esbirros debe soportarse y dejarse fluir, mientras que todas las acciones de Israel para defenderse del terrorismo deben ser rigurosamente escrutadas, juzgadas y – ¿por qué no?– condenadas.

Pareciera que todos siguen, en mayor o menor grado, la línea ideológica de los políticos franceses, una horda de ineptos sin sesos que en su momento han afirmado que Israel tarde o temprano desaparecerá, y que por eso es preferible ajustarse a Irán, la futura potencia regional.

Qué poco entienden de política o incluso de economía. Hoy por hoy, Irán está al borde de la ruina, empezando por su propia situación interna. Israel, en cambio, no tiene rival en la zona. Y a juzgar por el nivel de desarrollo tecnológico, no lo va a tener en mucho tiempo. Mínimo, durante todo el siglo XXI.

El asunto llegó a su clímax abyecto durante la gestión de Barack Obama, un torpe presidente que nunca entendió las dinámicas del Medio Oriente, y que siempre apostó por la rendición de Israel y el empoderamiento de Irán. Y casi lo logró. Su plan se vio truncado sólo porque en una elección que sorprendió a muchos –menos a los que insistimos en analizar los hechos y no la propaganda–, Trump derrotó a Hillary Clinton, y con ello vino un giro radical en la política exterior estadounidense.

La nueva coyuntura no pasó desapercibida a los hábiles políticos y estrategas militares israelíes, competentes a más no poder a fuerza de saber que se están jugando la vida de toda una nación y, en muchos sentidos, el futuro del pueblo judío.

Irán, por su parte, erró en todos los cálculos y previsiones.

En el marco de la guerra civil en Siria, los ayatolas han gastado una cantidad estrambótica de dinero, armas y personas. Sus pérdidas han sido cuantiosas, y eso ha intensificado poco a poco la crisis interna. La población, cada vez más molesta por la inestabilidad económica, ya no se calla sus críticas contra un régimen que se gasta millones de dólares al año en mantener una guerra tan innecesaria como irracional.

Sin embargo, Irán creyó que el apoyo ruso –apoyo obtenido con dinero, no por afinidades ideológicas ni estratégicas– le garantizaría un alto nivel de impunidad en Siria. Si Hillary hubiera ganado la elección, seguro que esa habría sido la situación. Pero los ayatolas apostaron a que Trump no intervendría de modo decisivo, y que entonces podrían seguir moviendo sus piezas en el tablero sirio. El objetivo, una vez que la victoria de Assad parece lenta pero segura, sería comenzar a preparar el asedio contra Israel.

Israel, por su parte, advirtió que no permitiría que Irán hiciera de Siria un patio trasero militar. Pero los ayatolas no se tomaron en serio las advertencias de Netanyahu y su gabinete. Imaginaron que con el apoyo logístico ruso en la zona, Israel simplemente no se atrevería a tomar medidas drásticas.

Fallaron. Volvió a suceder lo de 1967. En contra de todas las previsiones iraníes, e incluso tomando por sorpresa a los rusos y a los americanos (ni para qué mencionar también a los europeos: a ellos todo los toma por sorpresa), Israel ha lanzado varios ataques estratégicos contra las instalaciones militares iraníes en Siria. Una por una, las ha destruido o inutilizado.

En un intento más por dar la imagen de que “podían tomar represalias” que por intentar algo realmente trascendental, Irán ordenó el disparo de 32 misiles contra el norte de Israel.

Craso error. La respuesta israelí fue devastadora y contundente, e Irán fue simple y llanamente humillado en Siria.

Irán ya no sabe qué hacer. Apenas está terminando de asimilar que sucedió lo que nunca se imaginó que sería posible: Israel ha tomado la iniciativa. Además, cuenta con el apoyo absoluto de los Estados Unidos, y Rusia ya ha demostrado claramente que no tiene intenciones de intervenir a favor de nadie (lo que significa que la situación resulta adversa para Irán).

Los ayatolas han perdido el rumbo. Siguen sin poder cantar victoria definitiva en Siria, se han endeudado hasta la exageración con Rusia, han perdido miles de hombres en una guerra que ni siquiera es suya, han destruido el prestigio que tuvo Hezbolá en el mundo árabe, y le han cedido la iniciativa a Israel.

Mientras, la crisis económica en la nación persa sigue galopante, y la población cada vez está más harta de que la prioridad de sus líderes sea una guerrilla en Líbano y la causa palestina.

Nasser, por lo menos, fue un hábil político que supo manejar bien las cosas al interior de su país. Logró muchas cosas positivas para los egipcios, y por ello siempre fue querido y respetado. Los herederos de Jomeini no. Son torpes, ineficientes y altaneros. Sus fracasos se van acumulando uno encima del otro, y el pueblo iraní corre cada vez más hacia el hartazgo definitivo.

En las circunstancias actuales, el régimen de los ayatolas no puede durar mucho tiempo.

El guion se volvió a repetir paso a paso: mientras unos creían que podían amenazar a Israel y colocar sus tropas para prepararlas para el asalto final, en otros lados muchos tomaron esa agresión como algo lógico y natural y simplemente la dejaron fluir.

Israel no tuvo más que repetir el guion que ya le funcionó perfectamente hace 51 años: atacar. Ponerle una tunda a un enemigo desconectado de la realidad y engolosinado en la propaganda.

Las fichas se han movido en este ajedrez en el que parece que un jugador está manteniendo partidas con varios contrincantes al mismo tiempo.

La diferencia es que ese jugador es un máster del ajedrez, mientras que sus contrincantes sólo son parvulitos que a veces ni siquiera saben cómo mover las piezas.

 

 

 

 

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