Enlace Judío México.- Durante el siglo pasado ha habido una lucha entre gobernantes opresivos y un público hambriento de libertad.

REUEL MARC GERECHT Y RAY TAKEYH

La decisión del Presidente Trump de retirarse del acuerdo con Irán, y de presionar implacablemente a la República Islámica, ha provocado una respuesta predecible. Los críticos citan la historia, en particular un golpe contraproducente en 1953, como una razón para oponerse a la estrategia. Pero observar más de cerca el pasado muestra que una política de contención de colapso del régimen es la mejor forma de efectuar el cambio.

Los occidentales a menudo ven a Irán como una isla de estabilidad autocrática, como hicieron una vez con la URSS. Los funcionarios estadounidenses y europeos tienden a ver las herramientas de represión de los mulas como indomables. Pero durante mucho del siglo pasado Irán ha estado encerrado en una lucha convulsiva entre gobernantes queriendo mantener sus prerrogativas y los gobernados buscando libertad.

La Revolución Constitucional de 1905 inyectó por primera vez las nociones de representación popular dentro del torrente sanguíneo de Irán. Durante la primera mitad del siglo XX, los parlamentos luchadores tuvieron pocos escrúpulos sobre mostrar sus músculos. La alta burguesía local ordenaría a los campesinos, obreros y tribales en centros que elegirían cada Parlamento. No era una democracia jeffersoniana, pero el sistema tenía legitimidad. Vinculados entre sí por tierra, familia, tradición y el voto, la clase gobernante y el pueblo crearon mecanismos para hacer frente a las quejas. Por consiguiente, los parlamentos eran sensibles a las preocupaciones locales.

El primer monarca Pahlavi, Reza Shah, desafió este sistema imponiendo su voluntad en el nombre de la modernidad. Después de su abdicación en 1941, el régimen constitucional ganó fuerza nuevamente. Pero fue el Primer Ministro Mohammad Mossadegh, depuesto en el golpe de 1953, quien intentó hacer descarrilar la evolución democrática de Irán. Olviden por un instante la nefasta intriga de la CIA; lo que ocurrió en 1953 fue una iniciativa iraní.

Hay una regla fundamental acerca del intervencionismo estadounidense hoy: Para bailar el tango hacen falta dos. El golpe de 1953 lo comprueba. Mossadegh, quien una vez había sido un defensor del imperio del derecho y la soberanía nacional, se volvió cada vez más autocrático y vanaglorioso después que el Parlamento nacionalizó la Compañía Petrolera Anglo-Persa en 1951. Tratando de navegar las réplicas financieramente ruinosas de esa decisión, el primer ministro cometió fraude electoral, buscó desbandar el Parlamento, y usurpó los poderes de la monarquía.

Los políticos, hombres del ejército y mulás de Irán se reunieron entonces para derrocar al premier. El público se concentró en su mayoría con el monarca, Mohammad Reza, un testaferro alrededor de quien se reunieron diversas fuerzas. La CIA estuvo involucrada en la planificación del golpe, pero renunció una vez que fracasó la operación inicial. Los iraníes asumieron el control y removieron al primer ministro. Al hacerlo, buscaron revivir su economía y proteger sus instituciones políticas. Mossadegh cayó no debido a una conspiración tramada en Langley sino porque perdió el apoyo de la élite y de la población dentro de su propio país.

Después de nombrarse “rey de reyes” en 1971, Mohammad Reza hizo su mejor esfuerzo para subvertir la buena gobernancia. Desperdició mucha de la riqueza petrolera de Irán en armas. Redujo el venerable parlamento iraní a un sello de goma. Su policía secreta se las arregló para ser incompetente y aborrecida. Alejó al clero y reemplazó a la vieja élite con una camarilla de aduladores.

Pero la revolución de 1979, la cual derrocó al shah, estaba destinada a decepcionar a un público que clamaba por democracia. El primer electorado en rendirse en la teocracia fueron los estudiantes, cuya protesta en 1999 terminó el intento de reformarse por parte del régimen. Luego llegó el titánico Movimiento Verde del 2009. Una elección presidencial fraudulenta provocó una protesta masiva que desacreditó al régimen entre la clase media. En diciembre del 2017, cerca de 100 ciudades y pueblos iraníes estallaron en protesta. A los pobres se les enseñó a ser el último bastión de poder del régimen, vinculados a la teocracia por la piedad y el estado asistencialista. Pero esta vez ellos arrojaron cánticos perjudiciales.

El Presidente Hassan Rouhani, un miembro deslucido del aparato de la seguridad estatal, pensó una vez que un acuerdo nuclear generaría suficiente inversión extranjera para aplacar el descontento. Esa aspiración fracasó aún antes de la llegada del Presidente Trump. La República Islámica—con su falta de un sistema bancario confiable o algo que recuerde el imperio del derecho—es muy turbulenta como para atraer suficientes inversores. Es probablemente internamente más débil que lo que era la Unión Soviética en la década de 1970.

El tema esencial en la historia iraní moderna es un populacho buscando emanciparse de la tiranía—monárquica e islámica. Idear una estrategia para hacer colapsar al régimen clerical no es difícil: Estados Unidos puede recurrir a la historia persa y a la experiencia con la Unión Soviética. Requerirá paciencia. La dificultad más grande para Washington es autoimpuesta: Tiene que tomar seriamente la búsqueda iraní de democracia.

 

*Marc Gerecht es miembro principal en la Fundación para la Defensa de las Democracias. El Ray Takeyh es miembro principal en el Consejo para Relaciones Exteriores.

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México.

 

 

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