Enlace Judío México.-Separar a familias extranjeras fue una política inhumana. Vincularla con el genocidio nazi es obsceno.

JAY WINIK

Casi todos, incluido el Presidente Trump, concuerdan en que separar a niños extranjeros de sus padres y albergarlos en centros de detención fue una política insostenible que tenía que ser cambiada. Algunos han dicho, no sin justificación, que las imágenes eran reminiscentes de la internación de los estadounidenses japoneses durante la Segunda Guerra Mundial.

Pero otra comparación es indefendible. “Otros gobiernos han separado a madres e hijos,” tuiteó Michael Hayden, quien dirigió la Agencia Central de Inteligencia (CIA) bajo George W. Bush —con una foto de vías de tren llevando dentro del campo de muerte Auschwitz-Birkenau. “Los niños están siendo llevados lejos a las duchas,” dijo el presentador Joe Scarborough, de MSNBC, “así como los nazis decían que estaban llevando gente a las duchas y luego ellos nunca regresaban.” La Sen. Dianne Feinstein de California dijo en una entrevista televisiva: “Esto es Estados Unidos de América. No es la Alemania Nazi, y hay una diferencia.”

La Sra. Feinstein tiene razón. No hay comparación.

Los judíos en la Europa ocupada por los nazis eran arrestados y embalados dentro de coches de ganado, con poco aire o luz, sin alimento y prácticamente nada de agua, para un viaje horroroso de dos a tres días a Auschwitz. Ellos viajaban en terror y anticipación, no teniendo idea de lo que les estaba aguardando el destino. Exhaustos y asustados, frecuentemente tenían que estar de pie el viaje entero. Las madres apretaban a los hijos; las hijas se aferraban a los padres; los niños asían las manos de ambos padres; los abuelos y los enfermos luchaban por permanecer vivos. Muchos no sobrevivían el trayecto.

Cuando los trenes arribaban a Auschwitz, era una escena de caos, confusión y horror. Después de días atrapados en ensombrecidos coches de ganado, entrecerrando los ojos por los reflectores brillantes que recubrían las vías, era casi insoportable. Así lo era el hedor, como nada que los cautivos hubieran olido nunca antes. Ellos no lo sabían en el momento, pero era el olor de carne y pelo humanos ardiendo.

Afuera, ellos escuchaban todo tipo de ruidos: pastores alemanes y pinschers doberman ladrando fuerte, y órdenes en alemán que la mayoría de ellos no podían entender. Cuando ellos se tropezaban de los coches de ganado, desorientados y ansiosos, haciendo preguntas tímidamente, los alemanes gritaban nuevamente, “¡Raus, raus, raus!” (“¡Fuera, fuera, fuera!”). A la distancia, los prisioneros veían un horizonte de chimeneas, con penachos de fuego naranja brillante moviéndose rápidamente hacia adentro de las nubes. No sabían que la mayoría de ellos serían cenizas al cabo de horas.

Los SS separaban a los varones saludables, anotándolos para las cuadrillas de trabajo mientras todos los demás eran llevados a las cámaras de gas.

Invariablemente, las madres querían permanecer con sus hijos. Los SS dirían, “bien, bien, permanece con tu hijo.” Bajo una lluvia de golpes de bastón, mujeres, niños y hombres ancianos eran llevados dentro de “vestuarios” y se les decía que se desvistieran. Los alemanes decían a los prisioneros que ellos iban a ser “desinfectados.” Luego ellos calzaban ajustadamente a unas 2,000 personas a la vez dentro de las cámaras, donde ellas veían lo que parecían cabezales de duchas.

Las masivas puertas herméticas eran cerradas con un perno de hierro. Estaba oscuro. Era liberado el Zyklon B, y comenzaban los gritos. Los prisioneros se acurrucaban juntos, gritaban juntos, jadeaban por aire juntos. Mientras los niños abrazaban violentamente a sus padres, cientos de personas trataban de abrirse camino a la puerta, pisoteando niños en el proceso. En la oscuridad, eran aplastados cráneos y cientos de personas eran golpeadas hasta quedar irreconocibles. Los gritos espeluznantes se convertían en un estertor, luego un jadeo. Al cabo de 20 minutos, el trabajo estaba terminado.

Los cuerpos yacen de a montones, cada uno de ellos muertos—tantas personas como fueron muertas en la Carga de Pickett en Gettysburg; dos tercios de la cuenta de muertos del 11/S. Los cuerpos fueron entonces quemados, las cenizas usadas como relleno para caminos y senderos alemanes. Al cabo de horas, los nazis repetirían el proceso, extinguiendo otras 2,000 vidas humanas.

En cuanto a los prisioneros que eran seleccionados para trabajar en los campos, los alemanes los despojaban de sus identidades, refiriéndose a ellos en su lugar por números tatuados en sus antebrazos. Los prisioneros eran obligados a pararse semi-desnudos, mojados con cubos de agua helada, o azotados 50 veces con un látigo. Eran despertados a las 4 a.m., obligados a hacer trabajo agotador por 12 horas prácticamente sin descanso o alimento. Dormían casi desnudos, sin ninguna sábana en temperaturas a menudo debajo de la congelación en el invierno. La mayoría morían al cabo de semanas de llegar al campo.

Entre la cámara de gas y las cuadrillas de trabajo, más de un millón de personas fueron asesinadas así en Auschwitz.

El debate sobre la política de separación de niños es uno moralmente importante. ¿Cómo equilibra Estados Unidos controlar la frontera con la obligación de tratar humanamente a la gente, incluyendo a extranjeros ilegales?

Pero la comparación con el Holocausto es una mentira obscena.

 

*Jay Winik, anteriormente historiador inaugural en residencia en el Council on Foreign Relations, es autor de “1944: FDR y el Año que Cambió la Historia.”

 

 

 

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México.

 

 

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