Enlace Judío México – Nuestro colaborador José Strimling entrevistó al artista plástico Leonardo Nierman, y a su hija, la fotógrafa Claudia Nierman. En esta conversación, estos dos grandes artistas judíos nos hablan sobre sus respectivas obras, su amor por el arte y mucho más.

JOSÉ STRIMLING EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

 

“La obra de mi papá tiene algo que jamás me aburre”, dice Claudia, “llevo 52 años de verla diario y cada vez me gusta más, es incluso adictiva, peligrosa; cada vez es mas emocionante para mí, que me he dedicado a buscar libros viejos que voy encontrando de mi papá. Ahora estoy haciendo su tercer libro y cada vez encuentro cosas nuevas. Soy su fan número uno, como persona y como artista. Es un hombre maravilloso, es la persona más generosa y gentil”.

Sobre Claudia, el Maestro Nierman dice: “es mi hija predilecta y favorita y me cae muy bien”.

“Siempre he visto a la pintura no como un trabajo, sino como un juego”, dice el pintor. “Para mí pintar es jugar, y nunca quise que dejara de ser un juego, que yo disfrutaba muchísimo, pero la vida te lleva, y haces una cosa y te gusta y haces otra y te gusta más”.

Sobre la fotografía, su especialidad, Claudia dice: “Yo siento que la fotografía no es un plan, es una obsesión, todo el tiempo estoy mirando cosas que me seducen, que me provocan, desde ir en el segundo piso del periférico, con el piso mojado y con las lluvias, parece que vas dentro de una ballena, ¡de milagro no me he estrellado!”.

“Estamos preparando un libro para mi papá, el tercero. He estado viendo fotos que tenía mi abuelita en un baúl, y se las llevo a mi papá, y nos sentamos a tratar de ver quién era este o el otro”.

“Él era violinista y hay fotos de conciertos, ayer vimos una foto de un concierto que dio cuando era niño”.

El maestro habla sobre la pausa artística que está haciendo en su obra: “hace 2.5 años decidí que si los agricultores de pronto deciden, este año no voy a sembrar nada para darle chance a la tierra de que descanse, así yo, llevo 2.5 años sin pintar”.

También nos relató cómo fue que cambió el violín por el lienzo, aunque este instrumento sigue figurando de forma importante en su obra: “Un día me invitaron a dar un concierto en Bellas Artes, toqué la Sinfonía Española de Edouard Lalo; y un señor muy serio se me acercó para decirme que si quería que lo grabara. Al final del concierto me dio un carrete con la grabación, y nos fuimos a cenar con unos amigos. Al llegar a casa con mi violín, dije, voy a escuchar la grabación, a ver cómo la siento, y lo primero que pensé fue: la grabadora de ese señor es una porquería. Lo escuché 10 minutos, saque un disco con una grabación y eso me ayudó a ver la vida con realidad; saqué mi violín del estuche, le di un abrazo, y le dije, estimado amigo, hoy nos despedimos, pero a lo mejor nos reencontramos en el infierno o el cielo… 20 años toque el violín, y desde ese día, nunca más, le tengo cariño, como a un amigo, pero no se puede tomar la vida tan en serio, sigo yendo a los conciertos, comprando discos, pero no escucho la Sinfonía Española de Edourard Lalo”.