Enlace Judío México e Israel.- Uno de los mitos antisemitas más longevos dice que los judíos no sienten apego o lealtad por el lugar en donde viven, sino solamente por su comunidad y, desde 1948, por el Estado de Israel; lo han llamado “doble lealtad” o “deslealtad” y está íntimamente relacionado con la concepción popular de que los judíos son extranjeros.

LEONARD WINGATE

Este prejuicio se ha formado al albor de varios hechos históricos.

El primero es que, hasta hace muy poco, los judíos han sido defenestrados y tratados como un cuerpo extraño en todos los países en donde han vivido, con contadas excepciones. Ante un Occidente que tendía a homogeneizar todo a la fuerza, la opción para los judíos era asimilarse o ser apartados y perseguidos -o algo peor-. En su mayoría, los judíos se aferraron a su identidad y los trataron como extranjeros desleales. Esto, indudablemente, generó todo tipo de libelos, como la conspiración internacional: los judíos eran una quinta columna organizada que intentaba derribar naciones y crear un orden global en el que se diluyeran las anteriores. Esta dañina elucubración, que los judíos controlan o aspiran a controlar el mundo, ha permanecido en el subconsciente de los occidentales hasta hoy.

El segundo es que el judaísmo se forja en la Diáspora como una pertenencia comunitaria con fuerte carácter religioso, pero, en realidad, tiene su origen en un movimiento nacional. Si pensamos en los armenios, pueblo con similitudes evidentes, podemos encajar las piezas. Los judíos eran una nación sin tierra y, discriminados en sus países de acogida, su gran aspiración durante cerca de dos milenios fue regresar a su tierra. Eran tratados mal y al mismo tiempo añoraban esa Jerusalén a la que cada año prometían volver. Así, entre los judíos apenas afloró un sentimiento nacional. Es después de la Ilustración y durante el desarrollo de los nacionalismos europeos en los siglos XIX y XX cuando los judíos empezaron a sentir apego por sus países. Pero poco les valió, por ejemplo, sentirse alemanes en Alemania, para librarse del exterminio.

El tercero es que han sido protagonistas de una migración masiva durante el siglo XX. El país en donde nacieron dos o tres generaciones atrás no es el mismo país en el que viven. Son recién llegados, no dejan de moverse por el mundo, y eso sigue alimentando la percepción de foráneos.

Sin embargo, el mito de la deslealtad o del judío extranjero, que en última instancia justificó matanzas y persecuciones y, en la Segunda Guerra Mundial, el genocidio más brutal que ha conocido la historia, es falso y alejado de la realidad cotidiana.

Afirmar actualmente que los judíos no son leales a sus países de origen porque tienen otras lealtades cae por su propio peso acudiendo a nuestros ejemplos patrios. Un asturiano que se siente español y canta con fervor Asturias Patria Querida o un barcelonés que habla catalán en su casa, pero considera España su país -y ahora es un “peregrino en tierra de infieles” parafraseando a Sean Connery en La última cruzada– casan perfectamente con que un judío español quiera o se sienta identificado con su país, España, y tenga una amplia simpatía y conexión con Israel. Puede que muchos judíos tengan varias lealtades -o a lo mejor ninguna- como las tienen muchos ciudadanos que no son judíos. Y no pasa nada, los sentimientos siguen siendo, hasta ahora, cosa de cada uno. Bajo la ley, su nación es la que le expide el pasaporte (otro día hablamos del tema de las dobles nacionalidades).

El máximo exponente de esto, de hecho, son los sefardíes -en hebreo, españoles-. Fueron expulsados hace 526 años, y a pesar de ello, han permanecido fieles a España y han mantenido el lenguaje, las costumbres, y sobre todo la nostalgia por una tierra que siempre consideraron su hogar. Qué decir de los judíos norteamericanos, profundamente patriotas pero que han tomado la defensa política de Israel como una de sus principales actividades en la esfera pública.

Un hombre, o una mujer, puede tener las fidelidades nacionales y sentimentales que guste. Más aún en el mundo líquido en el que vivimos, en donde la ausencia de certezas está a la orden del día y acudimos a refugiarnos en nuestras identidades tradicionales o creamos otras nuevas.

Pero, depurado el falso mito de la deslealtad judía, conviene también señalar tareas pendientes que tienen los mismos judíos en relación con el mantenimiento de este prejuicio.

Comprensiblemente, después del Holocausto, los judíos de la Diáspora (los que viven fuera de Israel) lucieron un perfil bajo en los asuntos nacionales de sus respectivos países. No obstante, han salido a defender con uñas y dientes a Israel cada vez que ha sido criticado por sus acciones. También, y con toda lógica, han denunciado por activa y por pasiva el antisemitismo y otras formas de racismo. En tal sentido, han sido férreos defensores de los derechos civiles y de la diversidad.

A pesar de haberse integrado y de haber dado lo mejor de sí a sus países, y sacando de la ecuación a la judería norteamericana, no han dedicado mucho tiempo a decir que ellos también son nacionales.

La confusión creada para con sus sociedades ha sido evidente, y ha favorecido que mucha gente opine que el país de los judíos, en el caso de los españoles, no es España, sino Israel, y que se les considere extranjeros en su propio país. Los judíos deberían emplear más esfuerzos en enfrentar abiertamente este prejuicio. La mejor forma de hacerlo es abriendo las cancelas para que entre la verdad, que dijo el profeta (Isaías 26:2). Si los judíos, como han hecho en anteriores ocasiones, enfrentan este mito acabarán con él fácilmente. Deben ser los primeros en dar la cara y aclarar conceptos, liderar el relato, y que cada vez que se crea que todos vienen de Israel, como todos los niños venían de París, decir la verdad. Que son tan españoles, franceses, italianos o alemanes como los demás.

 

 

 

Fuente: cciu.org.uy