Enlace Judío México e Israel.- La interpretación más caritativa es que éste fue un secuestro que salió horriblemente mal.

KAREN ELLIOT HOUSE

El caso del activista y escritor saudí desaparecido y aparentemente asesinado Jamal Khashoggi es un cuento con una víctima y villanos, pero ningún héroe. Khashoggi, partidario por mucho tiempo de la familia real saudí y más recientemente un crítico del régimen, entró al consulado saudí en Estambul, Turquía, el 2 de octubre, buscando documentos referentes a un divorcio. El gobierno turco afirma tener pruebas de que un escuadrón de la muerte saudí lo asesinó dentro del consulado, cortó su cuerpo en pedazos, y envió los restos en una camioneta negra a un avión privado con destino a Arabia Saudita. Partes de esta trama siguen sin ser verificadas pero parece no haber ninguna duda de que Khashoggi está muerto.

El villano principal, aparentemente, es el Príncipe de la Corona Mohammed bin Salman, quien dirige todo aspecto de Arabia Saudita y sin cuya autorización no ocurre nada. Pero este sórdido episodio no es el choque entre un gobernante autócrata y un héroe democrático. Es más bien un conflicto interno.

Khashoggi, a pesar de sus credenciales como columnista para el Washington Post, pasó la mayoría de su vida adulta trabajando con y para la familia Al Saud y sus propiedades de medios de comunicación. Él también hizo tareas a destajo para la inteligencia saudí, dirigida durante un tiempo por el Príncipe Turki al-Faisal, quien más tarde se desempeñó como embajador ante los Estados Unidos. El paso temprano a la fama por parte de Khashoggi fue entrevistando a Osama bin Laden en el Afganistán de la década de 1980, donde ambos eran aliados de los muyahidines soviéticos. Khashoggi rompió con bin Laden en la década de 1990 y después del 11/S se volvió el ejemplo de Riad de un fundamentalista islámico reformado, producido a menudo para que los occidentales visitantes se dieran una idea de su conversión. Pero bajo el Rey Salman y el príncipe de la corona, Khashoggi se volvió un paria, acusado de apoyar a la fundamentalista Hermandad Musulmana. Se mudó a Estados Unidos en julio del 2017.

Si bien el Príncipe de la Corona Mohammed ha hecho significativas reformas sociales y económicas, él nunca ha afirmado ser un demócrata. Hace poco admitió encarcelar a 1,500 personas, incluyendo a los 300 parientes, ministros y barones empresarios que fueron confinados dentro del Ritz-Carlton de Riad. Nada de eso, sin embargo, preparó a aquellos de nosotros que lo conocíamos para el asesinato de un ciudadano en lo que se supone es la seguridad del consulado de su nación.

Secuestrar críticos y retornarlos a Arabia Saudita no es nuevo para este régimen, aunque anteriormente tales incidentes tuvieron poca publicidad porque no murió nadie. Quizás el príncipe de la corona pensó que podría escapar nuevamente a cualquier consecuencia. Después de todo, Vladimir Putin de Rusia ha envenenado a disidentes en Londres; Xi Jinping de China maneja un archipiélago de campamentos de re-educación; y el cada vez más despótico Recep Tayyip Erdogan de Turquía—quien está elevando los cargos a los saudíes—ha encarcelado a miles con poca o ninguna consecuencia internacional. Tal vez el mundo pronto olvidará un asesinato político.

Pero seguramente habrá un precio duradero para la reputación del príncipe de la corona. Con tanto poder sobre una población en gran medida pacífica, ¿por qué él ordenaría o aprobaría lo que equivale a un asesinato mafioso? Khashoggi no estaba liderando una rebelión civil contra el régimen. Tampoco era un foco ampliamente popular de disenso en el reino. Él no parecía presentar ninguna amenaza seria para el régimen del Príncipe de la Corona Mohammad.

Que Mohammed bin Salman crea que Khashoggi era un partidario de la Hermandad Musulmana, una organización islámica transnacional, y en la lista de pagos de Qatar, una némesis saudí, parece más una excusa que una razón. Los que observan de cerca al príncipe de la corona dicen que él está determinado a prevenir cualquier indicio de posible quiebre antes que pueda materializarse. Así que la decisión de Khashoggi de registrar en Estados Unidos una nueva organización política, Democracia para el Mundo Árabe Ahora, quizás financiada por los rivales regionales de los saudíes, podría haber provocado esta acción.

Parece claro que Mohammed bin Salman, acostumbrado a emitir órdenes en todo aspecto de la vida saudí sin cuestión o contradicción, quiso silenciar a Khashoggi. Cuando fracasaron los intentos por atraerlo de regreso como asesor, fue capturado en Estambul, donde esperaba desposar a su prometida turca. La interpretación más caritativa es que éste fue un secuestro que salió horriblemente mal.

¿Ahora qué? Si bien el príncipe de la corona puede ignorar a la opinión interna saudí, a él le debe importar su imagen internacional, especialmente entre los inversores extranjeros, cuyo dinero necesita para realizar sus reformas económicas Visión 2030. Los empresarios que lo habían abrazado—tal como Richard Branson, Dara Khosrowshahi de Uber y Bob Bakish de Viacom—están dando marcha atrás. Muchos otros no osarán asomarse en la conferencia de inversores de este mes que está celebrando el príncipe de la corona en Riad. Si los encarcelamientos masivos hace un año en el Ritz-Carlton habían empañado la imagen del príncipe de la corona. Esto la ennegrece.

Aunque al príncipe de la corona no le importen las críticas de los medios de comunicación o incluso del Congreso, debe importarle cualquier acción estadounidense que altere significativamente la relación fundamental entre Estados Unidos y los saudíes—la cual nunca ha estado basada en valores morales compartidos, sino más bien en la seguridad mutua. En un vecindario peligroso, Arabia Saudita depende de los garantes de seguridad estadounidenses; de igual manera, cualquier evolución radical en Arabia Saudita amenazaría a todos los intereses de Estados Unidos en la región. Lo más importante, el Presidente Trump y el Príncipe de la Corona Mohammed comparten una desconfianza profunda de Irán, así que parece probable que la relación de seguridad estadounidense-saudí se sostenga por ahora.

Pero el Congreso puede bloquear las ventas de armas en apoyo a la guerra todavía infructuosa del príncipe de la corona en Yemen, donde han muerto más de 6,000 civiles. El Sen. Lindsey Graham ha advertido de un “tsunami bipartidista” en el Congreso si se prueba que los saudíes son culpables del asesinato de Khashoggi. El Congreso podría incluso ir más allá de Yemen y bloquear todas las ventas de armas a Arabia Saudita, a pesar de la oposición de Trump.

El efecto más duradero será probablemente una disminución de la confianza, dejando la relación entre Estados Unidos y los saudíes recordando un matrimonio sin amor en el cual ninguna parte puede permitirse presentar el divorcio.

 

 

La Srita. House, ex editora del Wall Street Journal, es autora de “Sobre Arabia Saudita: Su Pueblo, Pasado, Religión, Líneas de Falla—y Futuro” (Knopf, 2012).

 

 

 

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México.