Enlace Judío México e Israel.- Quiero contarle qué se siente cuando tu barrio se convierte en la escena de una masacre.

BARI WEISS

Lo primero que debes saber es que cuando tu teléfono suena al recibir un mensaje de texto de tu hermana menor que te dice, “hay un hombre disparando en “Tree of Life”, tu mente insiste en que no es verdad, que se trata de una broma.

Pero tus dedos escriben de inmediato: “¿Está papá allí?” Sientes la boca seca mientras esperas que tu madre confirme que tu padre, quien asiste a una de las sinagogas de Squirrel Hill todas las mañanas del Shabat, no se hallaba en el edificio.

Luego otra de tus hermanas te envía un enlace a la frecuencia de radio de la Policía y escuchas al tiempo que llegan las llamadas desde la escena. Escuchas a un policía reportar que el gatillero declaró que quiere “matar a todos los judíos”. Ha herido a oficiales. “Hay disparos. Hay disparos”.

Cancelas todos tus planes y reservas un vuelo a casa. Antes de siquiera abordar el avión, empiezas a escuchar rumores -y te preguntas cuántas familias del barrio estarán destrozadas.

El entumecimiento no cede hasta que te enteras que Cecil Rosenthal -el hombre con discapacidad intelectual que tu madre conoce desde la primaria- fue asesinado junto con su hermano, David. Te echas a llorar.

Cuando un asesino antisemita masacra judíos en la sinagoga donde uno se convirtió en bat mitzvah, podrías verte nuevamente al interior del santuario. Pero en vez de familiares y amigos, el santuario recibe a un equipo de voluntarios -el chevra kadishá- que pasará la semana limpiando hasta la última gota de sangre porque, de acuerdo con la tradición judía, toda parte del cuerpo debe ser santificado en la muerte y así sepultado.

Daniel Wasserman, el rabino de una sinagoga ortodoxa local quien también opera una sociedad de sepultura, estará allí, como también lo estará un agente del FBI llamado Nicholas Boshears.

Notas que la gente del FBI vestida con trajes protectores blancos se dirige a la parte del edificio que ahora se conoce como “la escena del crimen”. El lugar donde hay cientos de casquillos percutidos. Donde ríos de sangre se empiezan a secar.

Ves cómo el rabino abraza al hombre del FBI y ves que el agente del FBI está llorando y te das cuenta que tú también estás llorando.

Cuando un terrorista llega a tu ciudad, podrías sentarte días después con el rabino Wasserman quien te dice que “al menos que alguien sea un soldado en una zona de guerra, reto a cualquiera a decirme que ha visto lo que acabo de ver”. Te contará que vio a Bernice y Sylvan Simon, quienes se casaron en esa sinagoga, muertos una en los brazos del otro. Te dirá que vio un pedazo de cráneo de una persona y que sabía de quién se trataba porque reconoció su cabello.

Y cuando le preguntas cómo se siente, te dice que aún no puede contestar eso. Que tiene que esperar para romper en llanto hasta después de que haya ayudado a enterrar a los muertos que faltan.

Cuando un terrorista llega a tu ciudad, se convierte en un circo mediático de los canales de noticias. Conductores con peinados elegantes reportarán sobre una manifestación pacífica contra el Presidente como si se tratara de un disturbio.

Cuando un terrorista llega a tu ciudad, debes estar preparado para los imitadores. Podrías ser despertada unos días tras el ataque al sonido de los gritos de tu madre: “¡levántate! Alguien tiene un arma en la escuela de Casey”.

Y correrás a la Primaria Colfax, donde una de tus hermanas es maestra. Está en un cierre de emergencia en el segundo piso del edificio con su grupo de cuarto año. Y el esposo de ella, un bombero, podría llegar con su arma.

Padres de familia en llanto empezarán a reunirse en la acera de enfrente.

Más tarde, tu hermana te relatará que todos los niños siguieron el protocolo de seguridad durante lo que, por fortuna, resultó ser una falsa alarma. Tu hermana te cuenta que estaba agachada junto a su escritorio, tragándose las lágrimas y susurrándoles a los niños que lo estaban haciendo muy bien.

Si tienes suerte, cuando un terrorista llega a tu ciudad, serás testigo de algunos de los grandes ángeles de este País. Grandes ángeles como el padre que caminaba por la calle afuera de Tree of Life mientras tranquilamente le explicaba a su hijo pequeño: “están tratando de decirle a la gente que van a venir a invadir nuestro País. Y simplemente no es cierto”.

Grandes ángeles como Wasi Mohamed, el joven director ejecutivo del Centro Islámico de Pittsburgh, quien dijo que si lo que se necesitaba era “gente afuera de su próximo servicio para protección, avísennos. Estaremos allí”.

Explicó que al hacer esta oferta, sólo estaba correspondiendo un favor: “eso fue lo mismo que me ofreció esta comunidad después de que se celebraron estas elecciones que fueron tan negativas y del aumento abrupto en crímenes de odio contra musulmanes”.

Grandes ángeles como Nina Butler, quien llevó litros de caldo de pollo casero al policía que resultó herido de siete disparos y sanaba de sus heridas en el hospital.

Grandes ángeles como el rabino Jeffrey Myers, quien vio a los miembros de su congregación ser ejecutados y halló la manera de representar a su comunidad ante el mundo con dignidad.

Grandes ángeles como el reverendo Eric Manning, de la Iglesia Episcopal Metodista Africana Emanuel, en Charleston, Carolina del Sur, quien sabe qué se siente pasar por una masacre así y llegó para hablar en el funeral de Rose Mallinger.

Sin embargo, también te preguntarás si estos grandes ángeles serán suficientes para evitar que se multipliquen las amenazas contra comunidades como la tuya.

Lo que sucedió en mi barrio podría parecer una pesadilla o una enfermedad -algo que se debe padecer hasta que, con el tiempo, pase. Así es como me ha parecido. Pero para quienes han pasado sus vidas en lugares como Karachi o Alepo, las cosas que los judíos de Pittsburgh dan por hecho -nuestra libertad de la violencia y el temor- no son nada más que sueños guajiros.

Cuando tu ciudad en el oeste de Pennsylvania se convierte en la escena de una masacre, sabes que la distancia que separa a la realidad de ellos de la nuestra puede reducirse a casi nada.

 

*Bari Weiss es editora y escritora de la sección de Opinión de The New York Times.

 

 

 Fuente:reforma.com