Enlace Judío México e Israel.- Lo que parecen encubrimientos descuidados están dirigidos a enviar un mensaje a los disidentes.

GARY SCHMITT

¿Qué tienen en común el envenenamiento del ex espía ruso Sergei Skripal en el Reino Unido y el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi en Turquía? Los perpetradores en ambos casos hicieron poco por ocultar su participación en los ataques. Sus métodos sombríos y ejecución descarada inmediatamente atrajeron los ojos del mundo hacia los gobiernos en Moscú y Riad.

Muchos de los primeros informes después de cada ataque sugirieron que su desorden se debió a mala planificación. En el caso de Skripal, ¿cómo explicar el fracaso de los agentes rusos en evitar ser grabados por el muy conocido sistema de cámaras de seguridad de Gran Bretaña, o la cobertura delgada como el papel que le fue dada a los agentes? En cuanto al caso de Khashoggi, ¿por qué desplegar tan grande escuadrón de asesinos, llegando visiblemente en aviones directo desde Riad?

Los observadores más agudos pueden preguntarse si estos ataques cargan todas las marcas del espectáculo planificado. Parece que los planificadores maestros, el presidente ruso Vladimir Putin y el príncipe de la corona saudí Mohammed bin Salman, idearon las conspiraciones no sólo para eliminar a sus objetivos directos, sino también para enviar una señal temible a otros disidentes actuales y potenciales.

La culpa por esta sensación de impunidad entre los regímenes autoritarios radica de lleno en el Occidente. Estados Unidos, Gran Bretaña y sus aliados han fallado en los últimos años en responder enérgicamente a los asesinatos extralegales, aun en su propio territorio. Consideren a Alexander Litvinenko, el ex espía ruso asesinado en Londres por agentes rusos en el año 2006. Los investigadores británicos concluyeron que Putin casi con seguridad había aprobado el asesinato, pero Reino Unido impuso sólo sanciones muy leves a Rusia.

El Occidente ha continuado su hábito de responder al derramamiento de sangre con silencio o palmadas en la muñeca. En el 2011 Irán intentó matar al embajador saudí en Washington, pero el Presidente Obama continuó su plan de levantar las sanciones contra el régimen, culminando con el acuerdo nuclear cuatro años después. Kim Jong Un, de Corea del Norte, asesinó a su medio hermano en el aeropuerto de Kuala Lumpur, Malasia, en el 2017, pero eso no disuadió al Presidente Trump de iniciar conversaciones con Pyongyang o de plantear la posibilidad de alivio de las sanciones.

Las noticias recientes de que Teherán estuvo detrás de la conspiración para matar a una figura de la oposición iraní en Dinamarca seguramente llevarán a protestas de Copenhague, pero no hay señales que eso debilitará la determinación de Europa de mantener en vigencia el acuerdo nuclear. Y aunque las acciones de China contra los disidentes han sido menos sangrientas, Beijing no ha pagado ningún precio por secuestrar en el exterior a nacionales chinos con ciudadanía extranjera y regresarlos a China.

Es ingenuo pensar que uno podría poner completamente un fin a la supresión de los disidentes por parte de estos gobiernos. Puede también ser ilusorio esperar que los gobiernos occidentales valoren sus principios por sobre los factores políticos que necesitan tener relaciones con tales regímenes. Pero en casos extremos como los de Khashoggi y Skripal, las democracias occidentales deben decir ¡basta!, e imponer sanciones que aumenten el precio de tales asesinatos. El costo debe ser lo suficientemente alto como para hacer que los dictadores lo piensen dos veces antes de autorizar crímenes sangrientos en países libres.

 

*Gary Schmitt es un académico residente en estudios estratégicos en el American Enterprise Institute.

 

 

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México