Enlace Judío México e Israel.- La oleada sigue creciendo. No sólo es Trump con sus vociferantes denuncias del peligro que corre Estados Unidos —otrora asilo de perseguidos— ante las “turbas” que pretenden “infiltrarse” amenazando la estabilidad de la potencia norteamericana con sus 330 millones de habitantes y la inmensidad de su territorio y de su riqueza.

ESTHER SHABOT

No, no sólo es Trump, son también muchos otros mandatarios y sus gobiernos que si bien pueden diferir del hoy ocupante de la Casa Blanca en detalles, o en los matices y formas más o menos brutales de expresarse, coinciden, sin embargo, en una premisa fundamental: “no queremos entre nosotros a los que son diferentes, ya sea por su color de piel, su religión, su cultura, su lengua o sus costumbres”. De esa engreída obsesión por la “pureza” parten tanto el premier húngaro, Viktor Orban, como su homólogo polaco, Andrzej Duda, el flamante presidente brasileño, Jair Bolsonaro, el premier israelí, Benjamín Netanyahu, o el viceministro italiano, Matteo Salvini. Aspiran a una nación racial, cultural o religiosamente homogénea, y tal aspiración se recubre del manto legitimador del patriotismo, de la defensa a ultranza de una identidad nacional químicamente pura para la cual “los otros”, aunque sean un porcentaje más que modesto de la población total, constituyen —así dicen— una especie de poderosa kriptonita de efectos devastadores para el cuerpo social.

Históricamente, hay numerosos ejemplos de cómo opera esa ideología cuyos postulados sirvieron, entre muchos otros casos, para perseguir y masacrar a comunidades judías a lo largo de los casi dos milenios de su historia diaspórica, o bien para satanizar y excluir a los gitanos o, como ocurre ahora mismo en tierras dominadas por el islam radical, donde por medio de variantes diversas de violencia cotidiana, se promueve la expulsión o la huida masiva de la antiquísima población cristiana que ha residido desde hace siglos en esas regiones.

Creímos por un buen tiempo que en las democracias más o menos consolidadas, esas pulsiones habían sido desterradas a partir de concepciones humanistas conscientes de que las prácticas ultranacionalistas, patrioteras, excluyentes de “los diferentes” y populistas hasta la médula, habían sido las responsables de desencadenar espirales de violencia y guerras sin fin en las que víctimas y victimarios alternaban roles según las circunstancias.

Por desgracia, hoy vemos que aún en naciones con sistemas democráticos, persisten tales pulsiones, siempre al acecho para imponer sus proyectos de exclusión. Las fuerzas que trabajan en sentido contrario se ven ahora, cada vez en más y más lugares, en franca desventaja, teniendo que ofrecer una dificultosa resistencia ante los embates de quienes pretenden imponer, entre otros muchos atentados contra los derechos humanos, las políticas de cero tolerancia a la presencia en su seno de quienes no encajan en el modelo ideal de esa presunta sociedad impoluta a la que se aspira, lo que además sirve como pretexto para la comisión de todo tipo de abusos y manipulaciones políticas.

Italia es en estos días un espacio donde esta clase de enfrentamientos se está dando con toda claridad. Los alcaldes de tres de las más importantes ciudades italianas —Florencia, Palermo y Nápoles— se niegan a acatar una controvertida ley antiinmigrantes que impulsa el vicepremier y ministro del interior, Matteo Salvini. Se trata de una ley que facilita la expulsión de solicitantes de asilo recién llegados y que limita o cancela de plano los permisos de residencia ya otorgados a gente vulnerable, como mujeres solas con hijos, por ejemplo.

El alcalde de Palermo, rebelde ante las órdenes de Salvini, ha señalado que la nueva ley “viola derechos humanos (porque) hay decenas de miles de personas que legalmente residen aquí en Italia, que pagan sus impuestos, que contribuyen a sus pensiones, y que dentro de un par de semanas o meses, se convertirán en ilegales”. Parecidas expresiones han sido emitidas por los alcaldes de Florencia y de Nápoles, quienes han manifestado su decisión de emprender controversias judiciales para evitar que se legalicen las prácticas de expulsión y de cierre absoluto de la recepción de refugiados. La respuesta de Salvini a esto ha sido la típica de los ultranacionalistas de hoy, muy al estilo de Trump y sus émulos: calificar a los rebeldes de ser italianos que, sin embargo, odian a Italia, es decir, antipatriotas redomados. Y por supuesto, acompaña sus diatribas con el típico discurso dirigido a fomentar y acrecentar el miedo popular hasta niveles de franca paranoia: “¡nos están invadiendo!”. Suena familiar, ¿no?

 

 

Fuente:excelsior.com.mx